Opinión | Retiro lo escrito

Naufragio blanquiazul

Naufragio blanquiazul

Naufragio blanquiazul / Andrés Gutiérrez

Esa expresión desesperada de los seguidores del CD Tenerife que, sin duda, merece una sincera conmiseración: «El Tenerifito no es esto, el Tenerifito no es nada de lo que está pasando». Por supuesto, es un consuelo falsario. El CD Tenerife es ahora, exactamente, lo que está pasando: una sociedad mercantil a punto de implosionar y llevarse por delante el club deportivo del que es la estructura legal, comercial y organizativa. Ya resulta significativo, histórica y psicológicamente significativo, que los seguidores de un club le apliquen un diminutivo. Ni el Tenerifito no es un equipo muy joven, ni su estadio es un camafeo, ni sus jugadores son particularmente bajitos. Le llaman Tenerifito por un cariño melancólico que desprende el tufo de un fracaso resignado. Por supuesto, se han vivido breves periodos de gloria, pero han sido inhabituales y muy frágiles, y su herencia ha melancolizado todavía más a los tinerfeñistas. Ser del CD Tenerife debe asemejarse a ser del Atlético de Madrid, pero perdiendo todavía más partidos. Es una forma de infelicidad, un compromiso dominical con el tedio, una incesante exploración en lo mediocre, una desconcertada renuncia a la esperanza.

Por supuesto que todo empezó con la transformación de clubes de fútbol en sociedades anónimas. A las incertidumbres deportivas se añadieron las financieras y administrativas. ¿Quiénes financiarían al Tenerife? ¿Quiénes lo gestionarían? Hubo un momento singular. En la nueva situación, y en clubes como el Tenerife, que nunca se administró eficazmente, surgió un liderazgo, por supuesto autoritario, terminante e inescrupuloso, llamado Javier Pérez. Tal vez Pérez no sabía de fútbol y no era el mejor gestor imaginable, pero sabía dirigir una organización con objetivos deportivos perfectamente claros. Tenía, como dicen los cursis, una visión, una visión entretejida de intuiciones y enraizada en una pulsión de mando. Y tenía a Santiago Llorente. Así que fichó a Valdano. Y empezaron unos pocos años magníficos, míticos, cegadores.

Lo que ocurrió luego lo sabe todo el mundo aunque todo el mundo se hace el loco. Lo que ocurrió luego –aunque no inmediatamente – fue que el CD Tenerife cayó en manos de un grupo de empresarios que prometieron salvarlo pero que lo han llevado a medio paso de la desaparición después de una larga travesía de tormentas, zozobras y naufragios. Un grupo de empresarios que encabezó casi enseguida Miguel Concepción que, como es de rigor en la estirpe de los millonarios futboleros, ensalzó sus casi 17 años en el cargo como un sacrificio hercúleo a favor del equipo y de la isla toda. Hay que repasar sus declaraciones de finales de 2022 festejando el pacto de sindicación y dando la bienvenida a José Miguel Garrido como si fuera Teresa de Calcuta. Como figura decorativa un expresidente del Gobierno autonómico, Paulino Rivero, presidente del consejo de administración que, en realidad, ejercería como una suerte de jefe de relaciones institucionales, aunque cobrando un pastón. Las decisiones (o sin prefiere los enjuagues) del concepcionismo han sido las que han llevado al CD Tenerife a una aguda crisis existencial. Y aquí está el principal intríngulis de la responsabilidad de este caos sainetero. El concepcionismo jamás tuvo ningún contrapeso. Ni dentro del club ni en la sociedad civil tinerfeña ni, en puridad, en los medios de comunicación. Mucho amor al pobre Tenerifito, pero cuando su máximo responsable fue procesado por los fraudes cometidos en su fallida compañía aeronáutica, Islas Airways, nadie pidió su dimisión. Ni siquiera lo hicieron cuando en octubre de 2020 fue sentenciado a 23 meses de prisión por la Audiencia Provincial y Concepción admitió su culpa. La indiferencia y el silencio de los miles de socio del club blanquiazul, las connivencias políticas y el seguidismo mediático son enteramente responsables de esta catástrofe patética y maloliente.

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