Observatorio

«La dicción dulce de los canarios»

«La dicción dulce de los canarios»

«La dicción dulce de los canarios»

Humberto Hernández

Humberto Hernández

Poco más de dos millones de personas son los potenciales hablantes de la modalidad lingüística canaria, si bien no toda la población de las Islas es hablante nativa del dialecto, pues es probable que en torno al medio millón de ciudadanos canarios no sean nacidos en el Archipiélago y, en consecuencia, sean hablantes nativos de otras modalidades. De todos modos, hay que contar también con los emigrantes que hablan nuestra modalidad fuera de la Comunidad canaria; estos pueden andar en torno a los cien mil, contando los que viven en otras comunidades españolas y los que tienen su residencia en el extranjero: un millón seiscientos mil, pues, si consideramos la población residente y la emigrante. Sin embargo, los datos pueden experimentar algún tipo de variación si computamos, además, a los hablantes hispanoamericanos que por razones que se podrán entender usan una modalidad lingüística muy semejante a la canaria en países como Puerto Rico, Santo Domingo, Cuba o Venezuela. Hay, también, situaciones especiales, como las de localidades de los Estados Unidos (en San Bernardo en Luisiana) y en Uruguay (en Canelones) donde todavía se utiliza una modalidad que hasta los propios denominan «canario». En cualquier caso, hay que reconocer la baja presencia de nuestro dialecto, si lo situamos en el contexto global del español (casi quinientos millones de hablantes nativos); la modalidad mexicana, por ejemplo, la más numerosa, cuenta con más de ciento veinte millones de hispanohablantes.

Mas, si modesta es nuestra contribución cuantitativa a la elevada demografía del español, su proyección panhispánica sí que es muy considerable, mucho más que la de otras modalidades cuyos límites se circunscriben a fronteras políticas y geográficas muy concretas. A las Islas «llegaron muchos pobladores peninsulares procedentes de la Andalucía occidental, lo que explica en buena parte el modo de hablar canario, en el que se acusa también la influencia de los portugueses. Canarias es un buen ejemplo de la receptividad de los lugares acostumbrados a acoger gentes de diversas lenguas y procedencias», escribe Francisco Moreno Fernández en La maravillosa historia del español (Espasa, 2017). Y concluye que «El proceso histórico y lingüístico vivido por las islas fue […] uno de los hitos fundamentales para la mayor de las aventuras en la maravillosa historia de la lengua española, la de mayor trascendencia humana y cultural: la llegada al continente americano y su consiguiente expansión».

Y este sí que es un motivo para valorar justamente nuestra modalidad lingüística, modalidad que no había disfrutado, como es el caso de otras modalidades meridionales, de un prestigio acorde con su extraordinario papel en la historia de la lengua. Muchas de nuestras peculiaridades han sido estigmatizadas y desposeídas del prestigio que merecía como cualquier otra modalidad: el seseo era considerado como un vicio de dicción o la causa de un defecto orgánico, según podíamos leer en el propio diccionario académico hasta la edición de 1984, y nuestro léxico se consideraba marginal.

A pesar de poseer como caracterizadoras unidades de gran extensión territorial, seguían manteniendo rango de dialectalismos frente a las voces consideradas generales del español septentrional o castellano. Es prototípico el caso de papa, que, siendo la voz más general, aparecía en el diccionario académico con una remisión a patata, que se consideraba la voz preferente. Hemos tenido que esperar hasta la última edición para que se acepte que la voz general es papa, y patata, un españolismo, como sí se indica ya en la última edición del diccionario.

Pero la variación existe, y, muy a pesar de puristas y centralistas, el dialecto sigue vivo y dinámico, resistiendo a las interferencias de los medios de comunicación que emiten desde la España peninsular y de otras influencias (docentes y administrativas) que le han ido dificultando la posibilidad de constituirse definitivamente en una variante de prestigio. Aunque ni los medios audiovisuales, tan favorecedores de la pragmática tendencia neutralizadora de las diferencias, han podido con las otras fuerzas que marchan en el sentido de reivindicar la diversidad lingüística y cultural.

El canario se inserta, en el área del español europeo, como uno de los tres dialectos del español de España, aunque lingüísticamente se relaciona más con los dialectos    americanos con los que constituye la amplia modalidad reconocida como «español atlántico».

Si en el terreno de la pronunciación no hay duda de que los rasgos dialectales permanecen, también en los niveles gramatical y léxico se percibe el mismo carácter reforzador de las características propias. Los canarios ya somos conscientes de la innegable aportación que supone añadir a la común lengua española las características propias de nuestra modalidad; y, así, en el nivel léxico, por ejemplo, hemos contribuido con una serie de voces prehispánicas, los guanchismos, como gofio, perenquén o tajinaste; los portuguesismos, como magua, maresía, y mojo, y americanismos, tales como papa, guanajo y guagua. Hemos sabido también enriquecer voces preexistentes del español tradicional con acepciones con posibilidades de incorporarse, por su gran uso, a la lengua general, pues tan frecuentes son en las hablas canarias que probablemente muy pocos creerían que se trata en realidad de usos particulares; al    verbo empatar (obtener dos o más contrincantes el mismo número de puntos o de votos) se le suman otros sentidos como enlazar dos cabos o cuerdas («empató el anzuelo al sedal») y suceder sin interrupción dos hechos («empatamos una partida con otra»). Al adjetivo amoroso, sa (perteneciente o relativo al amor’), el español de Canarias le añade el significado de ‘blando, suave’ (“el pan está amorosito”), y, a partir de él, el verbo amorosar (‘reblandecer’, ablandar’). Cualquier hispanohablante, seguro, se familiarizaría con ellas después de un primer contacto.

Creo que son motivos sobrados para que, sin alharacas, pero sin complejos,    situemos nuestra modalidad en el lugar que le corresponde en el contexto del amplio mundo hispánico. Y defenderlo divulgando con argumentado conocimiento nuestras peculiaridades. Conocer, por ejemplo, la razón de por qué algunos hablantes peninsulares nos remedan con la pronunciación como y de nuestra ch, que tiene distinto punto de articulación y mayor sonoridad que la ch septentrional. Rechacemos, de una vez, la parodia, ¡que ya está bien!

Tener plena conciencia de que somos seseantes, y no porque nos falte el fonema /z/ sino porque nunca lo hemos tenido. Con una /s/ que, por otra parte, presenta un punto de articulación predorsal diferente de la apical de muchas zonas peninsulares. Siempre me ha parecido, y me voy a permitir una subjetiva apreciación, que suena mejor con nuestras eses predorsales la muy lograda aliteración de Garcilaso: “En el silencio solo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”. Sobre todo, si además el sonido representado por la letra j en la palabra abejas, lo hacemos, según nuestro modelo ortológico, como una suave aspiración laríngea, rasgo que también nos caracteriza, frente a la estridencia de la velar fricativa, como lo harían los hablantes del español castellano. De igual modo, aspiramos la ese final de sílaba, que no es un rasgo vulgar ni ajeno a nuestra norma culta, aunque sí hemos de ser conscientes de que hay contextos en que es preciso dejar alguna huella de esa –s implosiva para evitar confusiones entre parejas de palabras como fijar / fisgar, rajar / rasgar, cejar / sesgar.

Y siguiendo con mi subjetiva percepción, otro rasgo que aprecio de nuestra modalidad es la ausencia de ruido, en el peor sentido de la voz, que caracteriza nuestra pronunciación. Hasta con el más chirriante de todos los sonidos, la vibrante múltiple /rr/, que poéticamente ha sido utilizada como recurso para sugerir la más estruendosa de las situaciones (“el ruido con que rueda la ronca tempestad”, escribe Zorrilla), en el español de Canarias se ha conseguido conformar con dos sonidos vibrantes la más entrañable canción de cuna:    el arrorró.

Y pronunciamos el grupo –tl- en una misma sílaba (a.tlán.ti.co, decimos, frente a at.lán.ti.co), que tampoco constituye una anomalía ortológica, sino una señal más de nuestras extraordinarias y ricas relaciones con Hispanoamérica. Una muestra de nuestra predisposición a la interculturalidad y al mestizaje, características por las que debemos sentirnos muy orgullosos.

Por supuesto, no es simplificación de un dialecto periférico ni deficiencia de nuestro sistema pronominal el uso de ustedes y la ausencia de vosotros. Nuestro ustedes (plural de tú y plural de usted), no supone necesariamente un distanciamiento entre hablante y oyente, sino una marca del carácter respetuoso del canario, cuando no una muestra de confianza y hasta de cariño: “Venga usted aquí y salude a su tía como es debido”, le dice al padre a su hijo en una reunión familiar. Otra, tal vez, apreciación subjetiva. Y es que poseemos un sistema pronominal bien equilibrado que no nos plantea las confusiones que tantos problemas causa en hablantes de otras latitudes: ni laísmos ni loísmos; tal vez algún leísmo, el de cortesía (“dile a don José que le llaman”): de nuevo, marca de una reconocida urbanidad.

¡Por todo esto, no debe sorprender que existan tantas valoraciones positivas de rasgos de nuestra modalidad, como lo ha hecho Gabriel García Márquez en algunas de sus obras caracterizando la agradable forma de hablar de algunos de sus personajes: “Hablaba con la cadencia y la dicción dulce de las islas Canarias…”, dice de Simón Bolívar en la novela El general en su laberinto.

Recientes estudios de Sociolingüística, esta vez desde una perspectiva más objetiva, confirman este cambio de actitud de propios y foráneos, como podemos leer en varios de los magníficos trabajos que se encuentran en el volumen Studia Philologica in Honorem José Antonio Samper (Academia Canaria de la Lengua / Arco Libros, 2022), merecidísimo homenaje que le tributa la Academia Canaria de la Lengua, con contribuciones de más de cuarenta investigadores, a quien fuera miembro fundador, activo académico, excelente profesor y gran conocedor de nuestra modalidad lingüística.

No sé si con estas palabras habré conseguido convencer a quienes no se sientan totalmente identificados con nuestra modalidad y de que no hay razones para que renuncien a ella, aunque, si así fuera, respetaría su criterio: sus razones tendrán. Pero sí deseo expresar mi más absoluta discrepancia con quien amparado en la autoridad de una institución que disfruta de amplio reconocimiento público, como es la Real Academia Española, siga manteniendo posturas anacrónicas, centralistas y puristas, aceptando el seseo como una graciosa concesión, pero no así la aspiración de eses implosivas ni el ceceo, a cuyos hablantes no les daría voz pública por nada del mundo.

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