Opinión | Contexto
GEMMA CASADEVALL
Groenlandia, capricho de Trump
La reincidente oferta de compra de Groenlandia por parte de Donald Trump al reino de Dinamarca, a cuyo territorio pertenece la inmensa isla, dejó de verse como un chiste o una provocación más del presidente electo estadounidense. Detrás del interés nacional, cuestiones defensivas o geoestratégicas de Trump, está la codicia comercial por sus recursos naturales, desde el petróleo a las tierras raras, cruciales para la industria de la electrónica y armamentística. La mayor isla del mundo, un 80% de cuya superficie está helada, ha entrado en un proceso acelerado de deshielo, lo que facilitaría la explotación de esos recursos. Pero una explotación descontrolada de sus recursos naturales, orquestada por reconocidos negacionistas del cambio climático como es el entorno de Trump, afectaría las corrientes marítimas del vecino ártico.
Trump, quien ya en 2019 provocó un rifirrafe bilateral con Dinamarca al pretender comprar a ese aliado de la OTAN y miembro de la UE su territorio autónomo, insistió en la cuestión hace unas semanas. Lo incluyó en un paquete de propuestas para recuperar el control del canal de Panamá y seguía a su broma sobre Canadá, que, según el presidente electo, algún día será un estado más de su país.
La respuesta del Gobierno de Copenhague, liderado por la socialdemócrata Mette Frederiksen, fue similar a la de 2019: la isla no está en venta. En el mismo sentido se pronunció el primer ministro de Groenlandia, Mute B. Egede. Y el ministro de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, añadió que su país destinará 10.000 millones de coronas danesas (1.340 millones de euros) a reforzar la defensa de Groenlandia.
Trump basa su argumentario en varios factores. EEUU mantiene en esa isla su base espacial de Pituffik. Además, en términos geográficos, Groenlandia está más cerca del continente americano que de Europa. Y es zona estratégica en el pulso por el control del vecino Círculo Polar Ártico. Detrás de la oferta de Trump estaba un artículo firmado por Kaush Arha, Alexander Gray y Tom Dans en una revista ultraconservadora, The National Interest, donde aludía a esa vecindad y a las posibilidades de convertirla en puntal para frenar la carrera por el Ártico con Rusia y China.
Frederiksen, una dama de hierro socialdemócrata, reaccionó en 2019 a la primera propuesta de Trump suspendiendo una visita bilateral. La frase de «Groenlandia no está en venta» resuena ahora mientras se espera el desembarco del nuevo embajador designado por Trump, Ken Howery, un diplomático con los mejores contactos con el magnate Elon Musk y el cofundador del sistema de pago electrónico PayPal, Peter Thiel. Tanto Musk como este multimillonario de origen alemán, que desprecia el sistema democrático, son clave en el organigrama de Trump.
La frase de Frederiksen de «Groenlandia no está en venta» tiene, sin embargo, una coletilla notable: Dinamarca no está legitimada para vender ni este ni el otro territorio autónomo que forma parte del reino, las Islas Feroe. Corresponde a los groenlandeses esa decisión.
Groenlandia fue colonia danesa hasta 1952, tras lo cual avanzó hacia su régimen autonómico actual, consolidado en 1979. Desde 2009 rige un nuevo Estatuto que contempla su derecho a la autodeterminación. Las corrientes independendistas han ido ganando terreno entre los apenas 56.400 habitantes de sus 2,1 millones de kilómetros cuadrados. La fuerza más votada en las elecciones generales de 2021, fue el socialista Inuit Ataqatigiit (IA) de Mute B. Egede. El partido del primer ministro, de corte independentista, rechazó el proyecto minero de Kuannersuit, que hubiera convertido a la isla en el mayor productor occidental de tierras raras. Los defensores de esa explotación argumentaban que llevarla adelante reduciría la dependencia económica respecto a Dinamarca.
La batalla por el subsuelo se ha convertido desde entonces en un dilema para el independentismo de Groenlandia, cuyo próximo capítulo serán las elecciones generales, en 2025. Hace unos años, las reservas petroleras de la isla se estimaban en la mitad de las de Arabia Saudí.
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