Opinión | Retiro lo escrito
La IA, promesa y amenaza

Preguntar a Meta IA / LP/DLP
Un músico me cuenta que gracias a un programa gestionado por Inteligencia Artificial la voz de una amiga –y la amiga es la mejor voz de Canarias – puede ponerse a cantar cualquier cosa. «Si yo le pido que esa me interprete el himno de la Unión Soviética», insiste el músico, «lo hará inmediatamente». Yo lo escucho con un fascinado espanto. Ya funcionan periódicos –curiosamente en pequeñas capitales– en los que no interviene la inteligencia humana. La entera mentefactura del periódico es gestionada –por supuesto– por una inteligencia artificial. Toda la redacción del diario está en un programa y el periódico se hace día a día en absoluto silencio. ¿Y las fotos? De vez en cuando entra y sale de un habitáculo un puñetero dron –diminuto, veloz, seguro, muy económico– dotado de equipo fotográfico y videográfico. Allá va, camino de un accidente automovilístico o de la rueda de prensa en las escaleras de un juzgado. La madre que los parió. La inteligencia artificial analiza en milésimas de segundo información de la patología de un enfermo y diseña un tratamiento. Ayuda a tomar decisiones en operaciones quirúrgicas complejas y arriesgadas. Hace algunas semanas se le proporcionó un gran volumen de información a otra IA sobre Juan Gris y al cabo de unos segundos pintó un Juan Gris. «Y esto está empezando», me dice el músico con sonrisa fáustica. «Ya aprenden solas. La transformación social y cultural que nos espera en muy pocos años destruirá muchos conceptos, procesos y convenciones simbólicas que mapeaban nuestra realidad… ¿Dónde quedará la noción de autoría, por ejemplo?»
Casi lo que menos me preocupa es la noción de autoría o los conflictos con la identidad. La vieja tecnología era comprensible para la mayoría. Si no entendías el motor de explosión al menos podría entender una metáfora sobre el mismo. El desarrollo tecnológico sobre el que se sustenta la IA, la misma arquitectura de la IA, resulta incomprensible para la inmensa mayoría, incluyendo a los que gobiernan y a los que participan en las toma de decisiones de conglomerados empresariales ajenos a las industrias tecnológicas. Para empezar, los grandes costes económicos y ambientales –minerales de tierras raras, agua, petróleo– que exige la inteligencia artificial son desconocidos. Para continuar la IA es también un club de ricos. Los principales modelos de IA necesitan perentoriamente para alcanzar su madurez operativa de equipos informáticos con capacidad para 10 elevado a 25 operaciones de coma flotante, un formato numérico que permite representar números extraordinariamente grandes o pequeños con una altísima precisión. En Europa este equipamiento –por llamarlo así– solo lo tienen el Reino Unido, Francia, Alemania y Finlandia. España no está ni se la espera. Canarias, en fin, silencio. El colonialismo tecnológico será más fuerte y estructural que nunca. Y finalmente está ese angustioso desajuste entre disponer de semejante tecnología y sus consecuencias del que hacen gala las élites de poder. Porque como explica magníficamente Kate Crawford, la IA «no es una tecnología computacional neutral que tome determinaciones sin una dirección humana». Como sistemas «son expresiones de poder que surgen de fuerzas económicas y políticas y se diseñan para aumentar las ganancias, concentrar y rentabilizar datos informativos y reforzar el control de Estados y plataformas tecnológicas»
¿Cómo imponer cierta democratización que no sabotee su desarrollo y potencial a una fuerza tecnológica que avanza a una velocidad prodigiosa? ¿Y cómo puede incorporarse a la sociedad canaria? Es uno de los tantos asuntos de los que usted no podrá escuchar nada serio en el Parlamento de Canarias, los cabildos insulares o los ayuntamientos.
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