Opinión | Observatorio

Joan Cañete Bayle

El pez diablo y la democracia

Pez diablo negro

Pez diablo negro

«A la gente como yo [catalanes de 18 a 24 años] le da igual un régimen [democracia o dictadura] que otro». Es la respuesta a una pregunta del Sondeig d’Opinió 2024 del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS), que muestra que el apoyo a la democracia disminuye entre los catalanes más jóvenes, sobre todo entre los hombres. No son los jóvenes catalanes una excepción: encuestas similares en otras partes del mundo arrojan resultados semejantes, como una reciente en el Reino Unido que sostiene que más de la mitad de los jóvenes británicos se muestran a favor de una dictadura en el país. En las pasadas elecciones en EEUU, Kamala Harris ganó a Donald Trump el voto de los jóvenes entre 18 y 29 años, muy lejos del 25% de diferencia que Joe Biden logró en 2020. Los jóvenes –sobre todo los chicos, porque la brecha de género es evidente– se derechizan y constituyen un objetivo prioritario de los partidos y movimientos de extrema derecha.

Es tentador culpar a las redes sociales, pero el fenómeno no es nuevo ni tan simplista como achacarlo a los likes y los retuits. En los 80, una comedia estadounidense protagonizada por Michael J. Fox antes de Regreso al futuro (Family ties, Enredos de familia en España) contaba la historia de una familia en la que unos padres hippies y progres chocaban con sus hijos: un conservador al estilo Ronald Reagan, apasionado de la curva de Laffer, y una materialista muchacha obsesionada con la moda. Si regresáramos al futuro y hoy se rodara una nueva versión de Enredos de familia en España, los padres serían profesionales liberales, el hijo defendería que los youtubers son oprimidos por el Estado porque les obliga a pagar impuestos y la hija sería influencer con residencia fiscal en Andorra.

Hay, por tanto, una clásica rebeldía contra el orden establecido que explica esta indiferencia hacia el sistema democrático. Se acusa a menudo, y con razón, de adanismo a las jóvenes generaciones, por ejemplo, cuando llegan a la política y a las instituciones, pero los padres de hoy han demostrado desde hace años ser progenitores adanistas: ahora parece que nadie antes que ellos educó a adolescentes. En España, las generaciones nacidas tras la Transición fueron educadas en la devoción del sistema democrático, muy a menudo con argumentos acríticos o pueriles. La generación del 15-M inició la rebelión contra lo que llamó el régimen del 78, y ahora sus hermanos pequeños tensan el péndulo y cuestionan, dudan o se declaran agnósticos respecto al sistema democrático.

Es curioso que unas generaciones educadas en prosperidad (al menos en términos de la historia de España), libertades y derechos renieguen del sistema político que lo ha hecho posible. Los jóvenes identifican democracia con partidos políticos, ineficacia, indiferencia hacia sus problemas e intereses, discusiones incomprensibles y actitudes tan impresentables que ni siquiera son pasto de viralidad en redes. El fracaso de la democracia no es tanto del sistema constitucional como del sistema de partidos, alejados de la realidad e incapaces de reformar un modelo que necesita algo más que una capa y pintura.

Se pueden aportar otras explicaciones, como los efectos de la guerra cultural, la reacción a las políticas identitarias y el tsunami reaccionario, lo cual explica la brecha de género en las encuestas: muchas chicas ven en el sistema democrático una salvaguarda, un muro de contención ante el neomachismo. Y también hay que apuntar al éxito de la propaganda, sobre todo en redes, de la derecha nativista y autoritaria.

Pero una de las razones principales es la incapacidad de las generaciones mayores de estos jóvenes para explicar como adultos la realidad, fortalezas y debilidades del sistema democrático. Los mayores no han sabido evitar la banalización del discurso público. Al contrario, la han incentivado. ¿Qué podemos esperar de una sociedad que ha reducido hasta el infantilismo la conversación social? Gatitos y peces diablo en lugar de una discusión pública seria y generalizada sobre la fiscalidad del SMI, que afecta de forma directa a tantos jóvenes.

Cuando todo es relativo y nada importa, bienvenidos sean los hombres fuertes que derrochan certezas.

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