Opinión | Retiro lo escrito
¿Qué paraíso?

Ni rastro de la 'turismofobia'
Fue Borges quien dijo (o repitió) que no hay más paraísos que los perdidos. Como de costumbre tenía razón. Ayer, en Santa Cruz de Tenerife, unas 300 personas se manifestaron para exigir que se limite el «turismo de masas» en Canarias. Quieren un «cambio de modelo», por supuesto, y además rapidito, porque Canarias «ya no es un paraíso». Aunque sea ya entre bostezo y bostezo, quizás habría que preguntarles a los convocantes -- la benemérita plataforma Canarias tiene un límite – cuándo fue Canarias un paraíso y en qué momento dejó de serlo. El paraíso bíblico no lo era por su hermosura exuberante e incontaminada, sino porque Adán y Eva podía triscar felizmente en pelotas y estaban exentos de trabajar. Un paraíso sin presencia humana, sin protagonismo humano, simplemente, no es un paraíso. Y si me permiten, ¿cuándo eran estas islas un paraíso? La actividad turística comenzó en Tenerife y Gran Canaria entre finales del siglo XIX y principios del XX. Ignoro si las señoras y señores de la mencionada plataforma conocen la situación social, sanitaria, educativa que padecían la inmensa mayoría de los 357.600 canarios de principios del siglo XX. Hambre, desnutrición, miseria, analfabetismo y subalfabetización, enfermedades infecto-contagiosas, incomunicación interior, deficiente comunicación con el exterior, carencia de infraestructuras básicas, bajísima inversión pública, represión política. Esta espantosa patología social – basta con leer a viajeros españoles e ingleses de la época -- se prolongó con muy pocos avances durante el primer tercio del siglo y empeoró con la guerra civil y la autarquía impuesta por la dictadura franquista. Eso sí: en 1940 todos nuestros ecosistemas –terrestres y marítimos – estaban que daba gusto. Impecables, vamos. En cambio una crisis multiepidémica se llevó por delante a miles de isleños: difteria, paludismo, viruela, pelagra y tifus, a lo que hay que sumar la tuberculosis. Tal vez los manifestantes piensen que no se puede tener todo.
Canarias nunca fue un paraíso para los canarios, sino una tierra doliente en la que se debía luchar muy duramente para sobrevivir, no digamos ya para prosperar. ¡Qué bella sería Fuerteventura sin un solo hotel turístico! Esa belleza seca, esquelética, con un cielo de un azul ígneo y arenas doradas era entonces una hermosura macabra. Las hambres y hambrunas en Fuerteventura se prolongaron desde mediados del siglo XVII hasta casi los finales del siglo XIX. En el otro extremo del país, en El Hierro, todavía a finales de los años cuarenta o principios de los cincuenta se enviaban barcos cisternas para que el ganado – y los herreños – no se murieran de sed. Bien, lo que transformó esta realidad fueron dos cosas. Primero, y principalmente, la actividad turística. Y después el régimen autonómico, con todas sus estupideces, trapisondas y golferías, porque aumentó las transferencias de capital, la inversión pública y el gasto social en el archipiélago. Basta con comparar la dotación sanitaria de Canarias en 1993 con la de la actualidad. Es obvio que el turismo soluciona problemas y crea otros. Sus externalidades negativas son crecientes y por su escasa capacidad de crear valor añadido supone un obstáculo para una diversificación económica viable. Pero suponer que para transformar una compleja estructura económica basta con voluntad política y media docena de eslóganes es pura puerilidad. ¿Qué quiere decirse con «cambiar de modelo»? ¿Cómo se materializa esa palabrería cuasimesiánica? Para empezar, ¿cuánta normativa legal comunitaria, española y canaria habría que modificar o derogar? Uno de los portavoces de la manifa de ayer en la capital tinerfeña ha dicho que «no ha cambiado absolutamente nada después de las grandes manifestaciones del año pasado». ¿Cómo qué no? Claro que han cambiado. Han sido ustedes 300.
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