Retiro lo escrito

Sánchez y la jauría

Pedro Sánchez, el pasado martes en la Moncloa.

Pedro Sánchez, el pasado martes en la Moncloa. / David Castro

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Un amigo escandalizado me envía ese perfil de El Mundo donde se pisotea a Pedro Sánchez. “Esto solo se ve en este país”, me comenta al borde mismo de la indignación. Lo leo. Huum. Me parece demasiado brutal y extremado, ciertamente, y el recurso de adjudicar las mayores descalificaciones que se vierten en el texto a dirigentes y exdirigentes socialistas sin identificarlos se me antoja un mecanismo nada deontológico. Sin embargo el problema –el problema para Sánchez y los suyos – es que las expresiones son excesivamente groseras pero los hechos que se califican tan estruendosamente son incuestionables. Por ejemplo, todos los líderes políticos mienten, pero si son inteligentes lo hacen eludiendo las precisiones, omitiendo la verdad o retrasándola argumentalmente. Pedro Sánchez ha mentido una y otra vez de manera directa y explícita, como ocurrió con el famoso insomnio que le torturaba al pensar en Unidas Podemos entrando en el Gobierno de España. Muy recientemente el presidente anunció que “la extrema derecha y la derecha extrema” (¿cuánto le pagarán a los toletes monclovitas que inventan estas frases?) intentará detenerlo, es decir, intentarán meterlo en la cárcel. ¿Y cómo se mete a un presidente del Gobierno en la cárcel? Sánchez no es montón humeante de psicopatologías sino un político duro y ambicioso que carece de casi todos los escrúpulos y que ha arrastrado el PSOE a una nueva metamorfosis de las muchas que ha sufrido en el último siglo. El PSOE ha dejado de aspirar a la hegemonía. El PSOE ha abandonado el moderantismo socialdemócrata que le granjeó el apoyo de amplias clases medias urbanas. El PSOE ha perdido el último rastro pluralismo interno que permitía una cierta disidencia – si se quiere controlada – en los órganos de dirección del partido. Y ese exterminio escrupuloso de la disidencia lo ha llevado a cabo un secretario general elegido por los militantes, precisamente, para que ningún otro proceso de primarias pueda desplazarle del poder.

Luego está la cuestión de los medios de comunicación. Es asombroso que se presente al PSOE y, singularmente, a su máximo dirigente, como víctima de una jauría mediática que al parecer funciona como pútrido agente de derecha extrema o de extrema derecha. Es asombroso, en primer lugar, porque el principal grupo de comunicación del país es legítimamente favorable al Gobierno presidido por Pedro Sánchez, que también tiene a su lado a dos de las grandes televisiones privadas, además de las cadenas públicas. El presidente Sánchez, durante el último lustro, solo ha dado cuatro entrevistas radiofónicas. Todas a la misma red de emisoras. Los socialistas insisten en la desmesura crítica de los medios de comunicación, y ciertamente la bronca, la descalificación, la burla, la deslegitimación en algunos casos ha sido habitual desde hace tres años y ahora está en aumento. En esa llameante masa crítica existen argumentos válidos, denuncia de hechos incontestables, mentiras y falsedades mezquinas, relatos ignominiosos, fiscalización del poder como principio democrático. Aquí no existe una Fox News con una constelación de emisoras de radio chifladas y bitácoras fascistoides. De nuevo, el ecosistema de la comunicación en España es más complejo y variado y aunque al militante psocialista no le guste admitirlo, no es lo mismo Carlos Alsina que Federico Jiménez Losantos, aunque ambos sean singularmente críticos con el Gobierno español y con lo que se ha denominado el sanchismo.

Quizás el PSOE debería centrarse en defender su gestión económica y las políticas sociales desplegadas y dejar definitivamente a un lado el víctimismo y las acusaciones de trumpismo y de discursos del odio. Porque su Gobierno –aunque no siempre por ministros del PSOE – ha estimulado la criminalización colectiva y ha señalado como escoria moral desde empresarios a presentadores de televisión. El penúltimo, Pitingo, nada menos que Pintigo, los tiempos se van perdiendo, no puedes volver atrás, ay, no puedes volver atrás: un facha.

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