Opinión | Retiro lo escrito
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Torres: “Que demuestren con pruebas que yo he pedido mordidas, que me he beneficiado de pisos o de contactos con señoritas” / EP
Una señal inequívoca de estar al borde de la vejez llega al constatar que tienes más años que el presidente del Gobierno. Que casi cualquier presidente del Gobierno, quiero decir. Servidor es más viejo que Ángel Víctor Torres, por ejemplo, y en mi simpleza, a mí eso me impresiona mucho. Porque estoy viendo imágenes de su nueva comparecencia en el Senado y el expresidente y actual ministro parece mucho mayor que un servidor. El último lustro –trufado de pruebas y conflictos singularmente duros -- le ha pasado una factura terrible. El cabello blanco clareando, los ojos rodeados de arrugas, la sonrisa tensa, todo el cuerpo desmadejado y de una frágil delgadez. Lo cierto es que a casi todos los dirigentes políticos les afecta este envejecimiento acelerado. Solo puedes aguantar esto sostenido por una monumental ambición y un feroz orgullo. La obsesión por el poder. Nunca la he entendido y eso ha supuesto un hándicap profesional. ¿Cómo vas a comprender correcta y verazmente la política si ignoras la ambición o, peor aún, tiendes a despreciarla? En la antigüedad era más sencillo. Lo que se hubiera reído Alejandro de Macedonia de las ambiciones ministeriales. Lo que él ambicionaba era el mundo. Más precisamente: todo el mundo.
En esta segunda comparecencia en la Cámara Alta Torres se desdijo parcialmente de afirmaciones que había suscrito anteriormente con pequeños trucos de prestidigitador verbal. Lo peor es que, muy probablemente, si llega a citársele por tercera vez, ocurrirá lo mismo. Es asombroso que cuando estalló este asunto Torres y sus compañeros no trazaran una estrategia para gestionar sus palabras y sus silencios. Lo que desprende esta torpeza es una suerte de convicción sobre la impunidad de la mentira. La mentira no como un espacio moral, sino como una triquiñuela que pasará de puntillas y sin hacer ruido por el cerebelo de los demás. Pero una cosa es monologar con la mentira, marcarse un tango agarrando a la mendacidad por la cintura, y otro dialogar con los hechos, la información técnica y las opiniones ajenas. No, no es lo mismo. En ese instante Torres deja de parecer un señor bondadoso, terrenal, sencillo y transparente como el agua que llega desde el manantial. Y lo que aparece es desagradable: un hombre que practica un marrullerismo incesante y defiende sus contradicciones como rasgos de un estilo narrativo.
Sigo completamente convencido que Ángel Víctor Torres no se ha llevado ni un céntimo de dinero público. Torres no está en política por dinero. Intuyo que el dinero le interesa poco. Torres se metió en este fenomenal lío que lo martiriza a diario por sentido de la obediencia jerárquica. Si el Ministerio de Transporte avalaba a un sujeto como intermediario, ese sujeto merecía la suficiente confianza, porque el señor ministro era el compañero secretario de Organización. No niego que esta versión tiene sus lagunas. ¿Le bastaba a Torres con la palabra de un asesor, aunque ese asesor se llamara Koldo García? ¿No le alcanzó el resuello para hablar directamente con José Luis Ábalos y solicitar una información más precisa de los empresarios tutelados por el asesorísimo? ¿Por qué en ningún momento Torres cita a Ábalos en todo este patético guirigay de declaraciones? Jamás lo hace.
No haberse beneficiado económicamente de estas operaciones no te exonera de responsabilidades políticas. Por eso el PSOE no está dispuesto a reconocer ninguna irregularidad pese a todas las evidencias. Porque reconocer irregularidades no implica aceptar la comisión de ilícitos penales o administrativos, pero sí, inevitablemente, de responsabilidades políticas. Y tampoco. Todo fue un mal sueño en una pesadilla pandémica. Pasemos página. Olvidemos esto. Que se encarguen de todo los tribunales.
No.
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