Opinión | In memoriam

José Juan Ojeda Quintana

Jerónimo, Tito, Ramón: los hermanos Momo

Jerónimo, Tito, Ramón: los hermanos Momo

Jerónimo, Tito, Ramón: los hermanos Momo

Los que hemos vivido durante largos años, en la increíble playa La Peña la Vieja, estamos viendo todo un cambio social en su entorno. Los cálidos veranos destapaban la existencia de dos grupos sociales: los que vivíamos todo el año al socaire del amor del mar y la dorada arena y los invasores que llegaban reblanquíos, en temporadas de verano, a la busca de recubrir su cuerpo de un repujado color moreno, tomando el sol de la eterna primavera canaria, con esporádicos baños, atentos a la voz que les ofrecía un almuerzo sin papas ni gofio.

La bendita llegada de las primorosas suecas hizo posible que las clases sociales acercaran espacios en la competencia de amores efímeros. Llegar nadando a la Barra, nos daba derecho a proclamarnos hombres, chapurrear el inglés aumentaba nuestro glamour salvaje, que eliminaba las desconfianzas. El paisaje, también lo cambiaron aquellas mujeres de cabellos rubios como el oro.

Las casas terreras se fueron rindiendo al capital, que descubrió la facilidad de hacer lucrativos negocios adquiriendo aquellas casas que se asomaban al mar, comidas por la lepra que azotaba sus paredes debido a la sal marina y su nulo mantenimiento. Se fueron convirtiendo en pequeños rascacielos, que expulsaban a mi gente a las barriadas de las estériles y abandonas montañas de Las Palmas de Gran Canaria, desperdigando nuestros afectos y nuestras costumbres.

Pero yo escribo para notificar la muerte de Tito, uno de los hermanos Momo, y recordar las excelencias de mi fuerte amistad.

La familia de los Momos fue muy conocida y respetada y, por sus servicios al barrio y a toda la sociedad, mereció que Ayuntamiento le dedicara la llamada Plaza de los Momos, al final de la calle Olof Palme, entre la calle Portugal y el Mar.

Seré breve con mis sentimientos de una juventud pasada contando en dos ejemplos la valía de los Momos. Una ocurrió cerca de la Peña la Vieja. Cuando volcó una barca dentro de la cual navegaba por primera vez una familia dominguera. Al llegar al bote Tito y yo, ya se había ahogado la abuela. Logramos salvar a los otros cuatro miembros. La tristeza me ganó cuando una hija me pidió que sacara su teléfono caído en el mar: El cadáver de la abuela lo habíamos tendido en la arena…

La otra aventura tuvo que ver con la muerte de Federico, un marinero que salía a pescar con el padre de los Momos. Se ahogó detrás de Barra Amarilla. Después de cuatro días desparecido avisaron que un cadáver flotaba en el lugar del accidente. Acudimos, a su rescate, en mi flamante bote: el Alexis Karamazov.

El cuerpo de Federico era un repugnante despojo que, al sacarlo del mar para transportarlo hasta la arena de la playa, trozos de su piel se enredaban en nuestras manos. Aquellos restos pertenecieron a un marinero honrado, solitario, que el mar bravío eligió como ofrenda al Dios Neptuno.

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