Opinión | Diccionario de sentimientos canarios

Si le digo, lo engaño

Estas son todas las novedades incorporadas en el diccionario de la Real Academia Española.

Estas son todas las novedades incorporadas en el diccionario de la Real Academia Española. / ARCHIVO

Lo cuentan algunos y lo dan por cierto que ocurrió. Un hombre del interior de nuestra Canarias profunda fue citado como testigo en un juicio de faltas en la ciudad. A una de las preguntas del juez, comenzó su interlocución con la frase, «si le digo lo engaño». Gracias a la intervención de uno de los abogados de la sala se libró, el buen hombre, de algo más que una reprimenda o admonición por desacato a la autoridad, por parte de su señoría que, obvio, vino destinado al juzgado de algún indeterminado lugar peninsular al que se llamaba de «pa fuera». La expresión isleña, habitual en las conversaciones de los lugareños, connota una manera de ser propia del tradicional carácter isleño. Puede que se deba a la timidez, palabra derivada de timidus, temeroso, que para los lingüistas se trata de un temor natural que siempre dura. El Diccionario de la Lengua habla de miedo (temor al otro y sus consecuencias), encogimiento e irresolución. Hasta Ulises, se narra en la Odisea, se detuvo un instante con el corazón turbado ante la presencia del rey Alcinoo. Es la vergüenza que sienten los pusilánimes. Ese sentimiento social ante la presencia del otro, un achicamiento, perturbación de la propia identidad. En el siglo XIII aparece, referido al reino animal, para referirse a los caballos que se asustaban con facilidad. A partir del siglo XVI se añade la vergüenza como una molestia que se experimenta por miedo a equivocarse o hacer el ridículo, a ser mal visto o mirado. No es culpa que es el propio individuo que se juzga a sí mismo sino una reacción ante la crítica real o imaginada de los demás y que redunda en timidez. Afecta a una de cada dos personas en Occidente. O sea que no es una cualidad intrínseca de la personalidad sino de lo que uno cree, con o sin razón, del juicio u opinión ajena. Emparentada, la emoción, con algo más intenso como la fobia social o el llamado «miedo escénico» con una alta carga de ansiedad. El psicoanálisis descubre la teoría de los complejos. El de inferioridad, que es una evaluación negativa de sí mismo. Un defecto de la mismidad. La Psicología habla de cierto encogimiento anímico de los introvertidos con una máxima: «El introvertido no habla porque no quiere, el tímido porque no puede». Introversión propia del temperamento y la timidez del carácter. Por eso, como la mayoría de los miedos, no se nace, sino que se hace. Se aprende, por defecto, en la infancia transmitido en familia, escuela y el grupo. Las madres hablaban de que su hijo es vergonzoso. Perdura en el tiempo. Persiste en la adolescencia, momento propicio para implementar nuevas conductas asertivas a través de la formación en habilidades sociales. Defender, sin agresividad, los propios derechos y dignidad. La Antropología social isleña ha estudiado cómo se forman personas poco asertivas en razón a la historia, dirigismo, sumisión a la autoridad, largos años de incultura y analfabetismo, miedosas ante la mirada u opinión de los otros, admiración por lo de afuera, la gente peninsular que el isleño, de pocas y parcas palabras, alegre sin espavientos, percibe que, por su lenguaje distinto, voz estentórea, alta, expresión oral y gestual parece que nunca duda, que nunca se equivoca. «El canario crece en un sistema caciquil, en un sistema de dependencia que le hace déspota y, a la vez, inseguro», escribe el profesor de la Universidad de La laguna Pedro Hernández en Natura y cultura de las Islas Canarias. Es resto lo de ser isla. Lo escribió Reinaldo Arenas: «La maldita circunstancia del agua por todas partes».

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