España sufre de hipertensión de nuevo. Volvemos a un clásico de la política y la historia como Salvador de Madariaga para confirmar que la enfermedad política española es la alta presión. El diplomático y escritor ofrecía tal diagnóstico en la segunda mitad del siglo XX. Más aún podría decir hoy en este siglo XXI con las ardientes redes sociales. El cuerpo nacional sufre. Salta a la vista. La alta tensión que se ha reiterado en el Congreso y en las calles provoca, por ejemplo, en la realidad cercana, que el profesor universitario Rafael Esparza abandone un grupo de Whatsapp debido al lenguaje y los cruces de contenidos que acaban resultando nocivos para cuerpo y alma. La intransigencia se encierra en su dogmatismo sin admitir los planteamientos de los otros; más aún, tiene por enemigos a todos aquellos que no piensan igual. España debe ser uno de los países con más fascistas y comunistas por metro de acera. «Mesura hasta en el sufrimiento», recomendaba Camilo José Cela a Felipe VI al recoger el premio que llevaba el nombre del Príncipe. El diálogo, la conversación, el intercambio de palabras son esenciales para la vida.
El riesgo de este momento y el error de otro tiempo, volviendo a Madariaga, ha sido formar dos sistemas incompatibles que dividieron al pueblo y causaron la tragedia española, entre «hunos y hotros», que definió Unamuno. Lorenzo Olarte, que ha vivido de cerca amnistías anteriores, se define hombre de centro, tanto como el recordado ingeniero y académico, y lo tiene claro. Toda amnistía es anticonstitucional, a su juicio, y la que concedió en 1977 su admirado Adolfo Suárez fue «política y de reconciliación». En esta medida de gracia de Pedro Sánchez, por ahora, no se contempla la reconciliación. Ahora bien, cualquier momento es bueno para comenzar y ninguno es tan terrible para claudicar.