Opinión | Observatorio
Un guion mal representado

Un guion mal representado / La Provincia
Si Valle Inclán viviera en esta España en la que a nosotros nos ha tocado vivir no tendría que hacer esfuerzo alguno para crear sus esperpentos. Le bastaría con renunciar a toda pasión literaria y reflejar la realidad que nos rodea. No habría de retorcer o representar esa realidad de forma grotesca, exagerada o trastornada. Tampoco atacar, con la ironía de quien descubre que son simples ropajes, los valores que presiden una sociedad que no acaba de encontrar los perdidos por señalados neoliberales venidos del progresismo de hábito y pago que tanto influyen en los pecados seculares. De todo hay. Todo lo que cotidianamente nos pasa, lo que representan quienes nos dirigen con displicencia o irrespetuoso desprecio, es un esperpento no necesitado de prosa que lo adorne.
El drama es que la realidad es realidad y no solo letra impresa y que los personajes, con poder ilimitado, incluso sobre la mente de las masas que profesan “cara al sol” de derecha a izquierda, deciden nuestras vidas, haciendas y honor y un honor que es puesto en almoneda, elevando a los altares laicos a quienes no se merecen ni siquiera la más mínima credibilidad. Qué fracaso descubrir que casi todo lo que elevan a la categoría de dogma de fe es falso, tanto como los sollozos de los pillados en falta, sus encubridores prestos a la defenestración del otrora fiel amigo y fuente de virtud sin parangón. Nada es cierto y es difícil hallar referentes fuera del espectáculo, sainete de malos actores que no se creen su papel y que lo representan con la confianza de que su público es fiel e inamovible. Unos aplauden a rabiar y otros abuchean el mismo guion manoseado y espurio.
Pero Valle Inclán, seguro, ironizaría con los valores que soportan estas tendencias y, con su genio, pondría en el centro del argumento la ambición más vulgar e indisimulada y la compraventa de favores sin freno o límite. Una delicia sería ver trasladados al papel los arreglos y componendas entre pillos y el aplauso creyente de la ceguera del fanatismo elevado a rango de sumisión de la razón y la obsecuencia frente a la nada.
Lo que vale en una época y se eleva a la condición de presupuesto inalienable de la condición humana, en ésta parece ser un mero adorno o, peor aún, un obstáculo, una afrenta, un ataque a lo nuestro más íntimo, aunque chirríen los cimientos de la solidez del argumento y se aprecie en la sesión la burda expresión del desatino ético de los personajes. Da igual. Lo que antes era faro que iluminaba el futuro, es ahora ciega pasión que anula el siglo y lo vacía de contenido. La izquierda de antes es ahora paradigma del fascismo o del neoliberalismo sumido en el pecado y fuente del caos moral. La de ahora se ahoga en descubrimientos que hacen añorar la denostada.
Tiempos estos de moradas inestables en las que reposar es apostar por la ciénaga o abandonar toda esperanza. O conformarse con estar ahí y ser algo junto con algunos, aunque no haya nada y tengamos la conciencia de que es la ambición lo que mueve el mundo y que somos meros paganos de una fiesta ajena y que no disfrutamos.
Los corderos maltratan al lobo decía Goytisolo. Verdad. El lobo común es ignorado por mediocres en convicciones y capacidades, corderos en épocas de demandas de voto que luego gestionan a su libre albedrio e ilimitada soberbia. La bruja mala aparenta hermosura y ofrece un mundo abierto al sueño, aunque protege bajo su sonrisa a quien burla la ética que identifica un discurso, que es discurso, no aspiración digna de quien no la defiende con la fuerza de lo que se cree.
En estos días de un lluvioso octubre, que limpia conciencias y abre horizontes a no se sabe qué, la desesperanza se ha instalado en muchos, fieles del confeso acusador y herejes acusados por éste de los pecados propios de una forma de pensar, no de cada cual y sus veleidades. No hablo de culpabilidades, ni siquiera confesadas; serán los tribunales los que decidan. Pero sí de reconocimiento de culpas, de faltas a la moralidad que definía su ser mismo conforme a sus prédicas. Mal está ser y asumir y, a la par aprovechar la ocasión para imputar a quienes no han cometido las faltas. De esa confusión viene su deriva. Y es que en cada cual hay parte propia y exclusiva que no se explica en los libros de las fuentes ideológicas. Cada uno es como es y saberse frágil es buena lección, tanto como no elevar a nadie al altar de la perfección.
Valle Inclán, en esta semana, sería un simple periodista, no precisaría opinar. Y los demás, corderos sacrificados, lobos maltratados, brujas que son como son, hemos sucumbido a una realidad que desdibuja la felicidad y se ofrece con la crudeza de ser regida por quienes son insensibles a lo cotidiano. Tal vez la culpa sea de todos, que tenemos lo que nos merecemos. Ni más, ni menos. Dejar de ser rebaño podría ser una salida honrosa. Pero para eso habría que volver al colegio y aprender, no aprender a aprender como vendieron con el resultado visto. Incluso leer. Lo que pasa es que hacer libres a las personas puede ser peligroso.
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