Opinión | Objetos mentales

La titubeante órbita del planeta Europa

Bruselas.

Bruselas.

Por lo que simbólicamente representa, y sorprendido por la cadencia con que el robot-camarero me sirve un sándwich, en un local frente al Auditorio de Las Palmas de Gran Canaria, y, otro tanto también sorprendido por la dispar velada entre el mandatario estadounidense y ucraniano; aunque distantes en el tiempo, ambos sucesos, emiten señales de que una nueva época asoma. La aldea global observa perpleja el intercambio de pareceres entre los dos mandatarios.

En el primer episodio, el camarero-robot ocupa el trabajo de un camarero de toda la vida, doy fe de que es un profesional discreto, hace su trabajo y dispensa un lenguaje diplomático. El segundo episodio pertenece al campo de las relaciones internacionales y sin duda, muy mejorables. No hay color. Puede aducirse que las relaciones internacionales podrían gestionarse mejor por medio de la inteligencia artificial. Que es sólo artificial en el sentido de uso para distinguirla de la humana, porque, al fin y al cabo la inteligencia es inteligencia con independencia del soporte que la contenga. Con todo, lo que se nos revela es que una línea temporal de la historia se cierra y otra se abre, pues que, el orden mundial y las sinergias derivadas de la conflagración que fue la II Guerra Mundial ya es capítulo cerrado y el amanuense de turno escribe las primeras líneas del siguiente.

El sismógrafo de eventos disruptivos de Europa (ese apéndice del continente euroasiático que acoge la mayor densidad geográfica de democracias parlamentarias liberales) registra un acentuado grito de alarma. Una pregunta flota en el ambiente, ¿están las democracias liberales en peligro de extinción después de que EEUU amague o hay amagado abandonar el timón? La sola idea de pensarlo abruma.

Los europeos, genuinos herederos de la cultura grecorromana lidian con este escenario históricamente decisivo. Esta compleja situación obliga a los europeos, de facto les ha obligado a reaccionar; aún queda por saber si reaccionarán como Ulises reaccionó cuando arrancó a su tripulación de la isla de Sirte, como relata Homero en su Odisea, y despierta la Europa seducida del estéril ensueño nihilista.

François Revel, en su obra "Cómo terminan las democracias", publicada en 1980, y tras la cual se han publicado muchas otras de similar temática, la última "El ocaso de las democracias", de Anne Applebaum, analiza y desentraña la cuestión. Como se desprende de la obra de François Revel su propósito guarda todavía plena vigencia.

En esta disposición de fenómenos, parece dibujarse un escenario de tensión permanente entre sistemas democráticos liberales y sistemas de pulsión totalitarios. Afirma François Revel, que la democracia consiente y ampara por mor de su propia doctrina el hecho contradictorio y debilitante de acoger en su seno ideas que, sin disimulos, estimulan su propia destrucción. En el otro lado de la calle, las tiranías o regímenes autocráticos eliminan sin piedad ni miramientos a sus opositores. Las democracias liberales asumen un exceso de críticas, legítimas por otra parte, si bien también es cierto que esa desmesura crítica y sin tregua incide en que el sistema institucional, por mucho bienestar y recursos que ofrezca, siempre serán menos que el deseo, y le impide al propio sistema reconocimiento y reafirmación.

Por consiguiente, llega la hora crucial de Europa, la de las decisiones que conllevan de suyo a su disolución e irrelevancia, o a las que, por el contrario, si Europa decide y elige bien la Europa que debe, como ave fénix puede resurgir y alzarse desde su postración. Mientras tanto, una pregunta flota en el ambiente y es la de si, esta vez, repetirá de nuevo su reiterada conducta titubeante o si en esta convocatoria reunirá el entendimiento y coraje suficientes. Una porción estadística de ciudadanos propala la sospecha, fundada en la empiria, de que triunfará su reincidente desidia. Ahora bien, el filósofo David Hume nos ilustra que por mucho que se repita un acontecimiento carece de fundamento epistemológico suponer que vuelva a repetirse.

A la erosión de la democracia parlamentaria liberal y el sistema institucional los contemporáneos europeos han reaccionado dando por supuesto que el sistema institucional es una máquina sin solución de continuidad; desafortunadamente existen serias dudas de que el sistema, fundado en los principios de la Ilustración y la inquebrantable defensa del marco mental correspondiente por el que se sostiene, pueda sobrevivir como ha sobrevivido hasta el siglo XXI. Aquél que sostuvo y difundió los valores del humanismo y cuyos ciudadanos al amparo de su orden institucional disfrutaron y disfrutan aún de un bienestar y libertad incomparables. Europa, acaso se encuentra en este estado crítico porque haya extraviado su espíritu, o haya olvidado las valiosas enseñanzas de la disuasión, o perdido su fe en sus valores tutelares. A ello se añade el zigzagueo del hegemón americano que tiñe de inquietud el horizonte europeo.

Habrá quienes justifiquen o disculpen a Europa, pero el tren de la historia pasará por el andén a la hora en punto y marcará su destino. ¿Pondrá Europa su reloj en hora.

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