Opinión | Un carrusel vacío

Belchite: cielo abierto

Belchite: cielo abierto

Belchite: cielo abierto / La Provincia

En una de sus más hermosas canciones, José Antonio Labordeta menciona una «mudéjar torre aupándose sobre un barrio vacío como ojo escrutador, testigo de la vida, la muerte y el dolor». Es la llamada Torre del Reloj, en el pueblo viejo de Belchite: el último vestigio de la antigua iglesia de San Juan, destruida por los bombardeos de la Guerra Civil. La torre, construida en ladrillo, data de finales del siglo XV. La recuerdo bajo el sol de junio, imponente y solitaria, como un sabio anciano en pie sobre su bastón. A su alrededor, ruinas, esqueletos de lo que una vez fue una próspera localidad. Belchite, en Zaragoza, llegó a tener casi cuatro mil habitantes en 1935, pero en el verano de 1937 se convirtió en el escenario de una cruel batalla cuyos bombardeos causaron la destrucción parcial de la ciudad y unos cinco mil muertos. Fue un punto estratégico, porque controlar Belchite simbolizaba demostrar el control del Valle del Ebro.

Mientras la guía turística va desgranando la historia del pueblo, nos ampara la sombra que proyecta la Torre del Reloj. Es el único lugar en muchos metros a la redonda donde no quema el sol de este incipiente verano cuya temperatura se acerca a los cuarenta grados. Me ha sorprendido que el Pueblo Viejo y el Nuevo se encuentren uno al lado del otro, separados tan solo por un arco sobre el que reza una inscripción: «Prohibida la blasfemia». Siempre los imaginé más lejanos. Fue Franco quien ordenó construir el nuevo Belchite a partir de 1954 –con mano de obra republicana–, después de decidir que no se reconstruiría el viejo, para que quedara como testimonio de la «Victoria Nacional». En los años sesenta, sus últimos moradores fueron obligados a mudarse al nuevo asentamiento por la fuerza. Menuda «victoria nacional». La verdad es que el calificativo que para ellos mismos eligieron los del bando ganador es, cuando menos, irónico. ¡Como si la II República, el régimen democrático por entonces, no fuera “nacional”! Cuando la guía menciona que va a referirse a ese bando como el «nacional», porque así lo recomiendan los historiadores, me quedo con las ganas de preguntarle qué historiadores son esos. Para hacer justicia histórica, resulta fundamental llamar a las cosas por su nombre, en primer lugar. En este caso, lo procedente es llamarlo «bando sublevado» o «golpista». El problema es que ahora existe una moda muy inquietante, consistente en enfocar la Guerra Civil desde la equidistancia, igualando moralmente a uno y otro bando, obviando que uno de ellos fue el responsable de un golpe de Estado y el otro defendió la democracia, más allá de que desde ambos se cometieran atrocidades, porque en las guerras, por desgracia, las atrocidades están a la orden del día. En cualquier caso, ni siquiera desde ese enfoque podrían compararse las acciones de unos y otros.

Fueron los presos republicanos los que, bajo las órdenes de Franco, construyeron la cruz de metal que todavía preside la Plaza Nueva del viejo Belchite: una de las principales paradas del recorrido turístico. Me asombra que no esté acompañada de una placa o algo similar que honre la memoria de esas víctimas republicanas. Del mismo modo, hay otro monumento franquista que recuerda a los caídos «por Dios y por España», sin rastro alguno de corrección política o de advertencia de que se trata de un monumento franquista. Comprendo que se pretenda mantener el viejo Belchite como «museo vivo» de los desastres de la Guerra Civil, pero todos los museos necesitan explicaciones. Siempre he mantenido que en España necesitamos una Ley de Memoria Histórica más sólida, que no dé lugar a este tipo de vacíos interpretativos.

En realidad, la ruina actual del viejo Belchite no se debe exclusivamente a los bombardeos de la guerra, sino, en gran parte, al abandono posterior y a la decisión franquista de no reconstruirlo. El mobiliario del pueblo sufrió constantes saqueos antes de que el Ayuntamiento lo cerrara y sellase los edificios con el objetivo de conservarlo en la medida de lo posible y prepararlo para las visitas turísticas. Hoy en día, es un gran atractivo turístico. Además de las visitas diurnas, se ofrecen rutas nocturnas que añaden el morbo de lo paranormal: se mencionan psicofonías, fallos en los aparatos digitales y hasta supuestas presencias fantasmagóricas.

Escribió Labordeta de Belchite: «Al final ni tumbas, ni páramos ni yedra: sólo olvido». Las raíces familiares del cantautor zaragozano entroncan con el pueblo y se dice que su primera actuación fue, precisamente, en su casino. Sea o no cierto, conoció bien el lugar donde «todo se hace cielo abierto».

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