Opinión | Reseteando

De la próstata a la irreal Kate

Kate Middleton

Kate Middleton / THOMAS KRYCH / ZUMA PRESS / CONT - Archivo

Llegado el momento en que la pala ya no da para amontonar tanta mierda, lo suyo es volver la vista a la Pérfida Albión y ver qué se cuece entre las vísceras de una monarquía que podría perpetuarse todavía más. O bien, ser convertida en trapo por unos herederos que se traumatizan fácilmente, todo lo contrario a la innata capacidad de Isabel II para asentar su pesada mochila de piedras. Preocupado por las carcoma de la realidad, me acerco al misterio de la enfermedad de Kate Middleton, posterior o coincidente (no sé ya) al ataque prostático del rey Carlos III y al hastío repentino de Camilla, que le llevó a marcharse al campo para no cogerse una arritmia. No sé si es leyenda o no, pero en algún sitio leí que a la adorada Evita Perón, muerta o casi, la sentaban en el coche oficial como si estuviese viva para que la devoción populista no sucumbiese. Fue lo más macabro que me vino a la cabeza con el lío de las fotos trucadas de la esposa del príncipe Guillermo, que por dos ocasiones ha sido situada a través de un montaje en escenarios reales y muy actuales. El burdo truco, lógicamente, no sólo no ha colado, sino que ha sido el pretexto ideal para reabrir el debate sobre la durabilidad de la corona, al margen de todo tipo de teorías sobre la salud de la heredera, una ruptura, una depresión modelo Masako, un mal grave o una cirugía estética inflamatoria. Para la ciencia política, el entramado no deja de tener su atractivo: la ranciedad monárquica sostiene que aún puede manipular a sus súbditos, bajo la creencia de que el boato y los ritos de sus siglos son suficientes para petrificar a la opinión. En contra, el argumento de que el negociado se adentra en una crisis tan virulenta como la derivada de la trágica muerte de Lady Di, pilotada con extremo tacticismo por la anterior reina, a la que no se la caían los anillos a la hora de girar el timón en señal de rectificación. Pero ahora el monarca es Carlos III, un sujeto al que estar al frente de los destinos monárquicos no le quita el sueño. Su próstata, las verduras de la hacienda, el compost ecológico y la tinta de su pluma son, entre otras, las prioridades de su melancolía.

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