Opinión | Observatorio
El parto de Ursula

El parto de Ursula / La Provincia
Kissinger ya lo advirtió: el talón de Aquiles de Europa es que no tiene teléfono. Aludía así a la ausencia de un mando claro pues, a diferencia de Estados Unidos, no hay un presidente que en los grandes asuntos tenga la última palabra. La actual presidenta de la Comisión de Bruselas, Ursula von der Leyen, que repite mandato y que sabe mandar –algunos la juzgan autoritaria–, no puede hacer nada relevante sin contar, para empezar, con el canciller alemán y el presidente francés.
Y es elegida por un Parlamento Europeo muy plural, para lo que necesita una mayoría diversa que va de los populares y liberales a los socialistas y verdes. No siempre se llevan tan rematadamente mal como el PP y el PSOE, pero los consensos… cuestan.
Y ahora Europa, tras Ucrania, el fin de la energía barata del gas ruso y las incógnitas sobre Estados Unidos, a quien tiene «externalizada» la defensa desde hace mucho, tiene que afrontar grandes retos. Lo mínimo que debería tener es un gobierno cohesionado, como el que se exige a cualquier Estado. Pero no. Los 27 comisarios no los elige Ursula sino los 27 países de la UE. Ella solo puede atribuirles competencias y coordinarles. Sean populares o socialistas, vengan del Sur, del Norte, o del Este. Nunca ha sido fácil, pero con los nuevos retos (informe Draghi) todavía lo es menos y la coherencia es aún más imprescindible.
Por eso el parto de Ursula ha sido laborioso. Francia (ella es alemana) debía tener un vicepresidente con peso –Macron exigía nada menos que la estrategia industrial–, pero Ursula se acabó plantando. No quería de vicepresidente a Thierry Breton, con el que la pasada legislatura tuvo grandes choques. Lógico. ¿Aceptaría Pedro Sánchez a Felipe González de vicepresidente? Al final, el domingo, Ursula y Macron pactaron. Stéphan Séjourné, ministro de Exteriores del Gobierno francés en funciones, que tutea al presidente y antiguo líder de los liberales europeos, será el vicepresidente de París.
Segundo asunto, el acuerdo con el grupo socialdemócrata. Debía pactar con Pedro Sánchez pues el PSOE es el partido con más diputados socialistas en Estrasburgo. Ursula y Pedro se llevan bien. Y Teresa Ribera es respetada en Bruselas (la excepción ibérica). Vale, vicepresidenta. Pero no podía tener mando único sobre la agenda verde porque el PPE –su electorado agrícola– y la Francia nuclear son reticentes al presunto fundamentalismo de Ribera. Unir una vicepresidencia a la cartera de Competencia, suceder a la famosa danesa Margrethe Vestager, era un caramelo tentador.
Pero Sánchez se enfurruñó, quería más y además a los socialistas les repelía un vicepresidente de Meloni. Solución: Ribera será vicepresidenta de Transición limpia, justa y competitiva, pero estará acompañada por dos comisarios conservadores (Agricultura y Clima) y por otro socialista (Energía y Vivienda)
Es un buen acuerdo. Para Ursula y para Sánchez. Pero decir que España culmina su poder en Bruselas parece propaganda. Javier Solana y Josep Borrell han sido los grandes embajadores de la UE, nombrados por el Consejo Europeo y, por tanto, independientes de la Comisión. Y Joaquín Almunia (menos presuntuoso que Ribera) fue también vicepresidente y comisario de Competencia. Y Ursula ha dicho a Ribera que no será Vestager, deberá potenciar «campeones europeos» (Draghi). Ribera sabe lo que quiere, ahora deberá saber consensuar.
La tercera pata del parto ha sido Raffaele Fito, propuesto por Meloni. Italia no podía no tener una vicepresidencia de peso porque es la tercera economía de la UE y Meloni debe proseguir su «conversión europea». Además, los comisarios deben ser aprobados por los dos tercios del Parlamento. La mayoría Ursula no va sobrada y puede haber escapes (el PP no votará a Ribera, que dice que es llevar el sanchismo a Bruselas). Más vale pues asegurar esa mayoría con los «conservadores y reformistas» de Meloni, los más moderados de la extrema derecha.
Lo último del parto. La economía y el presupuesto quedan en manos del letón Valdis Dombrovskis y del polaco Piotr Serafin, ambos del PPE. Y no es que Ursula, discípula de Merkel, se haya derechizado, es que en la mayoría de países europeos –los que nombran a los comisarios– gobierna el centroderecha.
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