Opinión | El lápiz de la luna

El caballero de la armadura oxidada

ctv-uno-04 breton armor concept 01

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Érase una vez un caballero generoso, valeroso y amoroso que andaba siempre enredado en alguna cruzada en la que pudiese demostrar su valía y su bondad. Era respetado por los reyes de los palacios a los que protegía, temido por los dragones a los que derrotaba y admirado por las damiselas en apuros a las que rescató de alguna torre. Sin embargo, pasaba poco tiempo en casa con su mujer y con su hijo. Ellos ya sabían que él era un caballero generoso, valiente y amoroso, no era allí donde tenía que demostrar nada. El caballero estaba tan identificado con lo que hacía que decidió no quitarse nunca la armadura, pues debía estar siempre preparado para salir a lomos de su caballo a salvar a alguien. Pero ¿a quién realmente? Tanto fue el cántaro a la fuente que al final, sin verlo venir, la armadura se le adhirió como una segunda piel fría y dura que no le permitía sentir ni hacia afuera ni hacia adentro. Aun así, él no lo consideró un problema, a fin de cuentas, era un caballero y los caballeros llevan armadura. Meeeec. Volvamos a empezar: Érase una vez un caballero que necesitaba que lo viesen como alguien generoso, valiente y amoroso por lo que hacía todo lo que estuviera en su mano para demostrarlo. Así abandonó a su familia para cuidar de otros o se enfundó una armadura, incluso cuando esta dejó de ser un escudo de protección del mundo exterior para convertirse en una cárcel que lo salvaguardaba de su mundo interior. El libro El caballero de la armadura oxidada se publicó en el año 1987 y sigue siendo un referente en psicología porque muestra, con la magia de los cuentos, muchos de los miedos con los que lidiamos día a día: la necesidad de ser visto, querido y aceptado; el temor a que otros nos vean como lo hacemos nosotros mismos y se den cuenta de que somos un fraude; la tendencia a perdernos entre mil proyectos para llenar un vacío íntimo al que no queremos escuchar; identificarnos con lo que hacemos porque hacerlo con lo que somos implica aceptar nuestras luces y nuestras sombras, además de otras tantas trampas que nos pone la mente. «Todos estamos atrapados por una armadura, tú ya has encontrado la tuya», le dice Bolsalegre, uno de los personajes, cuando el caballero inicia una de las batallas más difíciles de su vida: (re)descubrir quién se escondía debajo de la falsa idea de creer que estaba salvando a otros cuando realmente estaba huyendo de sí mismo. «Sois muy afortunado, estáis demasiado débil para correr. Uno no puede correr y aprender a la vez», le explica el mago Merlín al caballero cuando le pide ayuda para liberarse de la armadura. Ir en contra de lo que somos o de lo que sentimos es agotador. También lo es anestesiarnos viendo vídeos en una red social o exponernos a maratones de capítulos de series a los que no les prestamos atención porque, mientras se van reproduciendo las escenas, nosotros estamos pendientes del móvil y no, no podemos hacer dos cosas a la vez. O aceptando planes que no nos apetecen para no encontrarnos a solas con esa voz que nos reclama desde muy adentro que nos escuchemos. Que nos cuidemos. Son tantas las armaduras que habitamos. «Uno no puede correr y aprender a la vez.» Qué bonito ese choque a ciento veinte kilómetros por hora de nuestra alma y nuestros miedos. Qué bonita esa frenada que nos obliga a mirarnos y a atendernos. Cuánta belleza hay debajo de nuestro parapeto y qué poco nos aceptamos. He leído El caballero de la armadura oxidada muchas veces a lo largo de mi vida y siempre me golpea de lleno porque nunca terminamos de aprendernos. Siempre hay una careta que arrancarnos, una oscuridad a la que darle luz y una lección que interiorizar. Les recomiendo su lectura a los que tengan la suerte de leerlo por primera vez y su relectura para quienes necesiten mirar con nuevos ojos a lo que mora debajo de quienes creemos ser.

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