Opinión | Venga, circule
Thy neighbor, love
La experiencia me ha enseñado de esa forma tan curiosa que tiene de enseñar las cosas que pertenecer al grupo «Vecinos» suele generar más inconvenientes que otra cosa

Thy neighbor, love / La Provincia
Comprendo la máxima que establece que el precio de pertenecer a una comunidad o grupo de personas conlleva tolerar con elegancia sus problemas e inconvenientes. No la comparto del todo, pero no me resulta descabellada. La cuestión reside, supongo, en el volumen de inconvenientes generados y las expectativas que se tengan sobre la aceptación y asimilación del integrante medio del grupo. En mi caso, por ejemplo, la experiencia me ha enseñado de esa forma tan curiosa que tiene de enseñar las cosas que pertenecer al grupo «Vecinos» suele generar más inconvenientes que otra cosa. Así, siempre que he tenido la oportunidad de escoger he decidido no formar parte de él. Sucede en la vida que por mucho que uno quiera comunicar un mensaje si el receptor se niega a recibirlo a una no le queda otra que seguir remando catarata abajo.
La primera vez que lo tuve claro fue hace unos años cuando vivía en el Paseo de Tomás Morales, cerca del edificio del Cabildo, en el que siempre fue y será mi piso de alquiler favorito. Mi casero era amable, discreto y, lo mejor, nunca se metía en mis asuntos. Yo tampoco me metía en los suyos. En ese edificio yo no conocía a nadie y nadie me conocía a mí, y mientras la situación se mantuvo así fui bastante feliz. Tenía un balconcito en el que desayunaba muy a menudo y, si dejaba la ventana de mi dormitorio abierta, corría una brisa tan agradable que pasaba yo la mayor parte del día allí, ya fuese teletrabajando o escribiendo. La mayoría de mis lugares favoritos de la ciudad me quedaban cerca y los pocos que no estaban a media hora o así a pie. Un día, mi casero decidió romper aquel acuerdo bilateral entre él y yo en el que nos dejábamos en paz el uno a la otra siempre y cuando cada uno de nosotros cumpliese su papel (yo el de pagadora y él el de receptor de ese pago). Pronto recibiría yo un mensaje de Whatsapp de uno de mis vecinos en el que me comunicaba que la hora a la que yo ponía mis lavadoras -hora llana- le iba mal, ¿podía yo ponerlas a una hora que le fuesen a él mejor, como entre las 14:00 y las 18:00? No, mejor, ¿no podía yo poner lavadoras los fines de semana entre las 10:00 y las 18:00? En su primer mensaje explicaba que le estaba comunicando lo mismo a todos los vecinos, pero una vez avanzó la conversación terminó confesando que en realidad a quien molestaba el ruido era a él. Como no me suele entrar bien la gente deshonesta y metiche y, además, yo no le había dado mi número de teléfono, lo bloqueé en Whatsapp y actué como si esa conversación nunca se hubiera producido. Este último es uno de mis principales talentos y defectos. Una vez bajo la persiana, se acabó. Mi vecina de arriba más que caminar por su piso cabalgaba y nunca, en los años que viví allí, se me ocurrió pedirle su número a alguien para escribirle y recomendarle hacerse un estudio de la pisada. Quizá lleve yo lo de vivir y dejar vivir al extremo.
La segunda vez que recordé lo de Love Thy Neighbour fue en ese mismo edificio en Tomás Morales. Por aquel entonces era yo muy naif. Mi buzón tenía una pegatina y en esa pegatina yo había escrito mi nombre y mis apellidos. Me hacía ilusión porque era la primera vez que no compartía piso ni buzón con nadie. Era una adulta ya, podía pagarme un alquiler sola. ¡Gran error! Otro vecino con el que me había cruzado de vez en cuando en las escaleras me dejó un mensaje dentro explicando quién era él, quién era yo -me había descubierto, sabía que escribía- y me proponía escribirle a su número de teléfono para hablar y conocernos. Arranqué la pegatina con mi nombre del buzón y arrugué el papel con el mensaje antes de tirarlo a la basura. Seguro que tenía la mejor de las intenciones, no lo pongo en duda, pero desde mi punto de vista un señor al que yo no conocía sabía dónde estaba mi casa, el sueño de toda mujer que vive sola. En la ciudad en la que vivo ahora la mayoría se queja de que nadie conoce a nadie y es muy difícil establecer relaciones con vecinos y tenderos. Será que nunca han tenido vecinos como los míos.
- ¿Qué hacer este fin de semana en Gran Canaria? Tres días para saborear el mundo, bailar al ritmo de la música y leer
- Ni Madrid ni Cantabria: el mejor bocadillo de calamares está en esta villa de Gran Canaria
- Cierran siete playas más del sur de Gran Canaria por el vertido
- Reactivan el desahucio de una familia de Ingenio con seis hijos menores: “No sé a dónde vamos a ir”
- Minerva Alonso: «No vamos a seguir dando el dinero a lo loco para las campañas de promoción de las zonas comerciales abiertas"
- La demolición de una vivienda en el centro de Vecindario ampliará la plaza de San Rafael y la zona peatonal
- Raciones gigantes y auténtica comida canaria: así es el restaurante de Las Palmas de Gran Canaria que no te puedes perder
- Las Palmas de Gran Canaria pagará el doble de lo previsto para expropiar el último solar en El Rincón
