Opinión | El lápiz de la luna
Aridane Criminal

Aridane Criminal / La Provincia
Enero a mí me sabe a La Palma. Me huele a laurisilva y me suena a risas, a voces de chiquillos gritando en la plaza de Los Llanos de Aridane y al silbido de las páginas de un libro que su lector va pasando con el ansia de descubrir qué sucederá en el siguiente capítulo y con la pena de saber que el final inminente le espera en unos párrafos. Enero es sinónimo de Festival Aridane Criminal, en el que se dan cita escritores que matan a gente, la hacen desaparecer o la encuentran. Detectives, comisarios, inspectores, asesinos y testigos deambulan por las calles del pueblo. Enero es el mes en el que, en la isla bonita, los lectores y los escritores debaten sobre los entresijos de una novela a la que le sobró sangre y le faltó empatía. O a la que le sobró empatía y le faltó sangre. Cada lector es un mundo y, de alguna manera, dueño de la historia cuando cae en sus manos. Pero, enero también sabe a potaje de trigo en el bar Edén, a pasta artesanal en el restaurante Due Torri y a pescado fresco en Tazacorte; y suena a sobremesa larga en la que se habla de todo menos de literatura (que no solo de libros vive el escritor) porque quieres saber con qué sueña tu colega de letras, de qué equipo de fútbol es y conocer las anécdotas que les harán reír a ambos. Es la magia de la literatura: unir. Este fin de semana se celebró la quinta edición de un festival que ha llegado para quedarse. Primero, comisariado por Alexis Ravelo y, ahora, subcomisariado por Eduardo García Rojas quien, junto a su equipo, hace que el trazo del amor por la escritura no se salga de la pauta. Estos días he leído varios libros: El juego de caer, de David Cabrera, que me ha hecho reflexionar sobre cómo nos enferma el capitalismo y El bebedor de coñac, de José Luis Correa, con el que he debatido sobre el trastorno por consumo de alcohol y del sufrimiento, no solo del adicto, sino del que padecen las personas que conviven con un alcohólico. Con Cristina Higueras concluimos que todo está escrito y que no vamos a inventar nada nuevo, por tanto, solo nos queda la forma y el estilo. Marto Pariente buscó la complicidad de otros escritores para explicarle a su mujer que cuando está mirando por la ventana también está escribiendo y de Jon Arretxe me llevo la costumbre de tener siempre un puñadito de avellanas en el bolsillo, que uno nunca sabe. Entre todo esto que les cuento hubo tiempo para ver empatar a la Unión Deportiva, perder al Tete y ganar al Madrid. Quizá crean ustedes que un festival de literatura es un aburrimiento que apesta a erudición. Si piensan así les recomiendo que el año que viene se acerquen a Aridane Criminal, sean de la isla que sean, La Palma está ahí, al ladito, y que se empapen de todo esto que les detallo en este espacio. Quién sabe, a lo mejor regresan matando (metafóricamente) a alguien o, sencillamente, alegres. Porque la literatura tiene ese don: hacernos felices.
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