Observatorio

No sé si se me entiende

No sé si se me entiende

No sé si se me entiende

Joan Cañete Bayle

Durante mi bachillerato, que se llamó BUP, las profesoras de literatura me obligaron a leer libros como Cien años de soledad, Las inquietudes de Shanti Andía, el Quijote, Vida privada, La plaça del Diamant o Solitud. En mi primaria, que se llamó EGB, recuerdo haber leído y trabajado en clase El pequeño Nicolás, El hobbit, el Mecanoscrit del segon origen, cuentos de Borges, Poe, Larra, Bécquer y Conan Doyle, a Julio Verne y al Juan de Mairena de Machado. Pensé en estas lecturas –todas ellas obligatorias, y hubo más, que ahora no recuerdo– cuando leo las noticias respecto a los pésimos índices de comprensión lectora en España, aún peores en Catalunya, situada en el furgón de cola español y europeo.

No caeré en la nostalgia del cualquier tiempo pasado fue mejor. Ese EGB y ese BUP en los que me obligaron a leer un buen puñado de extraordinarias obras literarias estaba plagado de fracaso escolar, de currículums cargados de suspensos y de alumnos que al empezar el curso ya se habían desconectado del devenir de la clase. También intentaré no esgrimir la brocha gruesa, pero resulta difícil no afirmar que el resultado de lustros de continuas leyes educativas a nivel español y de la introducción en las escuelas de los más modernos modelos pedagógicos ha sido un suspenso sin paliativos en comprensión lectora. Ya sé que ahora en las aulas se intenta evitar vocablos como suspenso o insuficiente, pero no se me ocurre otra palabra para calificar las aptitudes de algunos alumnos en esta competencia.

Como alumno, algunos de los libros que me obligaron a leer me gustaron y otros, no, algunos dejaron una huella indeleble y otros los olvidé, algunos los releí años después y otros acumulan polvo, y hay otros que he recomendado a mis hijos que los lean. Lo he recomendado porque no me da la impresión, por mi experiencia y la de las familias a mi alrededor, que en la escuela y el instituto de hoy se lea mucha literatura.

Cuando regresé a las aulas como padre, años después de abandonarlas como alumno, hubo muchos aspectos de las nuevas formas de pedagogía que me resultaron atractivos. La organización del trabajo por proyectos, la mezcla de grupos, la idea de las competencias y el reconocimiento de que hay diferentes tipos de inteligencias son buenos avances. Sin embargo, nunca comulgué con cierta laxitud con la ortografía y la lectura. El planteamiento de que el corsé ortográfico desincentiva la escritura y de que la obligación de leer desanima la lectura me resultaron sospechosos. Al aprender ortografía se adquieren competencias como rigor y esmero por la forma. Respecto a la lectura, bruto de mí, siempre creí que a entender lo que uno lee se aprende... leyendo.

Los datos que muestran el suspenso sin paliativos del sistema educativo de varias comunidades en comprensión lectora indican, al menos, que hay algo que no estamos haciendo bien desde hace algún tiempo. Es verdad que no toda la responsabilidad debe recaer sobre la escuela, y que en el mundo actual de pantallas mantener la atención en algo (un texto, un vídeo, una conversación, una película) durante cierto tiempo se ha convertido casi en un acto heroico. También es verdad que hábitos como el de la lectura se empiezan a aprender en casa. Pero que la escuela no sea la única responsable no la exime de su responsabilidad. ¿Dónde mejor que la escuela para enseñar a entender? ¿No es en la escuela donde se debería construir un canon de lecturas imprescindible? ¿Se puede estudiar literatura sin leer las obras? ¿Es en casa donde hay que recomendar a los hijos adolescentes que lean Los tres mosqueteros, El señor de los anillos, La isla del tesoro o Moby Dick? ¿Y qué sucede con las familias en las que los padres no sean lectores? ¿Quién enseña a leer y a entender la lectura a esos niños?   

Hay otras formas de leer que no son los grandes clásicos de la literatura. Se argumenta que en las escuelas e institutos se lee de forma transversal en todas las materias y proyectos. No lo niego. Pero los datos y la realidad que vemos a nuestro diario indican niveles muy bajos de lectura y de comprensión lectora. Igual ayudaría que los alumnos volvieran a leer un canon obligatorio literario. Por eso de que a entender lo que uno lee se aprende... leyendo, y también porque la literatura enseña muchas otras cosas. Visto así, una novela es el trabajo por proyectos por definición. Lo tiene todo.

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