Opinión | Retiro lo escrito
La vieja tele de Año Nuevo
La mitad de la información de las primeras horas del día versa sobre los presentadores de las diversas transmisiones de las campanadas de Año Nuevo. Exactamente tal y como desean las cadenas públicas y privadas de televisión. Páginas y páginas, cientos de imágenes y decenas de miles de tuis desbarrando sobre personajillos insignificantes que soltaron necedades interminables. Es pura estupidez que también se ve sometida, asombrosamente, a la propaganda política en TVE, donde sale un tontaco muy listo que se ríe de sus propias gracietas y una piba obesa para expresar deseos piamente socialdemócratas para 2025 y hacer alguna broma ligera con la religión católica a fin de demostrar que son capaces de interpretar un espectáculo navideño desde el respeto estricto al Estado aconfesional. No entiendo como algo tan patético puede ser tan aburrido. En otra cadena un cocinero mediocre y una belleza poligonera encarnan una obra de los hermanos Álvarez Quintero. En otra se encargan de la faena dos presentadores de concursos. En la televisión autónoma canaria son nada menos que cuatro, tres de los cuales parecen concesionarios de la firma Cantimpalos y el cuarto un faquir de la India que vino a comprar un Namaste. Para sorpresa general antes de una hora llega Pepe Benavente y se pone a cantar El Gallo. Para qué darle más vueltas.
Lo único que explica que la audiencia siga siendo castigada con esta seña por los programadores de la TVC – que siguen más o menos las mismas costumbres que los de Televisión Española – es el odio a los telespectadores, porque les obligan a trabajar a esas horas por esos pueblos perdidos del archipiélago. Se ha convertido en mandato cuasiestatutario que las campanadas de Año Nuevo se ofrezcan cada año desde un municipio distinto de Canarias. Al parecer esta buena gente ignora que además de la música de verbena en Canarias trabajan grupos de rock o de jazz o pequeñas orquestas o magníficos coros de música sacra o maravillas en plena madurez artística como Mestisay. Para las televisiones locales no existen ni probablemente deben existir, como no existen ni deben existir guionistas que no produzcan sádicamente vergüenza ajena. En particular resulta especialmente bochornoso en el caso de las televisiones públicas, perfectamente satisfechas con unos criterios musicales, escenográficos y técnicos propios de una discoteca de medianías. ¿Por qué ese rechazo sistemático y despectivos a difundir el talento isleño? ¿Por qué nos embisten navidades tras navidades con las mismas chafarmejadas? ¿Por qué se privilegia lo singularmente hortera, la carencia insondable de imaginación, la furia de la ordinariez más cansina, la acomodada ausencia de cualquier ambición profesional?
Por lo demás ni antes ni después de estos programuchos puedes disfrutar de resúmenes informativos amplios que vayan más allá, en el mejor de los casos, de una relación más o menos rápida de los hechos informativos acumulados desde principios de año en este país. Ni una gota de análisis ni menos aún medio maldito debate, porque el debate crítico y plural se considera un cochino pecado en las ínsulas baratarias en general y en los medios de comunicación audiovisual muy en particular. En realidad esta televisión es una televisión de los años noventa para la que no existe la sociedad civil, la discusión cultural, los nuevos horizontes tecnológicos o las redes sociales. Una televisión que no respeta a los ciudadanos a los que supuestamente debe servir, informar o entretener. Un asombroso anacronismo que se representa a sí mismo –su pasmo, su indiferencia, su despiste, su nula ambición – al principio de cada año. La paradoja de empezar siempre el Año Nuevo con la misma televisión vetusta y anestésica.
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