Querido amigo Siempre he pensado que más de un capítulo del «Macondo» de García Marques se podría escribir perfectamente con las historias que te cuentan en Telde. No hay más que ver lo que me contaron recientemente en uno de esos tenderetes que improvisamos con los amigos en algún bar del pueblo.
Resulta que, según me dijeron, a principios del siglo pasado un niño de origen colombiano llamado Magdaleno Díaz, no paraba de llorar por los dolores de estómago que padecía desde el día en que nació. Sus padres eran unos inmigrantes que habían llegado de Medellín a principios del siglo pasado y que se habían establecido en nuestra ciudad.
Llevaron al niño a infinidad de médicos y curanderos, pero ninguno supo decir el porqué de aquella dolencia. Hasta que, ya cumplidos los 13 años, un internista encontró pepitas de oro en sus heces. Es decir, que el niño cagaba oro…
Como te puedes imaginar, Gregorio, el muchacho, que ya estaba en los huesos de tanto medicamento, paso a tener una cagalera permanente por mor de encontrar en sus heces unas pocas pepitas que cada vez eran más escasas, hasta que se acabaron y con ellas el pobre Magdaleno, que un día apareció muerto en medio de una gran charca de mierda.
El pobre se había pasado los días sentado en un retrete que habían aprovisionado con una malla fina para que no se les escapara ninguna de las pepitas, al tiempo que pensaban cuanto oro habían echado a la mierda desde que el niño nació...
Como bien se sabe por las crónicas de los exploradores españoles del S XVI, El Dorado era una ciudad hecha de oro ubicada en Colombia en una zona donde existían abundantes minas de ese metal.
En una ocasión los conquistadores supieron de una ceremonia donde el rey indígena «se convertía en oro», aunque solo se cubría con polvo de oro, pero la noticia les atrajo enseguida a Bogotá.
Los nativos, sin embargo, no le daban mayor valor, pero descubrieron la debilidad de los españoles por los metales preciosos y lo utilizaron en su favor creando fábulas sobre lugares maravillosos en los confines de la región.
Según esas crónicas, Núñez de Balboa decidió hacer un reparto de oro entre sus soldados, lo cual provocó una tremenda riña entre los que no estaban conforme. Entonces el jefe de los nativos dijo algo así: «Si hubiese sabido que por mi oro ibais a reñir, no os lo hubiese dado, que soy amigo de paz y concordia. Si siendo tan amigos reñís por cosa tan vil, más os valiera estar en vuestra tierra si es que hay gente tan sabia y pulida como afirmáis, y no venir a reñir en la ajena donde vivimos contentos los que vosotros llamáis bárbaros».
Lo cierto es que tampoco hemos cambiado mucho, Gregorio, porque mucha gente sigue hurgando en la mierda ajena en busca de oro…
Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.