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Opinión | Venga, circule

Labubus

Labubus

Labubus / La Provincia

Ya no sé muy bien quién es la gente famosa de hoy día ni por qué han llegado a ser famosos. No los reconozco en los carteles que anuncian perfumes o las rebajas de verano de El Corte Inglés. ¿Me habré hecho así de mayor ya? Intenté pensar en rostros que podría reconocer en los nuevos paneles de colores del Burger King, por ejemplo, alguien capaz de generar en mí alguna unidad de gana de ir a hacer cola por una hamburguesa o comprarme una lata de Fanta solo porque sale su rostro impreso en el aluminio… Llegué a la conclusión de que no existe nadie así en el mundo, al menos para mí. Pienso en el concepto de una cara impresa en una lata de refresco para apelar a la gente y me resulta desagradable -tuve que buscar en Internet quién era la persona que salía en esa lata, sentí algo de vergüenza- la sensación de que ahora incluso nosotros mismos nos hemos convertido en anuncios andantes. Somos nuestros propios paneles de colores del Burger King, anunciamos camisetas de fútbol de la selección de Brasil, Labubus colgando de los bolsos, bermudas rojas o azules de Adidas con las famosas tres rayas, manoletinas rojas o plateadas, gafas de montura de carey ovalada. Pareciese que cada vez tenemos menos claro si una tendencia es algo que se sigue o si nuestra personalidad se ciñe de forma exclusiva a aquello que poseemos. La esencia de uno mismo se construye a golpe de tarjeta de débito. Por supuesto, cabe considerar que no soy el público objetivo de ninguna de esas campañas y que las formas de apelar a mi atención, tanto por mi edad como por mis intereses, no pasan por reconocer a mi influencer favorito en un objeto. No tengo influencers favoritos, me resulta infantil el concepto por lo burdo y lo ridículo que es aspirar ya no a un determinado estilo de vida sino a la fantasía de poder convertirnos en otra persona si tan solo conseguimos vivir como ella.

Me sucede lo mismo con el auge de los clubs de lectura y los podcasts sobre literatura. He dejado de escucharlos, prefiero las recomendaciones de mis amigos y de gente con la que coincido de vez en cuando. Son más honestas. Ni en los primeros ni en los segundos se habla de literatura en sí ya, sino de editoriales, pero fingimos que esto no es así porque nadie quiere aceptar que el mundo de la cultura funciona de la misma forma que el resto de mundos. Y si, además, existen clubs de lectura están organizados por cantantes, actores o incluso futbolistas... ¿Nos gusta leer o queremos hacer saber a los demás que somos personas que tienen libros y que leen? Ya hasta han encontrado la palabra japonesa que se refiere a eso de comprar títulos sin parar pero no sentarte a leer ninguno. Si en la intro de tu podcast una voz en off explica que estás afiliada con una editorial cuyos libros recomiendas en cada episodio ¿será honesta la conversación? Partimos del principio de la obediencia semiciega. Lo que ves es lo que hay, no sigas hurgando. Todas las mujeres a las que seguía en redes sociales porque hablaban de literatura han ido diluyendo sus impresiones y sus comentarios con el paso de los años hasta convertirlos en papilla ready-to-go apta para la masa sin tiempo, la masa agotada que se encuentra de repente a las dos de la madrugada haciendo scroll sin saber muy bien cómo ni dónde se le fue el tiempo. Quiero ser Dua Lipa, ergo leeré todo aquello que recomienda Dua Lipa. Ahora el lector ha de sentirse identificado para seguir prolongando la sensación de pertenencia y satisfacer su ansia de evocar algo parecido a un miligramo de personalidad, pero nadie tiene la capacidad de prestarle atención a un ensayo que no esté empaquetado en formato edición de bolsillo y fuente Times New Roman 44, por lo que hemos de partir de conversaciones de patio de instituto (me encantó este libro porque buah es que soy yo literal). En los comentarios en un vídeo de una muchacha que hablaba de Boris Vian sus seguidoras le preguntaban si el protagonista de Escupiré sobre vuestra tumba era una green flag o una red flag. Ahora mismo existe toda una generación incapaz de distinguir entre realidad y ficción. Son los mismos que necesitan que la cara de Lola Lolita salga en su lata de Fanta. n

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