Opinión
Sergio Millares
In vino veritas: desahogo popular y represión durante la guerra civil
La parálisis de la represión se quebraba con frecuencia con ayuda de la bebida, los ‘aliviados’ acababan muchas veces entre rejas descubiertos por la red de delatores que tejió la autoridad militar
La ingesta de alcohol por parte de algunos sectores de la población durante la guerra civil es, quizá, el correlato lógico ante las tensiones que se estaban viviendo. Por una parte, existen numerosos testimonios de presos que cuentan que sus torturadores solían beber grandes cantidades de coñac antes del inicio de sus aquelarres represivos en las comisarías, que a veces terminaban con la muerte del preso. Por otra, las personas con simpatías republicanas solían descargar su frustración ante los golpistas de muchas maneras, pero una de ellas era el recurso a la bebida. Y cuando esto pasaba solían exteriorizarlo soltando todo lo que tenían dentro en forma de susurros y/o gritos desinhibidos, lo cual podía costarle la libertad por un tiempo muy largo. Las siguientes líneas se limitarán a contar algunas de estas historias. Preservaremos la identidad de los afectados para no incomodar a sus descendientes.
Haciendo un barrido por toda la documentación del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas, puesto en marcha a partir de la ley correspondiente de 1939, nos encontramos con este fenómeno. Existe un gran número de expedientados por el mismo que con antelación -entre 1936 y 1939- han sido juzgados y condenados en consejos de guerra. Contraviniendo las más elementales normas jurídicas, los jueces franquistas, tanto civiles como militares, no se cortan a la hora de juzgar de nuevo por el mismo motivo. De ahí que los reos sufran cárcel por la instrucción militar y, además, sean multados e inhabilitados años después. Es la (in)justicia franquista que también pone en marcha la barbaridad jurídica de la retroactividad de las leyes, juzgando hechos que no estaban penados en el momento de producirse.
Entre 1936 y 1939 hubo unas 1.600 causas militares en las Islas, gran parte por manifestaciones públicas contra los rebeldes, con ayuda del alcohol
En las primeras semanas del golpe militar son detenidos la inmensa mayoría de los cuadros medios y altos del republicanismo, tanto políticos como sindicales. Todos los dirigentes y elementos destacados del Frente Popular -Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Republicano Federal, Partido Socialista y Partido Comunista- así como elementos importantes del anarcosindicalismo son confinados en cárceles y campos de concentración. Comenzaba la gran purga política franquista en las Islas, que incluyó el asesinato de muchos de ellos, propiciado y/o consentido por las autoridades militares golpistas.
Descabezada la respuesta a la asonada militar, quedaba una amplia base social republicana que permanecía oculta y abrumada por las noticias que circulaban: cadáveres que devuelve el mar o que aparecen en las calles, fusilamientos, desapariciones, torturados malheridos, hospitalizados, regueros de sangre que dejan los camiones que transportan los cadáveres de los fusilados al cementerio, y un largo etcétera que les deja paralizados por el terror.
Pero el silencio se quebraba con cierta frecuencia. Las mujeres republicanas solían exteriorizar su ira y frustración de manera abierta, diáfana, sin necesidad de recurrir a nada que le insuflara ánimos (este será un próximo artículo), pero muchos varones -que no todos, por supuesto- recurrían a la bebida como única manera poder encajar lo que estaba pasando. A algunos se les iba la mano con la cantidad de alcohol ingerida y no podían reprimir lo que estaban rumiando para sus adentros. Insinuaciones a media voz, intercambio de noticias favorables al bando republicano y hasta gritos desesperados son habituales. Ante estas exteriorizaciones peligrosas para el nuevo orden, las autoridades militares tomaron la decisión de reprimir esta forma de disidencia verbal y pusieron en marcha una amplia red de delatores y su maquinaria judicial-punitiva para encausar a los que se salían del plato.
Entre 1936 y 1939 se pusieron en marcha unas 1.600 causas militares en el Archipiélago, la inmensa mayoría de las cuales terminó en consejo de guerra con la correspondiente pena contra los acusados. De todas ellas, un número significativo lo fue contra personas que hicieron manifestaciones públicas contra los rebeldes y a favor de la República, muchas de las cuales habían bebido en exceso. Los escenarios en donde se produjeron variaban. Algunos en el propio bar o taberna, otros en tiendas, otros en coches, pero los más llamativos sitúan a los protagonistas en plena calle, hasta alguno se atrevió a dar gritos subversivos en plena parada militar. Vamos a contar algunos casos:
La causa militar 336/1937 incluirá a cinco vecinos del todavía municipio de San Lorenzo. En la noche del 5 de agosto de 1937 el soldado Antonio GS (Tenoya) se reunió con cuatro amigos en un bar, quienes se habían afiliado recientemente a la Falange, ya transformada en partido único. Tres también eran de Tenoya (Bernardino SS, José GF y Manuel GG) y el otro de Casa Ayala (Manuel AH). Algunos habían tenido un perfil ideológico de izquierdas aunque no destacado, por lo que habían logrado escapar de la represión. El encuentro y la considerable ingesta de alcohol les dio la fuerza suficiente para permanecer en el recinto hasta altas horas de la noche. El soldado cantó una copla: «Quisiera ser anarquista/para derrotar al clero/matar al capitalista/ y darle vida al obrero». El resto secundó el canto con el puño en alto. El cantante, envalentonado, dijo que cuando le enviaran al frente de guerra peninsular pensaba pasarse al bando republicano. Las autoridades recibieron la delación de alguno de los que estaban en el establecimiento, situado en el mismo pueblo de San Lorenzo, y lo vieron claro. Fueron apresados el 9 de septiembre y el 7 de marzo del año siguiente los enjuiciaron militarmente. Al improvisado cantante y, a su vez, candidato a desertor le tocó la pena más alta, la perpetua transformada en 30 años de reclusión mayor, y para el resto 8 años. Todos condenados por adhesión a la rebelión. En 1940 todavía estaban encarcelados, el protagonista en la Prisión Provincial de Las Palmas y los demás en el Campo de Concentración de Gando.
Una tienda de la Portadilla de San José satisface la sed de dos vecinos del Risco de San Juan (el llamado ‘Barrio de la Libertad’ durante la República) pocos días después del golpe militar, en concreto el 29 de julio. Cuando ambos ya estaban a tono se desanudan la lengua. José FP, de profesión mecánico, afiliado al Partido Socialista y vendedor del periódico 'La Voz Obrera', grita «Viva el Frente Popular», «Vivan Azaña y Largo Caballero». A lo que Juan VR, carpintero socialista y contador del Sindicato de Carpinteros y Ebanistas, responde «¡¡¡Viva!!!, mueran los traidores». Fueron detenidos por la policía municipal y menos de dos meses después se les hizo consejo de guerra en la causa 81/1936. Les cayeron cuatro años por injurias al Ejército y cuatro meses y un día por desorden público. A finales de noviembre de 1939 José estaba todavía en el Penal de Gando, mientras que las consecuencias para Juan fueron más graves si cabe. Se le produjo un cuadro de enfermedad mental, definido por el psiquiatra Rafael O’Shanahan Bravo de Laguna como «proceso esquizofrénico con ideas delirantes de contenido persecutorio». Esto último no dejaba de ser una ironía, puesto que, probablemente, todos los republicanos sufrieran dicha manía persecutoria, pero en este caso la patología era tan extrema que cuando el propio Tribunal de Responsabilidades Políticas lo llamó a declarar en 1940 se tuvo que suspender al constatar el propio juez instructor del expediente que el acusado tenía «ideas con falta de coordinación». El pobre Juan pasó algunos años en el Psiquiátrico.
Pero en plena calle se dieron los episodios más destacados, uno de ellos en la misma Plaza de Santa Ana. José MM, empleado en la Imprenta Sol, casado y con diez hijos, vecino de la Ladera Alta de San Juan, había sido miembro del Sindicato de Artes Gráficas y después de la asonada militar entró a formar parte de la Banda de Música de Falange. El 12 de febrero de 1938 acudió a una parada militar en la principal Plaza de Las Palmas de Gran Canaria. En medio del acto, en completo estado de embriaguez, profirió gritos contra el Movimiento Nacional, dio vivas a la Francia libre y al comunismo. Se le incoó la causa 37/1938 y el consejo de guerra lo condenó a 12 años, muchos de los cuales los pasó en el Campo de Concentración de Gando. Naturalmente, los jerifaltes falangistas no dudaron en expulsarlo de la Banda.
Llamativo es el caso de dos obreros del Ayuntamiento de Las Palmas y miembros del Sindicato de Empleados Municipales. En la sentencia del consejo de guerra no se cita que estuvieran bebidos, pero por lo que hicieron no podían estar en otro estado. Se trataba de Blas AS y José PF. El 17 de agosto de 1936, justo un mes después del golpe militar, organizan una manifestación improvisada en el barrio de San Roque compuesta por… ellos dos solos. Ambos caminan por una de sus calles levantando los puños y gritando «¡Viva el Comunismo!», «¡Muera Franco y todos sus satélites!», «Ya nos queda poco» y, además, que iban a tirar una bomba a una casa con la nueva bandera nacional y a la iglesia del barrio. Consejo de guerra al canto y condena a 12 años por excitación a la rebelión. En 1940 todavía estaban presos en Gando.
Consejo de guerra y 12 años de cárcel para dos empleados públicos por un «¡muera Franco y todos sus satélites!» en plena calle
El joven soldado Francisco SA, del Regimiento de Infantería número 39, con base en La Isleta, natural de la provincia de Huelva, no iba a olvidarse del aciago 10 de agosto de 1936. Había sido movilizado antes del golpe militar y tenía un perfil ideológico anarquista. Con bastantes copas de más, en los alrededores del cine Millares en el Puerto, empezó a gritar contra los rebeldes, fue detenido por la policía municipal y llevado al cuartel. Desde el calabozo continuó gritando: «Fusiladme si queréis, pero no me haréis callar». El consejo de guerra se celebró rápidamente y le cayeron 22 años. Previsiblemente, fue confinado en la Prisión Provincial de Las Palmas, pero luego le dieron traslado al Penal de Santa María en Cádiz. Se le perdió la pista en la Prisión Central de Astorga en León.
Estos y muchos ejemplos más ilustran el clima ciudadano que se vivió por esas fechas. Algún historiador de paso por las islas, de cuyo nombre no he de acordarme, se ha atrevido a afirmar que la mayoría de la ciudadanía canaria estaba a favor de los golpistas y que lo exteriorizó en las manifestaciones patrióticas de apoyo al nuevo régimen. Nada más alejado de la realidad. El clima de terror era generalizado, las disidencias de cualquier tipo eran reprimidas duramente. A aquel que no levantara el brazo a la manera fascista durante algún desfile o manifestación ‘patriótica’ era denunciado y sufría las consecuencias de su actitud. Aquellos que no aportaran joyas o dinero para la causa franquista eran señalados como objetores al régimen. Las interminables listas de donantes publicadas en la prensa señalaban en negativo a los que no lo hacían, de manera que sectores de las clases medias y altas se volcaban en aportar su granito de arena para resituarse a conveniencia en el nuevo orden. Pero la rumorología y los intercambios de información no oficial sobre la marcha de la guerra constituían un recurso imprescindible para aquellos que no tenían otra forma de recibir información y que esperaban una victoria de la República. Alguno hasta se atrevió a apostar 50 pesetas de la época que Franco perdía la guerra. No sé si pagó la apuesta en 1939, pero le cayeron 7 años de prisión.
A veces, el optimismo se abría paso por los intersticios del terror. Como uno de Agüimes, que al pasar por delante del Hospital de San Martín de Las Palmas y algo achispado le dijo al cabo de servicio apostado en la entrada que según las emisoras republicanas la rebelión había fracasado y que las izquierdas triunfaban. Condenado a 2 años de cárcel por sedición.
Y así podríamos citar decenas de casos más de esta forma de disidencia, en este caso pasiva y realizada a modo de desahogo. Pero las nuevas autoridades no solo veían la mera expresión verbal de disenso, también temían algo más en forma de planes y complots republicanos. De ahí que la represión de las mismas fuera una prioridad. Por un lado, se trataba de acabar con los que habían intentado alguna acción para impedir el triunfo del golpe militar, pero además incluían a los que por sus ideas podían plantearse actuar de una manera más activa, aunque esa no fuera ni de lejos su intención.
En otros artículos trataremos desde otras ópticas este tipo de represión, la preventiva, que se explica solo de una manera: el miedo de los propios golpistas al fracaso y a la derrota. De ahí que la represión franquista sea algo tan particular en la historia de la infamia universal. n
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