La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

Bienvenido, Monsieur Houellebecq

Michel Houellebecq. REUTERS

Comencemos a lo grande, sin pelos en la lengua, como debe ser en una columna de opinión: «La enorme marea de estupidez izquierdosa», en una frase redonda y certera de Félix de Azúa, aparecida en el último número de la extinta Claves de Razón Práctica, no sabe qué hacer ni cómo interpretar las recientes revueltas en Francia, próxima, si no lo está ya, a una guerra civil en pleno corazón de Europa. La violencia desatada en París, sus alrededores y, por extensión, en el resto de la nación ponen en jaque muchas de las arraigadas convicciones de los progres de turno y amenazan con convertir al continente de las libertades en un polvorín. Pero, realmente, ¿qué está ocurriendo en el país de la racionalidad cartesiana?

La respuesta, si seguimos ciegamente el patrón de la izquierda, no nos llevaría a ningún lado ni arrojaría luz sobre un problema que, disturbio tras disturbio, se hace más grande y peligroso. Por lo tanto, hay que recurrir a otros senderos, a otras perspectivas, lejos de los manidos discursos de la progresía. Aunque resulte extraño, al menos a primera vista, el dar clases a un sinfín de generaciones le surte a uno de un arsenal de razones prácticas, y nunca mejor dicho, para comprender la misma realidad que los políticos de la New Age nos quieren ocultar. Se acordarán que algunos dirigentes de la izquierda radical, la que todavía nos desgobierna, proclamaron que en Venezuela o en la isla de Cuba se comía «cinco veces al día», comparando el nivel de vida español con el de los pueblos bolivarianos, saliendo mal parada, claro está, nuestra realidad. Los heraldos del disparate nacional jamás se descabalgaron de aquella ocurrencia. Y así, sobre el rocín de la ignorancia y el desdén patriótico, se erguían las figuras de Iglesias, Errejón y hasta el inefable Garzón. Sólo que, para mi deleite, los alumnos provenientes de las Antillas o de la patria del Libertador se encargaron de poner negro sobre blanco. Varios muchachos de la Cuba castrista, por ejemplo, no salían de su asombro con los alegatos de la izquierda narcisista y acomplejada. Es más, uno de ellos, harto de las mentiras y para dejar las cosas claras, me enseñó una fotografía de la cartilla de racionamiento de su propia familia en la que se podía leer con la suficiente nitidez que el pueblo cubano tenía –y, por desgracia, tiene aún– prohibida la ingesta de «carne de res». Así se desmontan las paparruchas de tanto Capitán Fantástico, de tanto gañán de la política progre.

Pues, me temo que lo mismo acontece con las revueltas francesas y lo que nos cuentan los voceros mediáticos sobre los incendios de París y la situación de los barrios marginales del extrarradio, la famosa banlieue. En tal caso, no se deje impresionar por el fracasado multiculturalismo, verdadero eje sobre el cual pivota el estallido social y político provocado tras la muerte del joven argelino Nahel en un control policial. Por favor, recurra al «juicio singular y privado», como suplica el citado Azúa, ante la debacle de la inteligencia oficial. Y haga un uso legítimo de la desconfianza, como también nos aconseja desde el pasado remoto un Demóstenes de lo más actual y necesario, quien, en la segunda de las Filípicas, lanza este mensaje hacia el presente: «Todo tirano es enemigo de la libertad y adversario de las leyes». Y ese moderno Filipo de Macedonia, oculto entre una madeja de huecos argumentos, es el pujante islamismo cultural, ese mismo que está haciendo saltar las costuras de la Quinta República y al que continuamente niegan los portavoces de Bruselas y los medios informativos afines, cuando, en lo profundo de la cuestión, resulta ser la piedra de toque de la quiebra institucional que hoy se palpa en las calles de Francia.

Estamos a las puertas de lo que Michel Houellebecq pronosticó en una de sus obras, quizás la más polémica, pero también la más elocuente. Una novela de título premonitorio, Sumisión (2015), que, si nadie lo remedia, se hará verdad en apenas unos años, justo los que tenemos para revertir la situación. Alejémonos de la indigencia intelectual de una izquierda sorprendida por la magnitud del fenómeno, de su irritante hipocresía, y defendamos con uñas y dientes la esencia de un continente humillado por el rodillo multicultural.

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