Opinión | RETIRO LO ESCRITO

El Guiniguada como propaganda

La obra del barranco Guiniguada cumple 50 años

La obra del barranco Guiniguada cumple 50 años / LP/DLP

Un proyecto político diseñado para mejorar las condiciones de vida de una comunidad debe tener objetivos estratégicos claros, ambiciosos, bien articulados y verificables. Últimamente, sin embargo, el objetivo estratégico más repetido consiste en que el adversario político no pise o deje de pisar el poder. Es, por supuesto, un objetivo democráticamente deplorable, aunque comprensible. Lo que resulta completamente inconcebible es agitar como ardiente bandera de una gestión un error grotesco, carísimo y patéticamente inútil como hace el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria con la infausta Metroguaga.

Lo mejor que podría haber hecho Carolina Darias en cuanto tomó posesión como alcaldesa es extinguir definitivamente este proyecto ya fracasado. No lo hizo sin duda porque no se le ocurrió, pero es que tampoco podía. La Metroguagua es la seña de identidad de la gestión municipal socialista. Para utilizar un lenguaje comprensible, la Metroguaga es un mojón, pero es su mojón. Cuando todavía resta más de la mitad del mandato Darias y su equipo saben que este engendro no podrá finalizarse antes de mayo de 2027. Los más optimistas hablan de 2030. En realidad da casi lo mismo. En vez de Metroguaga podría llamarse el Fotingo de Schorödinger porque existe y no existe. Había que hacer algo para desviar la atención de un público hastiado y sospecho que alguien del equipo electoral de Darias se acordó del barranco de Guiniguada y su potencial como maniobra propagandística…

Así surgió un engendro ya vagamente prefigurado por esa catástrofe con sonrisa como corbata o corbata como sonrisa llamado Augusto Hidalgo: el Paseo Guiniguada de la Cultura y de las Artes Canarias, una ocurrencia destinada no a recuperar para la ciudad un barranco que forma parte de su memoria, sino a construir una modesta escenografía de jardines, caminos y parterres sin sanar o revertir la destrucción de la rambla y sus zonas adyacentes durante los años sesenta y setenta. Ni siquiera se contempla retirar las placas de cemento que cubren los últimos tramos del barranco ni eliminar el embovedado del mismo. Para emprender este sinsentido el ayuntamiento de la capital convocó un oneroso concurso de ideas con unas bases tan pobres, insuficientes y contradictorias que dos de los equipos preseleccionados han decidido retirarse. Más de 600 ciudadanos y numerosas instituciones y asociaciones vecinales han firmado un lúcido manifiesto rechazando esta suerte de anteproyecto que no puede obviar la redacción previa de un Plan Especial de Ordenación –que no puede ni debe ser sustituido por un concurso de ideas– y el cumplimiento de las determinaciones contempladas en el Plan Insular de Ordenación y el Plan General de Ordenación, con los correspondientes trámites de evaluación ambiental. Una decena de ciudadanos aportaron estas observaciones en un documento dirigido a la Alcaldía el pasado noviembre. No se les ha respondido. Entre sus firmantes está Antonia García Carló, ex directora general de Ordenación Urbanística con Jerónimo Saavedra.

Era de esperar que el despropósito siga adelante. No hay casta más cerrada y cerril que la formada por aquellos que ensalzan la participación ciudadana como índice de una democracia salutífera. El pasado viernes la mayoría del pleno votó contra una moción que presentó el PP para paralizar el concurso por razones de mínima prudencia normativa y con el fin de celebrar un debate amplio, realista y consensuado. Las bases del concurso llevarían a arrancar 130 árboles de la zona. La concejala de Podemos, Gemma Martínez, votó en contra. Sí, la misma parlanchina entusiasta que hace pocos días presentó un catálogo de árboles singulares, iniciativa ya programada que le birló a la socialista Inmaculada Medina. No, no es que Martínez le falte conocimiento o información sobre el Guiniguada. Solo le falta vergüenza.

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