Mirando despacio

Más leña al fuego

Inteligencia lingüística, matemática, espacial, musical, corporal, naturalista, interpersonal e intrapersonal. En 1983 el psicólogo estadounidense Howard Gardner comenzó a hablar de estos ocho tipos de inteligencia. Las denominó inteligencias múltiples. Los que contamos ya con algunos añitos mostrábamos asombro ante términos como inteligencia interpersonal o intrapersonal. La RAE define la inteligencia como la capacidad de solucionar problemas. Aquí comenzaba el debate. Obsoletos pues quedaban los expedientes brillantes, los «cerebritos», los típicos ratones de biblioteca… Las enciclopedias andantes caían en la cuenta de que en su currículum faltaba un título importante: ese que les ayudaba a relacionarse con los otros, a gestionar los conflictos, a fomentar la empatía, en definitiva, esa capacidad para desarrollar habilidades sociales. Cuarenta años después del «bombazo» de Gardner seguimos observando personas frustradas; personas con alto cociente intelectual pero con bajo talento para conectar con los otros.

Hace apenas veinte años con la incorporación de las redes sociales a nuestra vida cotidiana llegó un nuevo respiro para aquellas personas que no se desenvolvían bien ante las relaciones personales. Plataformas de todo tipo y para todos los gustos, ideales para hablar con personas de todo el mundo y no salir de casa. Plataformas de ocio, de cultura, de contactos… Detrás de la pantalla parecía todo más fácil. Sin embargo, psicólogos y psiquiatras desde hace unos años alertan del alto índice de personas que acuden a consulta por adicciones a las diferentes apps. Además en los últimos años surgen los temidos anglicismos como Ghosting, Curving, Benching, Breadcrumbing… traducidos al cristiano vienen siendo algo así como relaciones en las que una de las personas «engancha» a la otra y luego la rechaza a su antojo. Rechazo encubierto, que por las redes, se hace de lo más fácil y cotidiano. Curioso fenómeno que habla de personas que una vez captan la atención de sus víctimas salen huyendo. ¿Una especie de like para subir la dopamina? Un mundo de posibilidades se abre para aquellas personas alérgicas al compromiso y a la responsabilidad, justo para aquellas personas que nunca supieron establecer relaciones sanas en vivo y en directo.

En plena vorágine de esta «selva internauta» surge la joya de la corona: la inteligencia artificial. Me pongo a investigar a la vez que a temblar. Máquinas que superarán la capacidad de nuestro cerebro, algoritmos de aprendizaje profundo, tecnología para el reconocimiento de imágenes y de voces… El chat GPT capaz de traducir y generar todo tipo de textos. Máquinas que podrán mantener conversaciones cada vez más precisas… Imagino que estamos ante la punta del iceberg y en los próximos años descubriremos un gran monstruo de hielo ante nuestros ojos. Se habla de que este tipo de tecnología podrá adquirir las mismas capacidades de los seres humanos. Entonces la pregunta que se me ocurre resulta evidente: ¿podrán estas máquinas ayudarnos a ser más solidarios, a sentir el dolor ajeno, a eliminar nuestros miedos, a ser más… humanos?

Con el siglo XXI avanzando a toda máquina, a muchos aún les resulta extraño hablar de inteligencia interpersonal, hablar de autoconocimiento, hablar de autoestima… Mirar hacia adentro sigue dando vértigo. Sin embargo nos lanzamos a la aventura de hablar con máquinas que creemos resolverán nuestras vidas. Máquinas que nos facilitaran el trabajo, que nos ayudarán a ahorrar tiempo… tiempo que posiblemente utilizaremos para engancharnos en algunas de las nuevas aplicaciones. A mí me da vértigo pensar que priorizamos y priorizaremos la tecnología, que las personas pasarán a ser «elementos de segunda clase». Me pone los pelos de punta pensar en todos los puestos de trabajo que no serán necesarios porque los robots podrá sustituir prácticamente cualquier función laboral. Los más espabilados ya estudian robótica, especializaciones en algoritmos, ingenierías aplicadas,… Es el futuro escucho. No logro imaginar el alcance de esta «evolución», tampoco sé cómo se salvaguardará nuestra intimidad y nuestra dignidad.

Nos subimos a un tren del cual no conocemos su destino, nos hacen creer que se dirige hacia la mejor de las «estaciones»… La tecnología es necesaria y ha sido protagonista de grandes avances en nuestra sociedad. Sin embargo, la verdadera revolución debe empezar por comunicarnos mejor, por ofrecernos a los demás, por aplaudir el éxito de los otros… Aunque suene a tópico no puedo acabar sin decirlo, la verdadera revolución pasa por la evolución hacia el amor. Si la inteligencia artificial nos guía hacia ese camino, nos acompaña a ser mejores personas, a cultivar la amabilidad y el respeto hacia los demás, entonces,… ¡firmo ya!

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