Opinión | Isla Martinica

Los cisnes de Sánchez

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, el pasado 12 de febrero en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, el pasado 12 de febrero en el Congreso de los Diputados. / JOSÉ LUIS ROCA

Basilio fue un cantante panameño que se dio a conocer internacionalmente por sus celebradas baladas para las que disponía de una voz asombrosa. Una de las más famosas, interpretada con gran éxito, era Cisne cuello negro, un himno antirracista oportuno y certero, bien recibido por el público y con notable aceptación, tanto en Latinoamérica como España, donde se convirtió por méritos propios en una canción que marcó toda una época.

Parece que nuestro presidente, Pedro Sánchez, tiene serios problemas con los cisnes, especialmente los negros. Ojalá fuera una broma y los españoles viéramos a estas ánades como presagios de buen augurio. Pero, por el contrario, los cisnes negros o, por mejor decir, las situaciones excepcionales que vive una nación a lo largo del tiempo constituyen el pan de cada día de un país que no sale de un desastre para encararse con otro, desde una pandemia vírica o la erupción de un volcán en la isla hermana de La Palma, pasando por una gota fría de letales consecuencias en Valencia, hasta llegar a culminar con un cero energético. Si malo es esto, peor es que, al frente de la nave, no haya nadie. El apagón masivo en la España peninsular fue testigo del curioso oscurecimiento de los que, por responsabilidad y representación política, deberían haber tomado las riendas de la situación. Un despropósito que, contemplado desde la distancia, evidencia el desgobierno que asola a la cuarta economía de la zona euro.

La canción del gran Basilio hablaba de «cisnes blancos» y «cisnes negros», de virtudes y defectos, de ventajas e inconvenientes, reales o ficticios, aunque, en territorio hispano, hace muchos años, tantos como Pedro Sánchez lleva en el poder, siete para ser exactos con la cuenta, los cisnes blancos sólo se avistan en los estanques de algunas ciudades, porque, en el resto, lo que manda es ese desagradable espantajo del cisne negro, la más absoluta incapacidad de enfrentar las problemáticas sociales y políticas de la realidad española. Apenas conocida la magnitud de la caída de la tensión eléctrica, no hubo reacción inmediata por parte de las autoridades gubernamentales, un fenómeno entendible por el escaso margen de tiempo transcurrido desde la detección del fallo, pero, pasadas las horas, el silencio de los representantes públicos indicaba otra cosa mucho más inquietante. El silencio de Sánchez y sus cargos ministeriales apuntaba hacia la diana de la impotencia y el aturdimiento, justo los atributos del político irresponsable, aquel que se deja seducir melosamente por las fuerzas del caos.

Las calles de Madrid, Valencia, Zaragoza, Sevilla, Málaga y un largo etcétera que omito eran el escenario de otro caos, uno sobrevenido, al que debería haber puesto coto el gobierno central, pero éste no estaba, aunque fuera largamente esperado por unos ciudadanos invadidos por el estupor de verse desatendidos por los líderes de la nación en un momento crucial de sus vidas. En lo personal, sentí que esta España nuestra volvía de sopetón a una época felizmente superada, si bien el descontrol de las autoridades la hacían cada vez más visible. Me refiero a la España de posguerra, aquella de la que me informaban los mayores, en la que ni lo básico estaba al alcance de las familias. Esta era la penosa imagen que me trasladaba la ausencia de respuestas de los responsables, luego confirmada por el extraño discurso de Pedro Sánchez ante las cámaras a eso de las cinco y media de la tarde, en el que la impotencia se hacía verbo, particular momento de vergüenza nacional por más que se aspirase, supongo, a transmitir un mensaje de calma y prudencia.

A duras penas, algunos conseguimos mantener una breve conversación telefónica con los familiares de la Península, sin olvidar que, entre ellos, prendía el desconcierto y la incertidumbre como la yesca. Pensar en indignación se me quedaba corto para describir el sentimiento general, cuando los políticos, que se supone que están para solucionar los problemas de la gente, los ignoran o aviesamente esconden el bulto. No sé por qué, pero, en ese instante, me vino a la cabeza la definición de cinismo dada por Enrique Jardiel Poncela en Las cinco advertencias de Satanás: «Ser cínico es volver a escribir lo que ya habíamos tachado», mientras me llegaba al móvil el vídeo viral de un Sánchez pretérito negando con rotundidad la mera posibilidad de un apagón en España. En fin, el sanchismo vive en un estanque plagado de cisnes negros y, aun así, no sabe o no quiere atenderlos. Pobre España esta que ni ante la adversidad despierta de la pesadilla.

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