Opinión | Un carrusel vacío
Tras la puerta verde

Tras la puerta verde / Adae Santana
He vuelto a atravesar la puerta verde del número 3 de Velintonia, en Madrid. Me acompaña el admirado poeta Javier Lostalé, quien, a sus ochenta y dos, recuerda con nostalgia aquellos tiempos en los que un ama de llaves era quien le abría, y Vicente Aleixandre lo esperaba en el salón. Dice Javier que fueron amigos de verdad; que Vicente le daba consejos literarios, pero, sobre todo, vitales. Lo visitó muchas veces en el número 3 de Velintonia. Aleixandre, cuenta Javier, sabía escuchar y era muy generoso: virtudes que no resultan habituales; menos aún si hablamos de grandes figuras de la literatura. Que Aleixandre, no lo olvidemos, llegó a recibir el Nobel en 1977.
Estaba en su casa cuando le dieron la noticia. Nunca había salido mucho de ella, debido a que, desde muy joven, tenía una salud bastante frágil. Por eso, su residencia se convirtió en la Casa de la Poesía: allí recibía a sus compañeros de generación, como Lorca, Dámaso, Cernuda, Prados… También a Miguel Hernández, que fue casi un hermano menor para él. Después de la guerra, el lastre de su mala salud lo llevó a no exiliarse, y regresó a la casa de Velintonia, en cuyo jardín plantó un cedro libanés que lo acompañaría hasta su muerte, acaecida en 1984. Pero, durante todos esos años, la vivienda continuó siendo un lugar de reunión para varias generaciones poéticas, y Aleixandre siguió actuando como mentor y amigo de jóvenes y mayores. También de Javier Lostalé, que ahora entra conmigo al antiguo salón, vacío y desconchado, y lo contempla con lentitud, recordando quién sabe qué momentos vividos junto a Aleixandre. Desde su muerte, Velintonia 3 –desde hace algunos años, «Calle de Vicente Aleixandre»– permaneció abandonada y el tiempo fue afilando su implacable cuchillo contra ella, amenazando con destruirla del todo.
En 2014, cuando yo ya era ferviente admiradora de la Generación del 27, conocí a Alejandro Sanz –el ensayista y activista cultural; no lo confundamos con el cantante–; gracias a él, descubrí la terrible situación en la que se encontraba la antigua residencia del premio Nobel, algo que habría resultado inconcebible en cualquier otro país. Alejandro, auténtico intelectual e idealista irredento, ponía todo su empeño en reivindicar Velintonia 3 como la Casa de la Poesía, exigiendo a instituciones y autoridades que la salvaran de su abandono. En 1995, había creado la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre (AAVA) junto a José Luis Cano, principal discípulo de Aleixandre y uno de sus mejores amigos. Desde ella organizó, con el permiso de los herederos, veladas en homenaje al poeta celebradas en el jardín donde el famoso cedro sigue desafiando al tiempo. Yo tuve el privilegio de asistir a varias. Participaban importantes personalidades del mundo del arte relacionadas, en mayor o menor medida, con Aleixandre. Recuerdo especialmente aquellas dos noches en las que vi actuar a Luis Eduardo Aute, desplegando sus «giralunas» bajo las estrellas.
El empeño de Alejandro Sanz y de tantas personalidades del arte que llevan años luchando por salvar la casa ha sido ignorado por las autoridades durante décadas. Hace unos meses, sucedió el milagro: la Comunidad de Madrid se decidió a adquirirla en subasta por el módico precio de 3,1 millones de euros, y trabaja en coordinación con la AAVA para reformarla y convertirla en la Casa de la Poesía: con museo, salón de actos, etc. Se espera que el proyecto esté listo para 2027, el año en el que se cumple el centenario de la Generación del 27. Ahora, el conflicto reside en el archivo del poeta, en poder de la viuda de Carlos Bousoño.
Un poco antes de la feliz noticia, participé en un magnífico documental dirigido por Javier Vila y producido por Virginia Moriche y José Antonio Hergueta: Velintonia 3. Fue muy divertido grabar en la casa del poeta junto al resto de poetas participantes. El aire se llenó de campanas y de olor a naranjas que el equipo repartió entre los asistentes –con una vela–, como guiño a aquellas que Miguel Hernández le llevaba a Aleixandre. El documental, lírico y emotivo, se proyectó en el Festival de Málaga y, hace poco, también en la Academia de Cine de Madrid.
Ahora, he vuelto a cruzar la puerta verde. Nos han pedido a Javier Lostalé y a mí que participemos en una grabación para un programa televisivo, en la que tenemos que contar cómo nos ha influido. Para mí, Aleixandre es una leyenda; para él, un gran amigo. Su voz me llega desde los libros, pero también recreo en la imaginación todo lo que pudo haber sucedido entre estas paredes… Y todo lo que, sin duda, sucederá en un futuro próximo.
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