El revés y el derecho

La hora rara de España

Esa zona de Ferraz, donde está el partido que fue de Felipe González y que ahora ya no le pertenece a su corazón del todo, ha sido atacada todas estas noches

Nueva manifestación contra la amnistía en la calle Ferraz de Madrid.

Nueva manifestación contra la amnistía en la calle Ferraz de Madrid. / José Luis Roca

Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz

España, mi país, que vivió rarezas extraordinarias en el pasado, desde que conquistó América hasta que perdió todas sus colonias y, en un momento nefasto de la historia contemporánea, se abrió las venas a la guerra civil, vive ahora un tiempo extraño y peligroso, que no tiene que ver sólo con el mal aire que tiene el mundo sino con las herencias de su propio mal aire. De ese pasado que lo persigue como una bala que hubiera quedado libre y apuntara otra vez contra su suerte.

Salvada del franquismo, y de su herencia, por políticos que dejaron a un lado sus diversos grados de partidismo para situarse en el medio de la tabla de sus reivindicaciones para convertir el porvenir en una inteligencia casi suave y compartida, España ahora vive como un renacimiento de sus malestares viejos. La incierta, y dura, salida de las últimas elecciones, que dejaron el tablero dividido entre la derecha y la izquierda como si fueran gallos (de los de Juan Rulfo) de pelea, dio de sí una emboscada de egos políticos que no han cesado de darse codazos.

La izquierda y la derecha en el cosmos español ha sido, en época de democracia, un dúo bastante bien avenido dadas las circunstancias. Desde Adolfo Suárez, que suavizó con inteligencia, y muchas dificultades, porque estaban acechando los terrorismos, aquel periodo que se llamó Transición, esa dualidad de poder (los rojos, los blancos: pongámoslo así) se fue haciendo al futuro con una última bendición, tan esperada: la Eta dejó de matar.

Inmediatamente después, establecido un aterrizaje razonable para que el futuro fuera europeo y no tan españolísimo que nos siguiera reclamando para la riña, cambiaron los equilibrios derecha-izquierda y empezaron a darse codos los extremos. Un grupo de jóvenes que eran como aquellos airados ingleses del teatro, los jóvenes airados, decidieron que aquella democracia de la Transición era obsoleta, y quisieron darle la vuelta a la tortilla del entendimiento del viejo-joven régimen.

Hubo gente (recuerdo a veteranos de la posguerra antinazi, o a intelectuales del centro de Europa) que vino a ver qué pasaba con aquella generación de muchachos que había bebido, por ejemplo del kirchsnerismo argentino, el ejemplo a seguir para tomar al asalto el poder en España. Y llegó al poder, de la mano del Partido Socialista de Pedro Sánchez, hasta que aquellos airados se les fue diluyendo el pirulí y ahora aquella esperanza de futuro de los jóvenes de melena infinita se convirtió en pasado. Ese pasado está ahora a punto de ser pasado perfecto, es decir, liquidado.

Pero no fue la izquierda que llenó las calles el único factor de cambio enfrentado a los naufragios sucesivos de los ganadores, por cansancio, por naderías, de la Transición… El Partido Popular, una derecha que había aglutinado un franquista que parecía sin remedio, Manuel Fraga Iribarne, censor en su tiempo, y luego hasta amigo del líder comunista Santiago Carrillo, o al menos presentador suyo en su regreso público desde la clandestinidad, armó ese partido con los restos del propio naufragio dictatorial, y unió a los de un lado y a los de otro (la derecha normal y la derecha ultramontana) y con ese bagaje fue sorteando el hecho real que ahora, hace unos años, se ha puesto de manifiesto: la derecha suave se fue quedando donde estaba, pero los jóvenes cachorros del extremo de ese tablero decidieron que había que romper la baraja.

Santiago Abascal, el amigo de Milei, discípulo de los más ultras del dominio de la derecha española, produjo una escisión que tiene nombre de diccionario, Vox, y aquí empezó España a escuchar de nuevo himnos que se habían apagado cuando se apagó, por decirlo así, la lucecita del Pardo, aquella que Franco mantuvo encendida hasta la muerte.

La extrema derecha, que había estado en el poder desde el final de la guerra civil, resucitó de la mano, de las manos abiertas, alzadas al cielo, lanzadas al aire alegre de la paz, como se decía tras la guerra, y regresaron las ateridas avenidas del tiempo nuevo y el dichoso periodo de la Transición con mayúsculas se convirtió en un trapo viejo. Los que venían de lo alto del régimen anterior se hicieron hasta con la voluntad del Partido Popular. En las últimas elecciones, que no dieron de sí gobierno alguno, Abascal y los suyos consiguieron que el PP (en la mano ahora de un gallego como Fraga, Alberto Núñez Feijóo) les diera poderes locales y regionales, los puso cerca del mando, y ahí se armó de pronto una guerra verbal que parece ahora el guirigay español, con ruido y miedo incluidos. Otra vez.

Para que el asunto se hiciera más picante (y, en serio, más peligroso) aquellas elecciones tan indecisas dieron de sí un desencuentro grave: nadie ganó, o no ganó lo suficiente, ni la derecha ganó, ni el socialismo ganó, ni ganaron los extremos. Pero los socialistas, los herederos de Felipe González que ahora no son tan cercanos al mítico líder que ganó por goleada a los herederos fracasados de Adolfo Suárez, estaban más cerca del poder si los prófugos de Puigdemont, el presidente catalán que dejó este país cuando no pudo declarar la independencia de la nación que busca, se hicieron votos suficientes como para compensar la derrota dulce de Pedro Sánchez.

Aquí se reanudó una batalla que este jueves, cuando escribo, se ha puesto en alto en dramáticas circunstancias de las que ustedes han ido sabiendo. Como para recibir el préstamo de votos necesarios y gobernar de nuevo, la izquierda del PSOE tenía que hacer concesiones a los de Puigdemont y como eso al final se ha puesto en marcha, y en serio, las derechas que ya han sido descritas, así como altos representantes de la política y de la academia y de la judicatura españolas, además de prensa abundante y hasta las calles, se han puesto en contra del socialismo que ya no representa Felipe González. Ahora el que manda es Pedro Sánchez, el hombre más insultado de la política española desde… Felipe González, por cierto.

Esta semana España, el centro de España, exactamente el lugar en el que aquel líder que repuso a la izquierda en el pódium de la España constitucional, ha sido mancillado una y otra noche por la ultraderecha de Vox e insultado por quienes no quieren ni en pintura a Pedro Sánchez, ni, por supuesto, el azaroso dibujo electoral que le daría a los independentistas la posibilidad de compartir futuro con quienes no los quieren ver ni en pintura como garantes posibles del futuro político del país.

Esa zona de Ferraz, donde está el partido que fue de Felipe González y que ahora ya no le pertenece a su corazón del todo, ha sido atacada todas estas noches. Como una guerra chiquita, pero de veras como una guerra. Y España ha empezado a tiritar, como cuando tiritábamos al comienzo de la Transición y se llenaban las calles de policías y de ruido serio, de temor y de ruido. Tanto ruido que, para acabar de sonar, sonó a disparo este jueves en el Barrio de Salamanca. Un antiguo político, cofundador de Vox, Alejo Vidal Cuadras, fue víctima de un atentado que lo dejó en estado de extrema gravedad en uno de los barrios («el cogollito», lo llama el novelista Manuel Longares en Romanticismo) en los que se ha hecho fuerte de siempre la derecha en Madrid. Dos bandidos (dice el veterano político que probablemente enviados por sus enemigos del régimen iraní) le dispararon a bocajarro desde una moto cualquiera. Y eso ha disparado aquí otra dosis de extrañeza y miedo.

Yo tengo miedo, nací en el miedo y después del miedo. Pero el miedo siempre es una cuchara que vuelve a estar caliente cuando no sabes por dónde has de agarrarla para que no te queme.

Rara, España está muy rara. Los argentinos dirán: «Pues ya somos dos». Somos todos, el mundo está verdaderamente raro. Romanticismo) novelista Manuel Longares en rara,ra que vuelve a estar caliente cuando no sabes por drid. Dos bandidos le dispara

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