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Vientos y tempestades
Para ser político -que no español- resulta que no hace falta conocer la historia del país al que se dice servir. La verdad es que pareciera que tampoco hace falta saber leer, es demencial

Donad Trump, en una imagen de archivo. / EP
Explicaba Isabel Pérez Moñino (portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid) hará cosa de unas veintidós horas que nacer en España no lo hace a uno español según el artículo 17 y siguientes del Código Civil. Qué panda de vagos tan cansina, podrían renovar el repertorio de vez en cuando. Es una suerte que por ahora la realidad opere en un plano relativamente alejado de la villanía moral de determinadas personas, pero sí me pareció curiosa la selección estratégica de textos respetados y textos ignorados. Creerá la señora Pérez Moniño que, como sucede con la religión, el mensaje de Jesucristo en el que se insta a amar al prójimo no aplica a todo el mundo por igual, sino solo al prójimo vestido de los pies a la cabeza como si acabara de salir de una clase de hípica. El rollo este de quién es español y quién no me resultaba sumamente pesado cuando tenía quince años y me sigue resultando un bodrio atómico ahora, más de quince años después, sobre todo cuando viene de analfabetos funcionales que se doblan por la cintura para hacerle la reverencia a un rey que, vaya por Dios, resulta que no es tan español como se podría pensar.
El problema, por supuesto, es el mismo de siempre… Para ser político -que no español- resulta que no hace falta conocer la historia del país al que se dice servir. La verdad es que pareciera que tampoco hace falta saber leer, es demencial. El único requisito consiste en que el títere de turno con ínfulas sepa rebuznar. Puestos a escoger textos interesantes, ¿qué pensamos entonces del artículo 47 de la Constitución? En él se establece que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, pero si no habitan ustedes un agujero a diecisiete kilómetros de profundidad de la superficie terrestre se habrán dado cuenta ya de que lo de las viviendas dignas para todos los españoles es como mucho una broma muy pesada que un grupo de personas quiso gastar al resto de sus conciudadanos.
Convengamos que ya ni siquiera me molesta la mezquindad ni la maldad de estos mercenarios de la moral sino su estupidez supina y perenne. Por supuesto nada de esto se reduce solo a los límites geográficos que nos traen hoy a estas líneas sino que parece ser la tendencia global desde hace varios años, cuanto más iletrado, violento e histérico más popular se hace uno. Ahí están Ana Rosa Quintana, Isabel Díaz Ayuso, Donald Trump y su secretario de Salud antivacunas o el neonazi Elon Musk. Tiempos terroríficos nos aguardan, hace unos días en un programa de la televisión se debatió durante un buen rato si la Tierra era redonda o si llevaban siglos engañándonos. Mientras escribo esta columna científicos de todo el mundo están en una carrera contra reloj para salvar y hacer copia de todos los archivos de los CDC (Centers for Disease Control and Prevention) antes de que Trump lo borre todo. Toda esta vorágine de noticias horribles cada día a todas horas -tantas que resulta imposible comprender dónde termina la última y comienza la primera- tiene una única función, es una táctica de guerra que pretende desalentarnos tanto que no podamos resistir. Si todo es horrible, si no importa qué hagamos las cosas siguen yendo mal, si ni un solo jirón de luz se vislumbra en el camino, ¿para qué seguir luchando?
Le di vueltas mientras veía la comparecencia de Trump y Bejamin Netanyahu en la que le han explicado al mundo entero sus planes de convertir Gaza en la nueva «Riviera de Oriente Medio». Una vez estudiadas todas las opciones, hechos los cálculos y asumidas las consecuencias tanto morales y éticas como materiales, entiendo que las sociedades occidentales debemos cumplir con el deber humanitario de retirar el control del país a quien lo ostenta y restaurar la paz y la democracia en los Estados Unidos de América. Dicho de otra forma, no nos queda otra que invadirlos y deshacernos por la fuerza del dictador y la tecno-oligarquía que ha impuesto a dedo desde hace cosa de un mes. Es el mismo argumento que usaron para intervenir durante décadas países como Iraq (lo del armamento nuclear fue, cómo no, mentira), Afganistán (ellos mismos fueron los que armaron a los talibanes), Siria, Yemen, y ahora Gaza. Toca cuidar a los estadounidenses de sí mismos y reconducirlos, por su bien, sí. Pero también por el nuestro.
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