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Opinión | Apertura año judicial

El Rey evita mirar al fiscal general

Felipe VI pasa junto al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz (d), a su llegada este viernes al Tribunal Supremo para presidir el tradicional acto de apertura del año judicial.

Felipe VI pasa junto al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz (d), a su llegada este viernes al Tribunal Supremo para presidir el tradicional acto de apertura del año judicial. / Chema Moya

Las palabras más resecas de Felipe VI en once años de reinado han sido "tiene la palabra el fiscal general del Estado". El contraste se advierte mejor frente a la sonrisa al introducir a la presidenta del Supremo, refugiada tras el telón de su melena. En cambio, el Jefe de Estado evitaba incómodo dirigir sus ojos hacia Álvaro García Ortiz, y mantenía los ojos fijos al frente. Nada que ver con la cabeza girada en su día hacia Carlos Lesmes, por poner un ejemplo. El "Majestad, con su venia" del procesado contrastaba con su condición de intruso que no contaba con la invitación ni mucho menos con la venia de la Zarzuela.

El orador bebe agua para ironizar que "es un honor estar hoy aquí como fiscal general del Estado en el salón de plenos del Tribunal Supremo", donde será juzgado en breve con peticiones de años de cárcel. El Rey miraba a otra parte con un semblante fúnebre que se transmitió a los asistentes, a quienes parecía que solo la edad provecta frenaba una acometida contra el acusado acosado, que recitaba las bondades infinitas de la fiscalía con aire de víctima propiciatoria y voz de notable firmeza dadas las circunstancias. Su misión no era recitar estadísticas, sino conseguir el estatuto protector de chivo expiatorio.

Al revés que Umbral, el fiscal general pudo añadir que "no he venido a hablar de mi asunto", aunque se vio obligado a admitir "las singularidades (procesales) sobre mi participación» en la apertura del año judicial. Dada su situación, frases en otro caso inocuas como «los embates de los delincuentes" o "la amplia lucha contra la corrupción" adquirían el tenor de un presagio. Fue corporativista al atribuirse como éxito las absoluciones y las negociaciones que denotan pereza litigante, pero no llegó al grafiti contra el Gobierno de la presidenta del Supremo, denunciante de las "insistentes descalificaciones a la justicia procedente de poderes públicos" sin tropezar por una vez en el enunciado. Nadie aplaudió a García Ortiz, y se merece el silencio coral.

El Rey sentenció con el perentorio "se levanta la sesión" que tal vez nunca debió celebrarse. Feijóo no se perdió nada, aunque su presencia tampoco hubiera contribuido a enriquecer el funeral.

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