Observatorio

La Restauración como meta

Pedro Sánchez, el pasado martes en la Moncloa.

Pedro Sánchez, el pasado martes en la Moncloa. / David Castro

Apenas veinticuatro horas después de celebrar, en estas páginas, el regreso a lo importante, a los pulsos cotidianos de la vida, Sánchez nos anunciaba que no, que regresábamos a lo mismo, a elecciones. Y lo mismo será. La hipocresía de las elecciones pasadas, que ha alterado de forma nefasta el sentido de la justicia del electorado, va a dirigir de nuevo la cita electoral. Estamos en el mundo del "todo vale", y todo va a valer esta vez. El aluvión de mala fe, cinismo, oportunismo, marrullería y fealdad que nos va a inundar, no dejará ni un gramo de verdad en la vida política española.

Maquiavelo decía que era preciso ocultar la verdad en medio de tantas mentiras, que nadie pudiera detectarla. Ahí estamos nosotros. La división de trabajo de los partidos de la derecha española ha creado un mundo de fantasmagoría que sume en el delirio a las mentes más frágiles, las más inclinadas a la precipitación, las más primitivas y elementales, hambrientas de un sentido de seguridad que no responde a ninguna amenaza real, sino a sus propios miedos. Con razón, Errejón ha llamado la atención sobre el sufrimiento mental de la ciudadanía. La tragedia es que esto tiene graves consecuencias sobre las actitudes políticas, sobre el reconocimiento del principio de realidad, sobre la potencia de los sentimientos de miedo y de angustia. La derecha siempre se ha beneficiado de estos estados de ánimo. Los produce porque quiere obtener estos beneficios.

¿Pero cuál es la verdad que les hace tan urgente, tan necesaria, tan violentamente intensa la necesidad de desalojar a Sánchez del poder? Obviamente no es que ETA haya vuelto ni que los independentistas rompan el Estado. Lo que hay detrás de eso que llaman "derogar el sanchismo" es sencillamente impedir que, en una situación de transformación económica radical, y con amplios sectores en reestructuración con dinero de Bruselas, el PSOE lleve la manija del proceso y, además, incorpore medidas que no ayuden a la aspiración básica de cualquier empresa: que nadie disminuya beneficios en una época en la que la acumulación de capital es lo único que puede dar solvencia en medio de una reestructuración permanente.

El capitalismo actual necesita acumulación continua y esta se dificulta con gobiernos que miren también por otros intereses ajenos a la economía. Es así de sencillo. Pero para ocultar esta verdad se ha tejido una maraña de espantajos a la que han puesto el nombre de sanchismo, en realidad, un mínimo sentido social de la política al estilo europeo, lejano a la brutalidad insensible de las élites latinas. ¿Pero quién puede sentirse seguro jugando con fantasmas? La expresión más elemental de ese miedo la manifestó Feijóo, al decir que en las próximas elecciones se trata de elegir entre vacaciones o España. ¡Ya no se trata de elegir entre Sánchez o España! Tener que elegir entre vacaciones o España ofrece el sentido preciso de lo que vale Sánchez, España y Feijóo. Y así, temeroso de lo que quizá constituye el primer interés existencial de sus votantes, Feijóo ha añadido al sanchismo la cualidad de ser un genio maquiavélico que pone a los españoles en el grave apuro de medir el odio a su persona con el placer vacacional del votante.

Este miedo de Feijóo revela una aguda comprensión de la mentalidad política que la defensa de la libertad de Ayuso acaba produciendo. Las ganas, lo que se dice ganas, el 23 de julio tendrán que ver con las vacaciones, complemento perfecto de las cañas, los chistes machistas, las bromas sobre catalanes, las fiestas patronales, en fin, el cuñadismo nacional. El sentido patriótico de la españolez es como el del Soneto con estrambote, de Cervantes, que nos conocía bien. Palabrería. Y eso hace frágil el sueño de Feijóo de arremolinar suficientes votantes para su causa.

Para que realmente Feijóo tuviera miedo, tendría que cerrarse ya la herida con Podemos. Garzón ha dado ejemplo y se ha retirado de las listas. Por ahí deberían ir los demás ministros de Podemos, que han mostrado su irrelevancia electoral en las elecciones pasadas, por no hablar de Echenique, que ha mostrado ser un obediente apologeta de lo injustificable. Que después del hundimiento total de Podemos aún pudieran presentarse dificultades para llegar a un pacto con Sumar, sería del todo incomprensible. Y gastar más energías en incorporar nombres cuyo peso político ya es insignificante, y que lo sería aún más por su resistencia a cerrar un acuerdo rápido, sería un ejercicio político estéril. Díaz hará bien en salir de esa ciénaga ya.

Por supuesto, Feijóo intentará sacar el espantajo de Olona, otra figura políticamente insignificante, para dividir al electorado de Vox. Pero esta operación también es estéril. En todo caso, el PSOE se confundiría de nuevo si atiza el miedo a Vox entre el electorado. Eso está naturalizado, y Abascal se debilita más entrando en los gobiernos del PP que quedando fuera. Pero sabios tiene la Iglesia. En todo caso, esto no es lo decisivo. Para Feijóo parece que es más importante agitar el espantajo del sanchismo y seguir en la mentira. En realidad, aspira a llevarse los votantes más moderados del PSOE y lanzar señales por ahora invisibles al PNV y al convergente Trías, para todos juntos mantener a raya a HB y a Esquerra. Se llama Restauración. Y en este tipo de operaciones son unos maestros.

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