A quién no le gusta la fruta? ¿Quién no aprecia el deleite de una pieza a los postres, unos gajos, un racimo, en zumo o en néctar? A Isabel Díaz Ayuso, Agustina de Aragón del sanchismo, le encanta. Y eso no debe considerarse una hijoputez sino un hábito muy saludable que disfrutado en exceso puede provocar estreñimiento. Cuando Pedro Sánchez aludió durante su investidura un presunto caso de corrupción del hermano de Ayuso, la presidenta madrileña podría haber respondido desde la tribuna de invitados con un bombardeo de manzanas reinetas. Pero prefirió bisbisear: «Me gusta la fruta». ¿Cabe actitud más zen?
El caso es que desde que acceden rufianes al Parlamento, deslenguados indecorosos y zafios patanes de la palabra, lo mejor es apagar la tele, coger un libro y apreciar las virtudes de una tosta de aguacate.
Meses antes del estallido del 36, un diputado socialista protagonizó el incidente más bochornoso de cuantos se han vivido en las Cortes españolas. Se celebraba la sesión de apertura tras las elecciones generales de febrero, ganadas por el Frente Popular. Apenas abierta la sesión los diputados de la mayoría frentepopulista se pusieron en pie y con el puño en alto entonaron La Internacional. El ambiente comenzó a caldearse.
Cuando el presidente de la Cámara, el monárquico Ramón de Carranza, ordenó levantar la sesión, un diputado del PSOE le gritó: «¡Diga usted ‘Viva la República!’». A lo que el otro respondió en voz alta: «No me da la gana». Se formó un tumulto y el diputado de marras intentó agredirle. Se salvó protegido por uno de la CEDA. De ahí a la guerra, meses.
Contaban a los becarios de mi época que hacían prácticas en «ABC» que el editor de entonces, Torcuato Luca de Tena, pidió a su mejor cronista, Wenceslao Fernández Flórez, de pluma cítrica, que acudiera a reseñar el acto. De vuelta del Congreso, Fernández Flórez le dijo a su jefe que no escribiría nada de lo que allí había visto. «Mejor mande a alguien de sucesos».
En consecuencia, le pido a mi director que no me mande a cubrir actos políticos de tal jaez, pues no sabría contenerme. Mejor que llame al Comidista.