Opinión | EL TRASLUZ
Cambiar de acera
¡Qué bueno que conducir un Tesla empiece a dar vergüenza! Quizá sea un principio en el sentido de un comienzo, pero también en el sentido de una moral. A las empresas grandes, hasta ahora, les importaba poco su reputación porque no vivían de ella, de la reputación, sino de las ventas. A los bancos y a las grandes marcas en general les traía al pairo su buen nombre porque habíamos llegado a depender de ellas hasta el punto de que no había forma de darles la espalda. O eso creíamos. Eso creía seguramente Elon Musk: que su poder era tan grande como el de un dios pagano, un Zeus tronante, un héroe del capitalismo salvaje. Por mucho que nos azotara, en fin, seguiríamos atados a sus productos hasta el fin de los tiempos. Pero resulta que, de repente, comprarse un Tesla es de imbéciles. Muchos de los que lo compraron antes de que fuera de imbéciles han colocado en las ventanillas un cartel solicitando disculpas a sus contemporáneos. Están ustedes disculpados, pero permanezcan atentos a la pantalla. No se precipiten en su próxima adquisición. Lean bien la etiqueta.
Resulta que el consumidor tiene poder. El de autocastigarse, por ejemplo, que es un poder inverso. Un poder masoca, diríamos. Hay que darle la vuelta al rollo. No soy muy optimista al respecto (aún hay gente convencida de que la Tierra es plana), pero vislumbro síntomas del cambio. Démonos tiempo, y hagámoslo en la convicción de que no nos conviene amar a quien nos hiere. Las bolsas de valores, que son listas (o astutas, si a ustedes les gusta más) han empezado a darse cuenta de que votar a Trump era de gilipollas. De ahí su caída. Perciben que los EE UU pueden entrar en recesión y se ponen a cubierto. Cuando las ratas abandonan el barco, es porque hay una vía de agua. Trump ha abierto un boquete en su propio yate y en el de sus amigos. El otro día se vio obligado a realizar, en la mismísima Casa Blanca, un anuncio del Tesla. Parecía un tendero enumerando las virtudes del género. No se puede caer más bajo, o sí, ya veremos. Hay gente que cuando acaba con todo lo que tiene a su alrededor empieza a devorarse a sí misma.
Insisto, no soy muy optimista, pero que la ciudadanía cambie de acera al pasar por delante de un concesionario de esos coches eléctricos alienta mi esperanza. La humanidad todavía es capaz de reaccionar ante determinados atropellos.
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