Opinión | La calle nueva
Odiar a los periodistas

Concentración de periodistas y políticos en protesta por los señalamientos y acoso recibidos por los pseudomedios. / José Luis Roca
Cuando nació la Escuela de Periodismo de El País, a principios de los años 80 del siglo pasado, Juan Luis Cebrián, director del periódico, instó a Eugenio Scalfari a dar la primera lección a aquellos escolares. Dijo Scalfari, entonces fundador y director del diario italiano La Repubblica, que la máxima del oficio era esta: «Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente».
Años después, cuando ya él era un jubilado habitando en un cubículo del diario, dijo en otra conferencia, en Turín: «El periodismo es un oficio cruel». Habían pasado entre tanto muchos años y muchas variantes en este trabajo que ahora, en Argentina, vive un revés impresionante: el presidente de la nación ha decidido hacer de los periodistas carne de cañón, para que se avergüencen de serlo, para que se callen, para que dejen de joderle con la pelota que, en definitiva, era la primera admonición de Scalfari: «Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente».
Ahora, en este país que tan buenos periodistas ha dado al mundo, y que con tantas dificultades arrostró la persecución que ha afectado tanto a tantos ciudadanos a lo largo de la historia, la lengua presidencial está poniendo en riesgo la entidad de los que están obligados a contar lo que le pasa a la gente. En una reunión de la entidad que trata de resguardar la libertad de información y del oficio, Fopea, a la que asistí en la Universidad de Palermo, periodistas que llevan años monitorizando la salud, moral, profesional, del oficio, explicaron lo que, sobre todo el presidente de la nación, está haciendo para que la ciudadanía deje de mirar al periodismo como parte de lo que una sociedad debe darse. El título del informe es El asedio al periodismo debilita a la democracia y tiene como propósito la defensa de la libertad de expresión, desde el rigor de aquella frase que le decía Scalfari a los que iban a aprender en las escuelas y en las redacciones.
Como soy periodista antes que fraile, y considerando que una llamada de atención del oficio sobre su salud no solo afecta a los periodistas sino a la sociedad entera, y en todo el mundo, me quedé estupefacto ante las estadísticas de los que monitorizan desde Fopea la salud quebrada de la relación de la lengua presidencial con quienes tienen el deber de contar lo que le pasa a la gente. Incluyendo a la gente que quisiera que los periodistas dejaran de existir, algo que el presidente de la nación le ha deseado sobre todo a uno de los más importantes, y más premiados, de este oficio: Jorge Fernández Díaz, reciente premio Nadal de Literatura, por cierto, por la novela El secreto de Marcial, que escribió sobre su padre y que es secuela de otro libro formidable, Mamá, sobre su madre. 179 ataques a la libertad de expresión, venidos en gran medida del poder político, se contabilizan en el último año como amenazas al ejercicio de la prensa.
En ese panel convocado por la Fopea estaba con Fernández Díaz un jurista de enorme prestigio, en Argentina y por esos mundos, Ricardo Gil Lavedra, que tuvo una participación capital en el juicio a los militares cuya gestión criminal llevó a este país a su peor dictadura. Lo que es hoy moneda habitual en la lengua del señor Milei, y no tan solo, para que se callen los que no comulgan con su desprecio al oficio, fue señalado allí, con estadísticas y con preocupación, como una alerta cuyo corolario podría ser: «Ya no se puede más».
Para que Lavedra y Fernández, corroborando estadísticas de insultos al periodismo y, por tanto, a la ciudadanía, dijeran lo que fueron diciendo, al lado de los directivos de la entidad que los juntó, es que ya se rebosó el vaso. Lo que ocurre, este acoso para derribar al periodismo en lo que fue señalado por Scalfari para explicar su utilidad civil, es una terrible vergüenza para un oficio que no puede vivir amordazado, ni avergonzado, por aquellos que, desde su más alta magistratura, consideran que la amenaza y el insulto son también maneras de legislar y de perseguir.
Horas después de ese subrayado abrumador de lo que el poder político hace para intimidar a la prensa argentina, uno de los asesores de Milei en el Gobierno de la nación corroboró otras advertencias del líder de la nación. Las culminó con una frase que ahora ya forma parte del lenguaje que la más alta magistratura del país utiliza para que el periodismo no sea lo que se dice para explicar lo que le pasa a la gente. Dijo este funcionario: «No odiamos suficientemente a los periodistas. Todavía».
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