Opinión | Vuelva usted mañana

Buen espectáculo estival

El Supremo no aplica la amnistía a Puigdemont: mantiene la malversación y orden de arresto

El Supremo no aplica la amnistía a Puigdemont: mantiene la malversación y orden de arresto

O el país vive en un colosal esperpento y todos hemos sucumbido a ser figurantes de la chirigota nacional o, podría ser, piensan los directores de escena, quienes nos dirigen porque los hemos elegido, que nuestra tradicional facilidad de adaptación y de representar el papel asignado con la vehemencia que nos caracteriza, convierte el sainete en agua limpia e inmaculada. De ahí y del gusto por la buena vida y los calores de agosto, que los españoles presenciemos con cierta indiferencia, pero cautivados por la ironía que puede tornarse en indignación en un momento, los actos de la comedia bufa que nos regalan con ese desparpajo tan típico, recordando en mucho a nuestros patrios pícaros ahora revestidos de solemnidad, pero en el fondo, arraigados en la tradición secular. No. Aquí no rigen los modos de Maquiavelo, del Renacimiento foráneo, sino los del Lazarillo de Tormes entre otros personajes cercanos. Te roban con donaire y exculpaciones de justicia. Huyen por los tejados dejando a los «corchetes» sin presa y con el trasero al aire. Y ponen esa cara de inocencia excelsa culpando al otro cuando es imposible duda alguna de la coyunda generalizada en el libreto ya escrito.

Lo de Cataluña es el colmo del buen hacer, si de mover a la risa es lo pretendido. Y lo consiguen, pues forma parte de lo cotidiano en esta piel de toro. El respetable les aplaude con la entrega merecida al disparate expuesto con maestría inigualable. Sin complejos. Con naturalidad. Saben ellos, los actores, que sus palabras son eso, palabras, ficción, que por tanto no pueden ni deben ajustarse a la realidad. Y el público en general, no los entusiastas, los entiende así e, incluso, muchos, gente sobria y destacada, las reproduce con el mismo fingimiento, bordando el papel secundario asumido y aceptado. Magistral el espectáculo. Estival. Insuperable.

España es el Rastro, donde todo se vende y compra tras el regateo que concede al negocio esa pátina de virtud que se expone como victoria del comprador y que siempre, como bien sabemos, beneficia a quien vende. Como decía Patxi Andión, en el Rastro: «Somos todo lo honrados que usted quiera creer». Y lo creemos. O hacemos como que lo creemos si con ello perjudicamos al puesto de al lado. Venden y les compran. Todo en almoneda. Y aplaudidos con fervor y entusiasmo, aunque en privado y entre amigos no renunciemos a mostrar la dignidad del hidalgo que llevamos dentro.

Un fugado, antes en el maletero de un coche y ahora tras un acuerdo a varias bandas, es el dueño de un país que ha encontrado en el personaje algo de místico. Con sus escasas armas y aprovechando la nula sutileza del presidente ha conseguido en pocos meses transformar un Estado constitucional en una suerte de extraña federación en la que la proclamada igualdad queda reducida a la discriminación positiva, es decir, a la desigualdad con calificativos que la dulcifican. Y así será ya, sin que el futuro haya llegado aún. La brecha en la Constitución es tan ancha que todo cabe si se puede vender y comprar. Y barato, porque la generosidad con el amigo es infinita.

Un país, el nuestro, en el que la ley es voluble. Indultos y amnistías, despenalizaciones de hechos graves a gusto del vendedor, impunidades reclamadas bajo el hermoso manto del amor, cargos repartidos con desprecio al mérito y la capacidad, ahora retrógrada herencia de la fachosfera que no capta el encanto de la fidelidad pagada y de la mente vendida a buen precio.

Informes jurídicos hechos por encargo acá, querellas presentadas por quien actúa bajo demanda acullá, cambios de opinión que nos retrotraen a años pasados aquí y allí, ideas luminosas con eficacia dudosa muy cerca, son ejemplos de que todos cumplen su papel, el esperado y que nada hay nuevo bajo el sol. Abandonen toda esperanza es la máxima dantesca en este renacer que reproduce lo ya vivido. Muy cerca de nosotros y lejos también se oculta lo que no puede taparse disfrazado de vacuidad y, como siempre, con el regocijo de las huestes prestas al fervor porque la libertad no está de moda.

Un público agradecido y anonadado asiente y vibra ante el desvarío expuesto con poca sutileza, esperpento, melodrama, con final ignoto porque el telón no se baja, todo continúa para solaz de los españolitos de una y otra España que ven con un solo ojo siempre, como sostenía Ortega y Gasset.

Este verano, contra nuestra tradición consistente en dormir la siesta, se ha aprovechado para lo que septiembre espera, inevitable. Recuperados todos empezará la fiesta. Aquí, salvo que remedien el desliz o llueva a mares, van a caer chuzos de punta. Mejor sería que se tomaran vacaciones e hicieran las paces con ese pasado que parecen no querer dejar en el olvido. Los nostálgicos están en quienes no se aquietan al presente y el futuro.

Allanar el camino no es allanarse. No es lo mismo. Mejor allanar el paso al futuro que entrar en una espiral imitadora de otros tiempos y colores. Me recuerda el art. 6 de la Constitución de 1812 (La Pepa), según el cual los españoles tenemos la obligación de ser justos y benéficos. Pero mientras cumplimos con este deber, conviene recordar que justicia y beneficencia no son ingenuidad.

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