Opinión | Observatorio
Grande, muy grande

Grande, muy grande / La Provincia
¿Qué hizo grande a los Estados Unidos de Norteamérica? Si nos ceñimos al siglo XX, para no extendernos, fueron grandes los escritores John Dos Passos, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, y John Steinbeck, todos nacidos alrededor del cambio de siglo, la ‘generación perdida’, quienes no otorgaron crédito al individuo, ninguna esperanza a las personas, para ellos todo está en manos de entes absolutos como el Estado, la divinidad, la sociedad o la historia. Para ellos, el fatalismo deviene de las desgraciadas condiciones humanas, que no dependen de las personas, sino de fuerzas lejanas inexpugnables. Ese pensamiento catastrofista hizo levantar de las cenizas del primer cuarto del siglo XX el concepto de individuo, la dignidad del ser humano como ente particular sujeto de derechos. A esa América la hizo grande las iglesias baptistas, cuyos pastores y fieles emprendieron la batalla contra el racismo y la pobreza de los negros; y los activistas que, en 1915, lograron invalidar la ley que prohibía votar a la mayoría de los negros del sur, y, en 1921, lograron aprobar la primera ley anti-linchamiento. Los líderes comunitarios que salieron de Highlander Folk School, de Tennessee, incluido Martin Luther King, aprendieron técnicas de movilización social para extender el conflicto, a través de las canciones: We Shall Not Be Moved, (Unidos en la lucha, no nos moverán, como un árbol, firme junto al río, no nos moverán); We Shall Overcome (Venceremos), y Oh Freedom (Oh Libertad). Fue enriquecedor para ese gran país haber acogido a los grandes intelectuales de la ‘Escuela de Frankfurt’, huidos de la Alemania nazi, e integrarlos en sus universidades; pensadores como Herbert Marcuse, Erich Fromm, Theodore Adorno, y Max Horkheimer desarrollaron al menos una parte de su madurez intelectual en los Estados Unidos. La revolución del yo y la búsqueda de la felicidad en la libertad personal es el gran camino abierto por estos alemanes. A América la hizo grande el eminente matemático y filósofo Bertrand Russell, británico expulsado de su cátedra de Cambridge, acogido por las universidades norteamericanas, quien después de toda una trayectoria de creación, pensamiento y compromiso, antes de morir, con 98 años, quiso dejar patente que no había venido al mundo a perder el tiempo. Dedicó su última década de vida a la lucha pacifista contra la Guerra de Vietnam. Sus detenciones y juicios por participar en manifestaciones callejeras fueron ejemplares para un cambio social imparable. Y no resultaron en balde, pues tres años después de su muerte, Estados Unidos abandonó el conflicto. Tan grande como él fue y es Bob Dylan, un mito que cambió la manera de pensar de la gente. Nadie podrá borrar de la historia el efecto transformador de su canción Blowin’ In The Wind (Se la lleva el viento), cuando se entonaba por las multitudes en los mítines a favor de las libertades civiles de los negros, y en las manifestaciones pacifistas. «¿Cuántos caminos debe recorrer una persona antes de llamarle ‘hombre’?, ¿y cuántos mares debe navegar una paloma blanca antes de que muera en la arena?, ¿y cuántas veces deben las balas de cañón herir antes de que sean prohibidas para siempre?, ¿y cuántas muertes ocurrirán antes que sepa que mucha gente ha muerto? La respuesta, amigo, no la puedo encontrar, se la lleva el viento». No menos grande fue el pop-art de Andy Warhol, cuyo propósito fue llenar de vida el arte, y la vida no es otra que lo que ocurre en la calle: compra, venta, mercado, producción, consumo, bienes; cierto, su obra parece decir que el mundo se define a través de los bienes que se producen y se consumen. Qué más grande que el grupo musical llamado, precisamente América, con su canción A Horse with No Name (Un Caballo sin nombre), cuando hacen sonar sus voces templadas, a veces a dúo, a veces a coro, y predomina el rasgueo de las tres guitarras acústicas, con el fondo de las congas limpias, rítmicas, y escuchas: «Bajo las ciudades, se extiende un corazón hecho de tierra; pero los humanos no aman. Como verás, he atravesado el desierto sobre un caballo sin nombre, me sentí bien sin la lluvia. En el desierto, puedes recordar tu nombre, porque no hay nadie para hacerte daño». La revolución del jazz que lograron artistas como John Coltrane, Charlie Parker y Miles Davis, hicieron de los Estados Unidos de Norteamérica una gran nación. Y gracias a la cantante negra Aretha Franklin, hija de un reverendo evangélico, conocedora de los coros góspel de la iglesia, gracias a su versión de la pieza A Change Is Gonna Come (Viene un Cambio), que, con su alta potencia, y su frenesí rítmico apunta a protesta social, cuando dice: «Ha habido momentos en los que pensé que no podría resistir mucho tiempo, pero ahora pienso que soy capaz de continuar. Ha tardado mucho tiempo en venir, pero sé que va a llegar un cambio. Oh, sí, vendrá». Lo que hace grande a ese país fue la creación del pop-soul por el jovencísimo Steve Wonder, quien con solo trece años logró alcanzar el número uno en las listas, quién no recuerda su canción You Are The Sunshine Of My Life (Eres el sol de mi vida). En fin, grande, muy grande, fue el asesinado Kennedy, el joven presidente que abría la mano a las libertades civiles de la población negra. Quien pretendía unas nuevas relaciones internacionales, más abiertas a nuevas fronteras, quien defendiera la libertad de los oprimidos, y la extensión de la educación, y el desarrollo de un sistema de asistencia social público. Ahora gobierna un provocador de mente diminuta, un prestidigitador de palabras e ideas simples y vanas. El provocador busca el poder absoluto para asentar su narcisismo y su fanfarronería por la faz de la tierra. El nuevo presidente provocador no quiere construir nada de lo que no se pueda aprovechar. No busca la felicidad de los demás, no acepta la iniciativa, ni mucho menos el poder de los acólitos o de los opuestos. El provocador lanza mensajes contundentes de forma repetitiva, con la finalidad de hacer prevalecer sus ideas dislocadas, convencido de que la razón proviene de la fuerza, y no del consenso. El provocador se expone agresivamente, porque no tiene ningún sentido del ridículo, y cree que lo importante es figurar en los medios de comunicación, estar en el centro y ser el objeto de las conversaciones, que todo el mundo hable de él a la misma vez. Es el éxtasis del vanidoso, tener a todas las criaturas del globo pensando y hablando, más mal que bien, de él. El provocador tiene en su estructura de la personalidad unos andamiajes malignos, como el rencor, la manipulación y la venganza. Que ese país haya acabado en manos de un patán rodeado de oligarcas, un provocador vanidoso y narcisista, eso sí que es triste, una tristeza grande.
- El SEPE lo hace oficial: quitará el subsidio a los parados que no hagan este trámite
- Malas noticias de Hacienda: a partir de ahora, hay que declarar los pagos con tarjeta si superan esta cantidad
- La historia que da nombre al barrio donde nació Jose 'el del Buque
- ¿Amante de las croquetas? Este fin de semana podrás probar más de 30 sabores en Gran Canaria
- ¿Sabes cómo funciona el radar de tramo en una de las carreteras más transitadas de Las Palmas de Gran Canaria?
- La Guardia Civil pide a toda la población que mire al suelo antes de subir al coche: alerta por lo que está pasando
- Pelea a bordo de un barco en Gran Canaria
- Una asesora financiera recomienda no heredar la casa de tus padres: 'Es una manera de ahorrar impuestos