El desliz

La reconquista de las aceras

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Los niños quieren ir solos al colegio, que está a tiro de piedra, porque se sienten mayores. Y lo son. Yo a su edad iba sola a todas partes sin miedo, pero hablo de un pasado remoto en el que las aceras eran seguras y nuestras, de los viandantes. Incluso los abundantes tramos del pueblo sin pavimentar por los que transitábamos eran respetados. Hoy no es así. La ciudad es de los jetas. Urge la reconquista de los espacios peatonales para que no tengamos que acompañar a nuestra prole de la manita hasta la universidad. Como no podemos contar con ninguna ayuda de los poderes públicos, que se inhiben de un problema creciente, deberemos aprovechar la falta de vigilancia para contravenir nosotros también todas las leyes, desde las ordenanzas municipales a las de tráfico, y por supuesto las de urbanidad. Incluso las de la física. «¿Quiere usted hacer el favor, por favor, de cerrar la puerta de su camión frigorífico aparcado sobre la acera con el motor en marcha para que pasen los críos?» «Pero señora, si hay sitio de sobra». «Aplástese usted contra la pared para entrar por ese hueco si le cabe la barriga, y yo le grabo un vídeo, y lo cuelgo en las redes sociales, y que se vea el carga y descarga de ahí al lado que no le sale de los huevos utilizar». «Mami, has dicho una palabrota, mejor vamos por la carretera que ahora no pasan coches».

Resistir. No aflojar. Invocar a Fraga como mantra para patear la ciudad: la calle es mía. No apartarte cuando el repartidor en moto te viene de frente, o la señora que pasea dos perros con correas extensibles de varios metros te envuelve en su tela de araña porque va mirando el móvil. No arrinconarte y arrearle con la bolsa de la compra al cartel-pizarra plantado en mitad de la acera en el que el bar de moda del barrio boutique publicita sus smothies y demás brebajes cool de precios disparatados. Engancharte a las bicis de alquiler que los clientes del local han amontonado delante de su terraza, pese a que hay un aparcamiento justo enfrente. «Aquí no se puede aparcar trastos, por aquí pasan las personas». «Oh, sorry, no lo sabía». «¿En serio? ¿En su país la gente vuela?» «No entiendo, sorry». «Señora, no moleste a los clientes que aquí vivimos del turismo». «Mami, déjalo que ese tío me da miedo, mejor vamos por la carretera que ahora no pasan coches». Un poco más adelante, nos cogemos de la mano y volvemos a ocupar la calzada, a paso de tortuga, para fastidio del conductor de un todo terreno obligado a circular a nuestro paso. «Tranquilo amigo, mire qué cosas nos obligan a hacer los andamios de obras que proliferan por docenas y ocupan nuestras zonas de paso. Curse una queja para que nos devuelvan las aceras y nosotros les devolveremos la carretera».

Firmeza. Intolerancia. Activismo contra los infractores. Castigo a los ayuntamientos que hacen de la ocupación de la vía pública un suculento negocio. El que aguante, vencerá. Camina ocupando el área entera, bien centrada, tienes derecho a defender tu integridad física. Dile a cada ciclista con quien te cruces que así no. Un timbrazo por la espalda. «¿Qué problema tiene?» «Échate a un lado y paso». «Dos cosas, una es que no me tutee, que no hemos comido sopas juntos. Y otra que está prohibido que los patinetes circulen por las aceras. Así que aire, y ahí mismo tiene el carril bici». «Si te apartas pasamos los dos». «No, mire, es que no me da la gana». «Pues si te doy luego no te quejes». «Procure ni rozarme que estoy llamando a la policía». «A lo mejor vienen, jajaja». «Entonces le hago una foto y le denuncio por acoso». «Que te den por el …» «Circule por donde dice la ley, y deprisa, que le cierran la biblioteca». «Hija de … Como te vea otro día no me voy a parar».

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