Opinión | Hoja de calendario

Antonio Papell

¿Regresará el servicio militar obligatorio?

El Rey Felipe ha visitado a su hija la Princesa Leonor durante sus ejercios de entrenamiento militar en el Centro Nacional de Adiestramiento de San Gregorio

El Rey Felipe ha visitado a su hija la Princesa Leonor durante sus ejercios de entrenamiento militar en el Centro Nacional de Adiestramiento de San Gregorio / CASA S.M. EL REY

Durante la Guerra Fría, los ejércitos convencionales perdieron importancia porque la estabilidad entre Oriente y Occidente se supeditaba al equilibrio nuclear estratégico, que frenaba preventivamente todos los conflictos. Al concluir a partir de 1989 el modelo bipolar, los analistas advirtieron de que probablemente el mundo se llenaría de conflictos regionales limitados, ya que las grandes potencias mitigarían su dominio sobre sus respectivas zonas de influencia y las querellas volverían a resolverse a cañonazos. Después de una pausa, en que los más confiados creyeron en la posibilidad de la utopía del fin de la historia de Fukuyama, la inestabilidad fue cobrando cuerpo. En 2014, Rusia invadió Crimea sin que la OTAN interviniera porque Ucrania no pertenecía a ella; en 2022, Moscú, envalentonado, declaró la guerra a Ucrania para apoderarse de las provincias orientales del Dombás, de lengua y cultura rusas. En esta ocasión, como es conocido, occidente sí ha respondido mediante sanciones al agresor (más simbólicas que efectivas) y un sólido apoyo táctico y estratégico a Kiev, que no incluye aporte de tropas y, por lo tanto, no supone en sentido estricto la involucración militar de los aliados en la contienda.

La OTAN ha reforzado sus defensas en los países limítrofes con Rusia y ha comenzado en la Unión Europea un rearme que es el reflejo del temor que inspira el expansionismo de una potencia autoritaria como Rusia. Todo este proceso ha producido un cambio de mentalidad, y la mayoría de los países comunitarios han elevado sus presupuestos de defensa hasta sobrepasar el 2% del PIB, a la vez que están acomodando sus ejércitos a los nuevos requerimientos. En un continente que, tras la Segunda Guerra Mundial, disfrutaba de la paz democrática en un marco casi bucólico, el temor a la arbitrariedad de Putin está auspiciando decisiones que parecían imposibles. Lituania, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Letonia, Austria, Grecia y Estonia ya tienen actualmente algún tipo de servicio militar obligatorio, y la pasada semana Dinamarca ampliaba ese servicio masculino a las mujeres, algo que ya habían hecho no hace mucho Noruega y Suecia. Alemania, que quiere alcanzar los 200.000 soldados en 2023 (actualmente tiene 30.000 menos), está importando el modelo sueco, que permite reclutar las tropas necesarias mediante levas por sorteo entre todos los jóvenes de determinada edad. Francia, que eliminó el servicio militar obligatorio en 2021, está pensando en restablecer un breve servicio social obligatorio para todos los jóvenes.

El rechazo

España eliminó el servicio militar obligatorio, que había durado dos siglos, mediante un real decreto de 9 de marzo de 2001 firmado por Aznar. El rechazo a aquella institución era muy amplio, tanto por razones históricas como políticas, y la objeción de conciencia se generalizó, lo que obligó a sustituir paulatinamente las quintas por unas tropas profesionales.

Actualmente, el personal al servicio de la Administración Militar asciende a 139.000 efectivos (125.000 en activo y 14.000 en la reserva), que representan el 0,3% de la población española, porcentaje semejante al de la mayoría de los países grandes de la UE. De ellos, unos 52.000 son militares de carrera en activo. La reforma, si procede, no parece que haya de consistir en incrementar estas dotaciones, sino en mejorar sus capacidades mediante más y mejor armamento, que requiere mayores inversiones.

En España no sería popular en absoluto recuperar la universalidad y la obligatoriedad del servicio militar, que, por otra parte, no es ni deseable ni necesaria. En los ejércitos modernos la efectividad no está ligada al número de combatientes, sino a la calidad y cantidad del material de guerra y a la preparación técnica de quienes han de utilizarlo, por lo que la defensa ha de dejarse en manos de expertos. Además, este país es crónicamente excedentario en trabajo, y las Fuerzas Armadas ocupan un importante nicho de empleo que no tendría sentido eliminar trasvasando a profesionales de otros ámbitos.

Sí, en cambio, España debe superar viejos recelos y sumarse con más recursos a la defensa de nuestro modelo europeo. En esta Europa de las libertades ya no tiene sentido hablar de antimilitarismo porque el ejército ya no es un poder fáctico ni podría llegar a serlo. Nuestra milicia es un cuerpo de funcionarios especializados, pero estos solo podrán llevar a cabo la tarea determinante que tienen asignada si se dotan de las herramientas y del material adecuado y si reciben el impulso masivo, si no unánime, de una colectividad que ha de tomar conciencia del riesgo y de la necesidad que hay de abortarlo.