Opinión | Al filo de las letras
Luces, cámara, pero sácame delgada
Hay algo muy poderoso en ser capaces de colectivizar nuestros sentires e inseguridades, trasladarlos al ámbito público y sacarlos del encierro personal

Representación de trastornos de la conducta alimentaria, en una imagen de archivo / BENJAMIN WATSON/ARCHIVO
Ya he visto la escena unas cuantas veces. Una señora más o menos nerviosa espera frente a las cámaras el momento del canutazo, rodeada de periodistas y micrófonos, a que den la señal para que hable. Rompiendo ese silencio incómodo, decide soltar la típica broma que tan broma no es. ¡¡Pero sácame delgada!!, y la gente a su alrededor ríe. Una buena forma de relajar el ambiente atacándose el cuerpo.
No quiero escribir esta columna desde una burbuja porque tengo que ser honesta conmigo misma: yo soy esa señora, pero no lo verbalizo. Llevo encima una carga académica, un bagaje teórico-feminista, una pedante rimbombancia universitaria que hace complejas las cosas simples y me pone una barrera en la boca a la hora de expresar el erróneo pensamiento recurrente de que estaría mejor un poco más delgada.
Me cuesta decirlo, en parte, porque sé que eso es violencia estética. No debería dejarme afectar por lacras patriarcales. Dentro de lo que cabe, tengo un cuerpo más o menos normativo. Razono, razono, razono, pero todas las inseguridades siguen ahí, inmutables al escribirlas negro sobre blanco, hurgando en las llagas cuando se trasladan al cuerpo.
Colectivizar sentires
Por eso siento sus bromas entre la pena, la rabia y un resquicio de esperanza que me ha costado tiempo identificar. Esas mujeres han naturalizado que sus cuerpos no están bien y que deben corregirse o ser corregidos, pero lo llevan con una livianeza y un desparpajo que me gustaría sintonizar: admiten sus inseguridades y se ríen de ellas, en lugar de arremetérserlas en la ropa y esconderlas del resto del mundo. Sigue sin ser, ni mucho menos, la situación ideal, pero hay algo muy poderoso en ser capaces de colectivizar nuestros sentires, trasladarlos al ámbito público y sacarlos del encierro personal. Eso no va a hacer que por arte de magia estemos satisfechas con nuestros cuerpos, pero el apoyo comunitario tiene un potencial que el individualismo que nos empapa se empeña en hacer de menos.
Sería muy fácil y cómodo, sobre todo en tiempos veraniegos, escribir que todos los cuerpos son válidos; pero qué poco significado tiene decir que algo que ya existe tiene el permiso para seguir existiendo. Podría argumentar que la belleza viene en formas y tamaños diferentes, pero eso, además de estar ya muy manido, sería dinamitar toda posible carga política. Por mucho que nos guste creernos libres en nuestras elecciones, tanto nuestros gustos personales como lo que aspiramos a ser son cuestiones que están profundamente condicionadas por los referentes que hemos tenido toda la vida y por aquello que se nos ha perfilado como deseable.
Airear inseguridades en público
Siguiendo esa línea, podría decir que deberíamos renegar de que la vara de medir sea siempre la belleza y, en su lugar, enfocarnos en lo que nuestros cuerpos son capaces de hacer por nosotras. Pero eso también sería muy hipócrita: me miro en el espejo todos los días, barajando la idea recurrente de que estaría mejor con un poquito menos de carne por aquí, un poquito menos por allá, a sabiendas de que estoy pasando por alto que mi cuerpo es flexible, fuerte y resistente.
Con todo, ya no soy la misma adolescente que se miraba fijamente los muslos y el estómago en la academia de danza, comparándose con sus compañeras delgadísimas. A veces todavía meto tripa de forma inconsciente y tengo que aseverarme a mí misma para dejar de hacerlo, pero soy capaz de ir a la playa y no taparme la barriga cuando me siento en la toalla. No escondo comida, no hago almuerzos insuficientes. En ocasiones me embosto a chucherías y luego me siento culpable, pero no me afecta que mi abuela me diga «se te ve gorda en la tele» más allá de provocarme cierta risa. Supongo que eso me sitúa un pasito más cerca de las señoras nerviosas en medio del canutazo a las que me gustaría curar las inseguridades, pero el sedimento está creado en sus vidas y solo queda aprender a vivir con ello, cada una con sus propios métodos, para que ocupe el menor espacio posible. En este texto no hay remedios universales porque no existen; solo pretendo investigar en mis propios pensamientos con la esperanza de que airearlos en público sea de ayuda para alguien. Al menos, para mí lo es.
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