Opinión | Diccionario de sentimientos canarios

Parranda de tocadores

La Parranda Marinera Los Buches presenta 'Vientos de Alegría'

La Parranda Marinera Los Buches presenta 'Vientos de Alegría' / Jordi Vispo

El diccionario Léxico de Gran Canaria, de Pancho Guerra, define la parranda como «nombre que se le da a la serenata. Reunión de gente que va de fiesta con guitarras y otros instrumentos». Sin embargo, la serenata toma vida propia en cuanto unos cuantos muchachos se juntaban, con nombre de «tocadores» y con un par de requintos y un laúd se acercaban a una casa donde hubiese muchachas, solteras, posibles novias o pretendientes a las que rondaban entonando alguna ranchera o bolero de moda. Se paraban en los patios sembrados de parterres de petunias, rosas, pensamientos, claveles y calas, o delante de una balconada bajo el cendal de la luz pálida del plenilunio. Se respiraba un cierto erotismo romántico, aunque sea solapado, mixtura de música y enamoramiento. Rumores de un beso robado, deseado y sin embargo prohibido. Costumbre hispana y medieval europea que retomaron los cubanos y mejicanos con el son, la guaracha y el bolero y que los indianos que llegaban de Cuba imitaban con el canto rítmico de las décimas y el litigio de versadores. Como en los versos homéricos de los que escribe Irene Vallejo, «no habla un individuo rebelde y bohemio que expresa su originalidad, sino la voz colectiva de la tribu». El público hace suyo el combate cantor, dialéctico que evoca a los que volvieron de hacer o no fortuna de la isla del caimán dormido. Pitágoras inventó la escala de los sonidos al escuchar los golpes de martillo de los herreros sobre el yunque. También inventó las serenatas porque solía despertar a sus alumnos tocando la lira y el sonido agudo del cornetín que anunciaba el ataque porque aconsejaba el trompeteo antes del comienzo de la batalla. La única semejanza con los antiguos merodeadores de serenatas la encontramos en la tuna universitaria cuyo origen se remonta a los trovadores medievales. Los tunos de antes, la estudiantina que, al sereno y luz macilenta de los faroles rondaban de pasada por calles balconadas donde alguna chica asomada a los vinillos de la ventana quiera hacer suya la serenata. Las serenatas en los patios y delante de balcones son un recuerdo romántico del pasado en el que todo enamorado o pretendiente era un merodeador. Si un grupo de aficionados con laúd, guitarras y requintos se atreven a recordarlo por fiestas o Carnavales despierta asombro, a veces hilaridad, en los más jóvenes y en gente mayor sentimiento de nostalgia que provoca suspiros y el asomo de una lágrima. En las oscurecidas se allegaban a las casas («fulano, amarra al perro»), entonaban con voces broncas el canto del Rancho de ánimas con un par de guitarras mal encordadas. Como un duelo aplazado para que las almas de los difuntos abandonaran la pena temporal del purgatorio. También una manera de combatir los espantajos y sombras de la muerte. Pedían una limosna que echaban en una talega y dejaban, como prenda devota, la imagen de la Virgen o un santo dentro de una hornacina que permanecía en el hogar durante un tiempo con una vela encendida. El dinero recaudado se lo quedaba el párroco para el sufragio de misas por el alma por los difuntos. La música, voces y cuerdas que no llenan espacio, sino que lo crean. En cualquier bar que deje tocar, ventorrillo de fiesta popular y animando el paso de tronos con peanas de vírgenes y santos de devotas tradiciones. En este caso, como dijo Tomás de Aquino, genera movimiento y belleza y para el creyente que no todo es folclore y libaciones añade religiosidad: «Tiene la virtud de guiar y conducir las almas». Platón sublimó al grupo folclórico compuesto de cuerdas, canto y grupo de baile al escribir en Leyes que un “hombre educado será capaz de cantar y danzar, bien, con elegancia”. Ernst Bolch fijó que la música no llena espacio, sino que lo crea. Sea parranda de pretendientes, cuyo rastro de la noche eran los tiestos de flores desparramados por el patio, el olor a picadura o sea compaña y recuerdo de velorios la música es una actividad de socialización y manera de combatir la soledad. «Remedio para los días difíciles» que, para Heracles, sin conocer lo que era la depresión, decía que era buena «para mejorar el ánimo y no caer en la melancolía». Lo que la psicología y neurología actuales asocian al aumento del nivel de serotonina en el cerebro responsable del buen humor y el bienestar general.

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