Opinión
Sabina, el eterno canalla
Hay hombres que nacen con las venas henchidas de música, con cicatrices en forma de poesía, con la noche abrazada al alma ebria, enganchada a faldas muy cortas

Joaquin Sabina. / Natacha Pisarenko - Associated Press/LaPresse
Hay 'maestros' que con su arte y talante vencen al tiempo y se hacen inmortales.
Hay hombres que nacen con las venas henchidas de música, con cicatrices en forma de poesía, con la noche abrazada al alma ebria, enganchada a faldas muy cortas. Joaquín Sabina Martínez es uno de ellos. Un tipo irrepetible que, a falta de papel pautado o lujosas libretas, fraguó muchas de sus canciones en servilletas de bar, como quien apunta en un trozo de vida lo que el corazón no puede olvidar.
Sabina nunca fue un cantante al uso. Ni falta que le hace. Es un músico, un poeta, un cronista de la derrota y del deseo. Un vividor incorregible, hincha del Atleti y, cómo no, de José Tomás, ese torero que, como él, se jugaba todo por un instante de gloria. De su garganta quebrada, de su voz afilada por el tabaco, el alcohol y las noches sin remordimientos, nacieron letras que son ya patrimonio de varias generaciones.
A Sabina se le podía ver hace muchos años, de madrugada, de bar en bar, en los antros de la capital grancanaria tras sus conciertos en la grada curva del estadio Insular o en el auditorio Alfredo Krauss. Humeantes veladas en 'El Gas' y 'El López' hasta el amanecer. En todos esos refugios, donde la vida transcurre demasiado rápido, departía con los gatos de la noche, compañeros de profesión, amores fugaces, y más de un exceso. Vicios que hoy serían políticamente incorrectos pero que entonces eran sinónimo de libertad, de rebeldía incluso.
Ahora, en su ‘penúltimo’ adiós, porque a Sabina le quedará siempre una última copa, una última canción, vuelve a subirse a los escenarios para recordarnos que, aunque le han robado el mes de abril, en "19 días y 500 noches” no bastarán para olvidar que “contigo” el mundo tiene un poco más de sentido. Que “calle Melancolía” es la dirección de muchos corazones perdidos, y que habrá “una canción para la Magdalena” en cada esquina donde anide la esperanza. El grande de Sabina nos insiste con vehemencia que "nos sobran los motivos" para "seguir coronando montañas y seguir conquistando escaleras, regateando al porvenir, partido y partido".
'Joaquinito' como le llamaba Chabela Vargas, no es solo un artista. Es un dios humano, que ha puesto banda sonora a las victorias y a las resacas de mil vidas. Su música no dejará jamás de sonar, porque hay verdades que no entienden de calendarios ni de modas. Y porque en cada servilleta ajada, en cada madrugada inconfesable, en cada grieta de su voz, seguirá latiendo los sones de un eterno canalla.
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