Tropezones

Breverías 120

Ejemplar de mariposa hormiguera de lunares

Ejemplar de mariposa hormiguera de lunares / Pinterest

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Es proverbial el respeto, rayando en la veneración, que sienten los japoneses por sus mayores.

Pero tal vez más insólito sea que esa consideración hacia un ser que ha sabido afrontar y sufrir todo un periplo vital tenga su correspondencia en un fenómeno más prosaico. Estoy hablando del fenómeno «kintsugi». Se trata de una forma artística que consiste en recomponer los pedazos de un jarrón o pieza de cerámica rotos. Con la paciencia y la habilidad de un orfebre vuelven a pegar los trozos, restañando las juntas con pan de oro, hasta convertir la pieza dañada en un nuevo objeto resucitado, que cobra por dicho proceso un valor mayor que el del original. Si las cicatrices vitales de sus mayores les confieren el respeto y admiración de las que son dignos merecedores, también un jarrón recuperado de su destrucción merece el plus de valoración por su traumática peripecia. Si la arruga es bella, también lo puede ser un remiendo ejecutado con cariño y talento.

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Creo haber comentado en alguna ocasión la carga poética que por su propia eufonía ya ostentan algunas palabras. A mí personalmente me puede encantar el rótulo de un bar «La aurora de Valsendero», como ya he manifestado en alguna crónica anterior. Pero hoy me gustaría detenerme en una palabra que además brilla en varios idiomas: qué les parece la palabra «mariposa». ¿Verdad que es evocadora y sugestiva? Pero es que en francés «Papillon» (enunciado papillong) no lo es menos. Y como no podía faltar la correspondencia sueca, la mariposa de mi país se denomina «fjäril» (fiéril) también con su impronta frágil y etérea. Pero la que se lleva la palma en carga poética es sin duda la portuguesa: «barboleta». ¡Pero si parece que estamos escuchando el aleteo de sus alas!

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El otro día un amigo me informó que se vendía una propiedad a muy buen precio, en la periferia de la capital, una verdadera ganga. Al estudiar el anuncio pude constatar que efectivamente, el tamaño del piso, el acabado, el acceso a garaje y otras varias ventajas lo hacían muy atractivo. Pero tenía un inconveniente: el barrio. Pese a que el precio no fuera exagerado, su valor era limitado por el entorno. Incluso con grifería de oro posiblemente no se podría revender a un precio superior al que marcaba el vendedor. Lo que me trae a la memoria una palabras de mi cuñado, que se dedica precisamente a la adquisición y administración de propiedades y que resume bastante bien mi prevención: «Mira, a la hora de comprar has de tener en cuenta tres cosas: el sitio, el sitio y el sitio».

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A pesar de ciertas justificadas críticas del sistema de «cookies» de internet, donde tus intereses chivados a Google por tus búsquedas en la red, son retroalimentados en los sueltos que te reenvían, hay un fenómeno que sí me molesta. Si por ejemplo pincho en la red buscando los orígenes de una cita o expresión literaria, puedo encontrarme, por la estructura misma de la selección comercial de palabras del operador, que he de tragarme a lo mejor dos páginas de publicidad de distintos establecimientos con dicha denominación, antes de poder abordar lo que me interesa, la etimología de la expresión de marras.

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