En las últimas semanas coinciden aniversarios de sangrientos golpes de estado contra democracias, y escándalos vinculados a la denigración de diferentes personas en redes sociales y otras plataformas digitales (especialmente mujeres jóvenes y por humillaciones de carácter sexual). Estos últimos hechos prolongan algo más general: una cultura de desprotección de la intimidad y el honor ante la potencia de daño de la esfera digital.
Aparentemente estos dos fenómenos no tienen nada que ver, y sin embargo tienen un fuerte nexo de unión ya que, desgraciadamente, intercambian disfuncionalmente algunos de los remedios a priori lógicos que se les deberían aplicar. La memoria, su defensa, práctica y pedagogía es básica para la supervivencia de la convivencia. Hoy día, seguramente por el auge de movimientos reaccionarios y de extrema derecha, que defienden desde el populismo soluciones simples ante problemas complejos, crece un desconocimiento en mucha gente joven de lo que pasó no hace tantas décadas en Europa o en Latinoamérica. Adolescentes que hacen bromas con el saludo nazi en Tik Tok o selfies con filtros estéticos a las puertas de un campo de exterminio. Al arrojarnos unos a otros la memoria, o al directamente falsear los hechos históricos renunciando a ella, no somos conscientes del peligro que como sociedad supone renunciar a la pedagogía de la historia para aprender de aquello que nunca debería volver a ocurrir.
Por contra, el necesario derecho al olvido respecto a la calumnia o a la humillación pública que se da en el ciberespacio (el cual ha multiplicado el alcance y por tanto también el daño que causan estas prácticas), si bien avanza en el plano jurídico parece cada vez más olvidado en los valores y prácticas que compartimos como comunidad. Esas personas humilladas o falsamente acusadas nunca tendrán ni la centésima parte de reconocimiento del dolor que el que se otorgó para hacerles daño (sabiendo además que en muchas ocasiones el perdón no repararía el sufrimiento). Es curioso cómo en estos tiempos de permanente enfrentamiento y análisis desde lugares comunes, no somos capaces de ver cómo simplemente con intercambiar los usos del olvido y la memoria, creceríamos notablemente en la defensa de una democracia más sólida y justa.