Opinión | Punto de vista
Guillem López Casasnovas
La difícil reforma de la sanidad

SANIDAD PÚBLICA ESPAÑA.
En su día fue la Comisión Abril Martorell. Más tarde, hubo comisiones; después, propuestas. ¿Qué hay detrás de tantos intentos fallidos para la reforma de los sistemas de salud?
A mi entender, la causa está en la falta de gobernanza de nuestro sistema sanitario y la pretensión que tiene cada una de las partes de hacer valer sus intereses. Todo ello se refleja en las pretensiones de unos y otros, que se creen legitimados para hacer prevalecer objetivos propios por encima de los colectivos. La dificultad de alinear los incentivos de cada cual en los objetivos compartidos hace que el único acuerdo que genera consenso es el de la falta financiación. Pero la gobernanza, más que la financiación, es el problema real de nuestro sistema de salud. Al fin y al cabo, la sostenibilidad financiera de lo que se desea para el sector sanitario es un concepto político. Más relevante es la solvencia de un sistema que, a partir de la restricción presupuestaria, sea capaz de adecuarse a contextos cambiantes en su capacidad de responder a los múltiples retos (demográfico, tecnológico, de valores) que inciden en el sector salud.
En efecto, la dificultad de alinear incentivos para una buena gestión del gasto favorece que estemos instalados en la no reforma sanitaria. El sistema sanitario sigue financiando lo que arrastran las inercias del pasado, acumulando nuevas prestaciones de un modo, a menudo, poco ordenado. Parte de estas inercias son generales, básicamente las tecnológicas, pero otras son específicas de la realidad de los participantes que confluyen en el sector sanitario. Entre las primeras, el avance imparable del más siempre es mejor para las posibilidades de tratamiento de las viejas y nuevas patologías. Todo ello resulta a beneficio de los agentes corporativos que confluyen en las expectativas ciudadanas sobre el alcance de los cuidados de la salud: industria del medicamento y tecnologías de apoyo, profesionales, científicos y grupos de pacientes. Entre las segundas, el sentir de profesionales que se consideran mal retribuidos, o presionados por las cargas asistenciales, que cada vez condicionan más su vocación en favor de las especialidades más cómodas y mejor retribuidas, al poder ser complementarias desde la compatibilidad del ejercicio público y privado de la medicina y la conciliación laboral y del ocio.
Crece, así, la financiación pública y privada del gasto sanitario. La primera, a menudo de modo tácito, por la vía de las necesidades que se imponen en cada momento. Deslizamientos de gasto ordinario y partidas extraordinarias de crédito son pasto de impuestos generales, unas veces mantenidos por la bondad del ciclo económico, y del déficit y deuda pública, en otras. La financiación privada crece, a su vez, como reacción a las calidades percibidas de los ciudadanos con relación a las prestaciones públicas, y a la capacidad de pago de las familias. Se instala la idea de que el sistema público, con colas incluidas, prevalece como derecho en la esfera de tratamientos, y que el privado tiene su rol en la aceleración los diagnósticos que abran la puerta a aquellos. El sector privado sigue al público en su dependencia de aspectos que inciden en los costes de oportunidad de acceder a los servicios y se centra en la tecnología diagnóstica. Esta se ha abaratado en el tiempo y mantiene el glamour de un equipamiento sofisticado de capacidad resolutoria inmediata. Esta capacidad resulta decisiva para eliminar incertidumbres y, en su caso, poder entrar en las colas de los tratamientos públicos, obviando la lista de espera diagnóstica anterior. Una forma de inequidad menos percibida por los analistas de lo público y que va más allá de la preocupación por el copago farmacéutico u hotelero.
E la nave va. Y va porque entre la ciudadanía prevalece el que me quede como estoy ante la desconfianza que generan los gestores y la mala prensa de los políticos, capaces de tirarse las propuestas de cambio de unos y otros en favor de sus rencillas partidistas. Ante ello, la incertidumbre de los ciudadanos de perder con el cambio algo de la situación alcanzada, más la retahíla de que tenemos en España el mejor sistema sanitario del mundo, atribuyéndole los éxitos de una buena esperanza de vida, y que resulta barato, desde el sentimiento de la comentada escasa retribución de los profesionales, hace que el virgencita que me quede como estoy prevalezca.
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