Isla Martinica

La cartilla de Unamuno

Me pregunto cómo vería la política actual don Miguel de Unamuno, el vasco de Salamanca. Reconozco que es pura ficción, un contrafáctico en términos académicos, pero, por ello mismo, me parece también un juego de sumo interés. El estudioso de la agonía del hombre, impenitente articulista de prensa, gustaba de participar en las polémicas del momento, situándose, por lo común, en el bando de los críticos, tampoco muy lejos del sentido común. Sólo existe una contrariedad: hay pocos escritos, la verdad sea dicha, que nos ayuden a comprender cuál sería el posicionamiento de Unamuno ante la vorágine del presente y, sin embargo, no faltan apuntes con los que ir trenzando un argumento, quizás un discurso. Por ejemplo, en el drama Soledad (1921), una obra en la que el catedrático de Griego se esfuerza por esbozar una teoría de la dramaturgia, los alegatos a favor de superar la división entre los españoles, aunque sea de una manera soterrada, casi al descuido, son bastante elocuentes, pero no tanto como los referidos al ejercicio de la política. En uno de los pasajes del segundo acto, concretamente en la tercera escena, Unamuno brilla por la acerada crítica que dirige a los usos del político de turno, apenas distinguido en su acción por el color de las ideas: «conservador, liberal, socialista, comunista, demócrata. ¡Cada cual se pone su etiqueta y se matrícula y… saca la cartilla! Un tremedal de ramplonería, de vaciedad».

A principios de los años 20 del siglo pasado, en pleno período de entreguerras, Unamuno deja fiel testimonio del juicio que le merecía la práctica habitual de la política en esta esquina del mundo llamada España. Y, llegados a este punto, y haciendo un volatín en el tiempo, me atrevería a asegurar que el vasco no mudaría un ápice el valor de su certero análisis así lo aplicara a la realidad que nos ha tocado vivir. Corrupción a derecha e izquierda, confrontación y crispación, pero todos, desde el primero hasta el último, deseando obtener la tajada correspondiente de la contienda política. En este sentido, la cartilla de Unamuno nos habla de un racionamiento, que no es precisamente el de la posguerra, sino otro muy distinto, el racionamiento de los privilegiados, el de los espabilados entregados al cuento para no tener que trabajar; en suma, el de «los escaños rojos» del parlamento, como los denominaba el genio de Bilbao. No está de más que, a pocas fechas de la cita electoral, tengamos en cuenta el mensaje del eterno rector, especialmente, con vistas a orientarnos en la elección de los que nos han de representar. Bien es verdad que, al constituirse en un sistema de listas cerradas, la empresa se vuelve harto difícil, puesto que hay que espigar aquí y allá. No obstante, la alternativa se presenta con una dificultad todavía mayor, so pena de elevar las candidaturas al ideal marxista, el de Groucho Marx por supuesto, quien confesó que, de enrolarse en la política, lo primero que le exigirían sería «mantener la boca cerrada». Creo unirme a los deseos de mis lectores al expresar que los que ansían la famosa «cartilla de Unamuno» o, por mejor decir, el rumboso talón al portador, tras la celebración de los comicios, mejor hicieran en secundar la exigencia de Marx, ese silencio solemne y respetuoso que tanto necesita un país como el nuestro y del que tanto carecen los ganapanes que pueblan la clase política.

Suscríbete para seguir leyendo