Opinión | Venga, circule
Todo va bien

Todo va bien / Barbara Rey
Toda la vaina esta de salir de lo conocido para experimentar lo que se nos hace bola y crecer me trae a mí de vez en cuando un poco por la calle de la amargura. La trampa me la hago a mí misma -sorpresa, sorpresa, ser consciente de lo que esconde el discurso de la mejoría continua no me hace inmune a sus efectos- porque dejo pasar tanto tiempo entre experiencia y experiencia que se me olvida lo mal que lo paso. Algo en mí, la trampita que viene en los ajustes por defecto del ser humano, no termina de aceptar que una de las cosas con las que peor lo paso en la vida es hablar en público. No se me dan bien las entrevistas ni las presentaciones ni las mesas redondas ni los coloquios ni las charlas ni nada que esté relacionado con colocarme de cara a un grupo de personas, lo detesto. No me gusta hablar en público. Nunca me ha gustado hablar en público. Me atrevo a concluir a mi edad que, sabiendo lo que sé, nunca, jamás, en ningún tipo de contexto, me gustará hablar en público. Pasan los años y pasan y por lo que sea no aprendo esto, me resisto a entenderme a mí misma, me traiciono continuamente. Lo peor no es nada de lo anterior, por supuesto, lo peor es el tratar de poner en palabras de forma cabal el proceso por el paso una vez comienza el show. Cada vez que acepto una oferta de estas mi psique, mi alma, mi ser entero pasa por el mismo bucle. Por lo general la propuesta se me comunica con meses de antelación. Ahí, en ese limbo temporal, no le veo problema a nada. Falta tanto tiempo, puedo prepararme bien, puedo afrontar el desafío. Suele suceder así: alguien comparte con alguien que a su vez comparte con otro alguien mi dirección de correo o mi número de teléfono. Se usa el nombre de una conocida o un conocido para el ablandamiento, Menganito te recomienda, Pepita estaría encantada de charlar contigo. Hemos pensado en ti porque eres perfecta para este tema. El ablandamiento se enciende por el miedo a que el rechazo de la propuesta afecte a la compañera o compañero recomendadora o recomendador. He vivido tantas veces esto que tendría que haber aprendido por las malas, quizá soy el tipo de persona que se niega a aprender según qué cosas.
Lo paso tan mal que resulta cómico cuando lo explico porque la persona a la que se lo cuento no es capaz de tomarse en serio nada de esto, sobre todo cuando me ve. Mi penuria es una penuria interna, mi exterior no señala ni acusa ningún tipo de alarma. Experimento una disociación funcional en la que otra persona que no soy yo toma el control sobre mí misma y se presenta ante los demás. Esa nueva persona que me salva es encantadora y fresca, parece pez en el agua, nada la puede tumbar. Bromea y se ríe y sabe perfectamente cuándo intervenir, cuándo callar, cómo interpelar al público y cómo responder a las preguntas extrañas y peregrinas de vez en cuando se le ocurren a la clásica persona que quiere destacar en un mar de rostros sin rasgos (así lo veo yo, un grupo de personas de las que nunca recuerdo nada, gente que por algún motivo necesita sacarse una foto contigo al final, quieren un recuerdo de esa cosa que a mí me ha generado tanta angustia y ansiedad que he estado a punto de inventarme cualquier trola para no asistir; una repentina reacción alérgica, un accidente de tráfico, una caída por las escaleras, cualquier cosa incapacitante que justifique mi inesperada falta), me resulta insoportable todas las veces. Escribo sobre ello porque la única manera que tengo de intentar entenderme a mí misma y al mundo es escribiendo. Una vez se acaba el sarao vuelvo en mí. La palabra sarao me genera una grima atroz, por cierto. Cuando vuelvo en mí tardo algunos segundos en entender por qué hay gente que se acerca a saludarme y a sacarse una foto conmigo. Una lección que sí interioricé y aprendí muy rápido es que sonreír y asentir es la respuesta óptima y esperada en el noventa y nueve por ciento de las ocasiones. Por eso siempre sonrío y asiento, aunque por dentro me esté prometiendo a mí misma no volver a pasar por algo así nunca más. Sé que en unos meses volveré a fallarme.
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