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Emilio Vicente Matéu

Tribuna abierta

Emilio Vicente Matéu

¿Quién fue Dámaso Serna?

Escaleritas

Por la parte alta de nuestra ciudad, en la Avda. de Escaleritas, nos encontramos una pequeña calle transversal dedicada al sacerdote claretiano Padre Dámaso Serna. Y como el paso del tiempo es tan inmisericorde con la memoria, para la mayoría de los ciudadanos que la transiten posiblemente se trate de una persona anónima, aun cuando en su momento fuera reconocida con méritos suficientes como para perpetuar su recuerdo entre nosotros.

La trayectoria canaria del Padre Dámaso Serna Román, que ese era su nombre completo, fue muy curiosa, dejando en evidencia que cuando el mejor destino establece planes sobre las personas, nada consigue torcerlo; y él estaba predestinado para ser canario con pleno derecho. Había nacido en Villasandino (Burgos) el año 1871, siendo ordenado sacerdote en 1898. Ese mismo año recibe su primer destino a la misión de Fernando Poo que los claretianos atendían en la entonces llamada Guinea Española. Con el fin de adaptarse mejor a tierras guineanas se le sugirió que primeramente hiciera escala en Las Palmas de Gran Canaria antes de dirigirse a su destino final. Misterio de la Providencia. Durante su escala canaria falleció en la península el superior que había determinado su destino y ello posiblemente motivó que se olvidaran de él, con la consecuencia que desde entonces y hasta su fallecimiento el 13 de mayo 1969, permaneciera entre nosotros sin permitirse cualquier ausencia de nuestra isla ni aun a los destinos más próximos. Setenta años ininterrumpidos de entrega amablemente generosa a nuestra tierra.

Desde el primer momento, el Padrito Serna, como así se le conocía, se volcó literalmente para darse a nuestra sociedad. Como teólogo y pedagogo dedicó su esfuerzo en impulsar el incipiente colegio que fundara poco antes el Padre Hilario Brososa; pero él tenía un alma misionera al estilo de Claret, y esto lo llevó a transitar todos los caminos y pueblos de nuestra isla, a pie o a lomos de asno, llevando el mensaje del Evangelio y manteniendo viva la llama que encendiera Claret unos pocos años antes.

Pero eso no fue todo. El Padre Serna desarrolló una gran labor junto a los enfermos, a quienes visitaba para acompañarlos, consolarlos, dialogar con ellos y llevar a los necesitados importantes cantidades de alimentos, medicinas y dinero. En este sentido su labor fue admirable, particularmente durante los tiempos de guerra. Y cuando con el paso de los años sus fuerzas ya no eran las mismas, siempre estaba dispuesto para acoger a cuantos desearan encontrar consuelo y luz en sus palabras y en el afecto que transmitía su persona; así hasta el final de su vida.

Ante él pasaron, como consultor o confesor, personas de todas las clases sociales, edades y sexos, entre los que se encontraba el propio obispo de Canarias Monseñor Pildain y Zapiain, además de numerosos religiosos, sacerdotes diocesanos y seminaristas, valorando sus cualidades extraordinarias y sus dones de prudencia y consejo, tal como publica el periodista Antonio Cruz en La Provincia del 16 de mayo de 1969.

En su ánimo de reconocer la generosa labor sacerdotal y misionera del Padre Serna, la prensa local intentaba cuantificar su ministerio señalando por miles y aun millones sus administraciones sacramentales; pero junto a ello, y más principalmente, todos reconocían en el Padre Serna su carácter positivo, cariñoso y jovial; su acogedora bondad; su talante que inspiraba confianza y daba respuesta cumplida a las necesidades de las almas agobiadas.

Falleció el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima, y la noticia causó enorme consternación en toda la isla y aun en toda la provincia. El Eco de Canarias decía: “Todos profesábamos gran afecto y respeto a este admirable misionero que durante setenta años ejerció su apostolado en Las Palmas. Su dilatada labor, su bien probado amor a Canarias, bien merece que su nombre se perpetúe entre nosotros”. También La Provincia decía de él: “Las Palmas ha perdido a uno de sus grandes hombres. Era una institución entre los canarios, a los que dedicó setenta años de su vida, día a día y hora a hora. En varios plenos municipales se habló muchas veces de la necesidad de inmortalizar su nombre dedicándole una calle de Las Palmas, idea que ahora se debe llevar a cabo con urgente necesidad”.

Al fin, el Excmo Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria fue receptivo a las demandas de los ciudadanos, y en sesión plenaria le dedicó un homenaje a título póstumo, acordándose por unanimidad dedicar una calle de nuestra ciudad en su memoria.

El sepelio fue multitudinario. Toda la ciudad dijo adiós al Padre Serna. La misa de corpore insepulto celebrada en la Parroquia del Corazón de María fue presidida por monseñor Pildain, acompañada por sus hermanos de comunidad y con asistencia de representantes del Cabildo Catedralicio, del Cabildo Insular, de los tres ejércitos y de distintas delegaciones ministeriales.

Cuando se cumple el primer aniversario de la muerte de otro claretiano insigne cuyo eco aún reverbera en nuestro recuerdo, el Padre Pedro Fuertes, merece la pena recuperar la memoria de aquellos misioneros que, como el Padre Dámaso Serna, cimentaron tan firmemente la presencia claretiana en nuestra tierra y permanecen con plena vigencia en los sentimientos más profundos de nuestra sociedad.

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