Opinión

La reina de los mares

Hasta los más acérrimos republicanos deben de reconocer que Leonor desprende un encanto natural que irrumpe con fuerza en la regeneración democrática

La Princesa Leonor llega con el resto de guardiamarinas a Las Palmas de Gran Canaria, en el buque escuela de La Armada ‘Juan Sebastián Elcano’

La Princesa Leonor llega con el resto de guardiamarinas a Las Palmas de Gran Canaria, en el buque escuela de La Armada ‘Juan Sebastián Elcano’ / EUROPA PRESS CANARIAS

La princesa Leonor, ahora por unos meses guardiamarina, conquista a primera vista y rinde a sus pies cada ciudad donde atraca, cada acto que encabeza y cada discurso que diserta. Hasta los más acérrimos republicanos deben de reconocer que desprende un encanto natural que irrumpe con fuerza en la regeneración monárquica.

La heredera al trono de a España provoca simpatías entre la opinión pública de forma innata, que contrasta con el acentuado desequilibrio entre su desarrollo personal como adolescente y las exigencias de su rol institucional

La transición de niña a princesa no sólo ha implicado perder parte de la espontaneidad y libertad que caracterizan la infancia, sino también asumir una gran carga emocional en una nación polarizada y podrida de corruptelas. La desidia no es admisible en Leonor y su regia posición le ha exigido madurar más rápido que otros adolescentes de su edad y asumir las azarosas responsabilidades como futura regente. Su irrenunciable condición ha sesgado sin remisión la capacidad para disfrutar de una vida privada al uso, de poder cometer errores como un púber más y elegir su futuro como el resto de su generación.

Leonor se esfuerza cada día por adaptarse a una agenda que incluye formación académica rigurosa, participación en actos oficiales y preparación para un futuro de deberes públicos sin derecho a queja. Algo que, de forma magistral consigue a cada paso que da sembrando la semilla más fértil del relevo monárquico.

Leonor vive entre dos aguas en la que se mezclan los efluvios de juventud y la lucha por mantener impoluto su papel institucional, que exige demasiado sacrificio. De momento, se ha ganado por derecho propio ser la Reina de los mares. Ojalá que los alisios la guíen en una ardua singladura.

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